Todos tenemos derecho a profesar una creencia, pero lo que no debemos hacer es imponerla o hacer que al exteriorizarla ocasionemos daños o inconvenientes al resto de la sociedad. Utilizar las orillas de las rutas o calles principales para expresar un sentir religioso, es una falta de consideración a las normas de convivencia que deben prevalecer. Los espacios públicos pertenecen a todos y, por lo tanto no, pueden ser ocupados en forma discrecional por particulares.
En todas las rutas, a lo largo y ancho del país, existe la costumbre de construir ermitas, oratorios o símbolos de lugares donde alguien perdió la vida en un accidente de tránsito, o en homenaje a personajes considerados "milagrosos" por los seguidores, como los oratorios en honor a la Difunta Correa, Gilda, el Gauchito Gil, y otros. Los fieles a este último se empeñan en que cada vez haya más oratorios en homenaje al "santo profano", como le dicen, aludiendo a que no es reconocido por la Iglesia, pero sí por gran parte de la población. No hay tramo mayor a los 100 kilómetros en rutas nacionales o provinciales que no muestre las precarias construcciones, rodeadas de las distintivas banderas de color rojo que identifica esos sitios. Con ello se transgreden normas vinculadas al tránsito, al estar muy cerca de la carpeta de rodamiento, o como elementos de contaminación visual que puede llegar a ocasionar serios accidentes.
Lo más conveniente sería evitar que las rutas o caminos se sigan llenando de estos elementos, haciendo controles más efectivos para desmantelarlos o desalentar su instalación. La legislación vial es precisa en cuanto a la cartelería y otros elementos mal instalados en los laterales de las rutas. Sólo hay que cumplirla.
