Desesperanza. Las familias que viven en el asentamiento La Paz, en La Bebida, dicen que se sienten "aisladas del mundo" por la falta de colectivos. Deben caminar varios kilómetros para llevar a los niños a la escuela.


Caminan más de 4 kilómetros diarios para poder llegar a la escuela, debido a la falta de colectivos y de vacantes en las instituciones más cercanas. Pasan meses sin que el pediatra atienda a los chicos porque los centros de Salud quedaron sin espacio para los miles de niños que viven en la zona. Si les roban o atacan, nadie los socorre porque la Policía no ingresa a sus vecindarios por las agresiones que recibe. Esta es parte de la problemática que a diario enfrentan las 750 familias que viven en los asentamientos La Defensa, La Paz y Evita, en La Bebida, Rivadavia. Sus habitantes dicen que se consideran "abandonados", ya que nadie se preocupa por darles acceso a los servicios básicos como el transporte público de pasajeros. La noche del martes pasado un joven le disparó a un chofer de La Positiva porque el colectivo que manejaba no ingresa a las zonas mencionadas, debido a la inseguridad. Los vecinos se quejaron por la falta de este servicio, pero se manifestaron en contra del ataque. Dijeron que no todos los que viven en estos asentamientos son "delincuentes" y que "pagan justos por pecadores".

Insalubre. Junto al asentamiento La Defensa hay un basural donde proliferan las ratas, arañas y alacranes.


Marcela Silva siempre trata de tener en buenas condiciones el único par de zapatillas que tiene. A diario camina 24 kilómetros para poder llevar a sus 4 hijos a la escuela. Dos van a la mañana, uno a la tarde y otro más al turno vespertino, por lo que realiza tres viajes al día para acompañarlos. "Se hace difícil que los chicos estudien cuando hay tantas carencias. Las escuelas más cercanas están a dos kilómetros, pero no tienen cupo por eso mis hijos van a una de Marquesado que queda a 4 kilómetros. Otro problema es que al asentamiento no ingresan los colectivos y tampoco hay colectivos que lleguen cerca de la escuela de Marquesado, así que sólo nos queda caminar. No es fácil, menos para los niños", dijo esta vecina del asentamiento La Defensa.

Por su parte, Evelyn Cevallos, otra vecina, dijo que es cierto que en el vecindario hay chicos que atacan a los colectivos, pero que no todos los vecinos son delincuentes. "Pedimos que los colectivos al menos pasen en el día para poder llevar a los chicos a la escuela. Con eso nos conformamos", sostuvo.

Enlagunados. Cuando hay una lluvia intensa se inundan todas las calles y las casas del asentamiento Evita.

El acceso a la Salud es otra deuda pendiente para la gente que viven en los asentamiento mencionados. Hay algunos centros sanitarios cercanos, a unos dos kilómetros de estos asentamientos, pero quedaron chicos para la cantidad de gente y de niños que viven en estos lugares. "El Centro de Salud más cercano es el del Barrio Bernardino Rivadavia que está a unas 20 cuadras. Pero la distancia no es el gran problema. Para la atención del pediatra dan 15 números, y sólo en este asentamiento hay más de 1.400 chicos. Para conseguir un turno hay que pasarse toda la noche haciendo fila en la puerta de este centro y te dan uno para dentro de 30 días como mínimo. Es impensado que a un niño lo atiendan en el día más allá de que se trate de una urgencia", dijo Natalia Uliarte, vecina del asentamiento La Paz. 

Las 250 familias que viven en el asentamiento Evita también padecen la dificultad de acceder a los servicios básicos, principalmente a la seguridad. Los propios vecinos, sin identificarse, asumen que este vecindario es "complicado" y que por eso la Policía no ingresa al mismo "ni siquiera" cuando se denuncia un caso de violencia de género. "Acá estamos en manos de Dios porque parece que no tenemos derechos a la protección por culpa de algunos delincuentes que se encargan de atacar y correr a los policías. Por eso ni vienen cuando los llamamos, aunque nos estén matando. Pero tampoco nadie del Gobierno hace algo para que esto cambie y para cuidar a los que somos pobres, pero honrados. Parece que para muchos nuestras vidas no valen nada", dijo una vecina.

Más de 3.000 niños viven en los asentamientos de La Bebida.

Caminar por los estrechos pasillos que separan un rancho del otro en el asentamiento La Defensa, es un riesgo. Los cables de las conexiones clandestinas e improvisadas de luz rozan las cabezas y potencian el riesgo de generar un cortocircuito fatal. Como los vecinos levantaron sus ranchos de manera ilegal en un terreno que no les pertenece, no pueden instalar la electricidad como la ley manda. Tampoco el agua potable. Es por eso que cuidan "como oro" los surtidores comunitarios. Se trata sólo de mangueras con un grifo en la punta que ubicaron en diferentes puntos del asentamiento y que surte de agua a varias familias. Todo gracias a la solidaridad de los vecinos del Lote Hogar Nro 3 que les "convidan agua". "Ellos nos dejaron poner mangueras desde sus casas para tener un poco de agua. Estamos muy agradecidos por eso, cuando podemos, les damos aunque sea 50 pesos para colaborar con el pago de la boleta. El que no tiene plata, les agradece la ayuda con algún regalo, como semitas caseras", dijo Marta Oro, una vecina del asentamiento.

Esta falta de agua también impidió que esta gente tenga un baño instalado. La mayoría hizo letrinas, pero hay quienes no tuvieron ni esa posibilidad por la falta de espacio. Ellos caminan tres cuadras para usar el baño que hay en una plaza de la zona o hacen sus necesidades en tachos que luego vacían en un lugar al que no quisieron identificar. "Esto te hace sentir menos importante que un animal. Pero nadie quiere ver nuestros problemas. Los políticos se acuerdan de nosotros sólo cuando hay elecciones", dijo Érica Valdés. 

En el asentamiento La Paz viven acechados por los "bichos". Vinchucas, arañas y ratas son moneda corriente en esta zona por causa de la basura. En este asentamiento, según los vecinos, no ingresan los "basureros" de la Municipalidad de Rivadavia porque tienen miedo a que les roben. Pero no todos los que vivimos aquí somos delincuentes. Le pedimos al intendente que al menos pusiera algunos contenedores para echar la basura, pero ni siquiera eso nos dieron. Sólo vinieron una vez a desinfectar las casas", dijo María Martínez.

En el asentamiento Evita, sucede lo mismo. Los insectos y roedores invaden las casas sin que nada los detenga. Los vecinos dijeron que le pidieron al municipio que desinfectara la zona, pero que hasta ahora no lo hizo.


 

Testimonios

La tierra, una gran enemiga

Evelyn Castro no tiene consuelo. Su hija de dos años tiene una enfermedad en la piel provocada por la tierra. Por eso trata de no dejarla en el suelo, sino que la mantiene alzada, sentada o acostada para que no se agrave su problema.

Casas en riesgo de derrumbe

La mayoría de las precarias casas del asentamiento La Paz está en riesgo de derrumbe, como la de María Martínez, que tiene las paredes de adobe afectadas por la humedad, igual que el techo que debió apuntalar con palos.

La odisea de juntar agua

Érica Videla, mamás de tres niños, dijo que aprovecha cada rato libre que tiene para juntar agua para consumir. Usa uno de los surtidores comunitarios que hay en el asentamiento de donde apenas sale un poco de agua.

Un hada madrina para los asentamientos

Felicidad. Para Mercedes Pérez no hay mayor felicidad que ver la alegría de los chicos cuando les sirve la comida en el comedor comunitario que abrió hace 4 años.

Mercedes Pérez no es socióloga ni trabajadora social, pero conoce como la palma de su mano las carencias de las familias que viven en los asentamientos de La Bebida en donde la consideran su "hada madrina". El fundamento: abrió un comedor comunitario en su casa para darle de comer a más de 100 chicos diariamente. Se llama Virgen de Guadalupe, funciona a pulmón y sin ningún tipo de ayuda oficial. 

El comedor lo inauguró hace 4 años y ya quedó chico por la demanda, circunstancia que la angustia hasta las lágrimas. "A veces no sé si voy a tener algo para cocinarles a los chicos. Me duele pensar que esto suceda. Desde que abrí el comedor me propuse hacer lo imposible para que siga funcionando. Hasta ahora lo he logrado, pero si no consigo ayuda será muy difícil seguir. Golpeé varias puertas de Gobierno, pero no recibí colaboración", dijo Mercedes.

Por el momento, el comedor funciona con los alimentos que esta mujer consigue que le donen y con el aporte mensual de 4.000 pesos en efectivo que hace una doctora (prefiere mantener su identidad en secreto). También, con la colaboración de las madres de algunos comensales que donan el pan que ellas mismas amasan para acompañar la comida.

La iniciativa solidaria de Mercedes nació por una triste situación de la que fue testigo. Una tarde, iba camino a Zonda cuando vio a dos niños revolviendo un tacho de basura en una casa, buscando algo para comer. No encontraron nada y se pusieron a llorar. "No me puedo olvidar de sus caritas. Eran chicos de uno de los asentamientos de La Bebida. Los subí en mi auto y los llevé a comprarles comida. Al otro día me levanté decidida a abrir un comedor para ayudar a los niños carenciados", dijo la mujer.

El comedor funciona de lunes a viernes, y en horario extendido y sin tope. "Hay chicos que a las 11 ya están almorzando. Son los que caminan una hora para llegar a la escuela. Vienen con el guardapolvo y la mochila, comen y se van. Algunos no se comen el postre, pero se lo llevan de merienda para el recreo. Y a las 14, almuerzan los chicos que salieron de la escuela a las 13. Pero las puertas del comedor están abiertas hasta la noche. A veces alguien me golpea la puerta a la medianoche para ver si me sobró algo de pan", dijo Mercedes.

Como algunos asentamientos quedan lejos del comedor y no todos los vecinos pueden llegar hasta el comedor, Mercedes les lleva una vianda a domicilio para que nadie se quede sin comer.