En su pasaporte no queda mucho espacio en blanco. Sellos de todos los continentes. Y más de uno.
Sin embargo, hay una experiencia reciente que es única para Esteban Tapella: fue en el 2014, en el continente africano, más precisamente en la selva ecuatorial, en la zona de Camerún. La experiencia no sólo quedó registrada en su pasaporte. Va más allá. Está en el lente de su cámara de fotos, pero no se le borra de la retina, ni de la memoria y lo más importante, de su persona.
Tapella es profesor universitario y fotógrafo. Aunque se ha propuesto separar las aguas de sus vocaciones, no puede. Hace un año viajó al Africa a pedido de la ONG española "Zerca y lejos” para tomar contacto y testimoniar la realidad de la etnia baká, un grupo humano con idioma propio, mucha sabiduría ancestral y un modo de vida muy diferente. Ellos realmente lo atraparon.
Hoy, este paso a paso, ese cada día y semejante experiencia podrá ser compartido por todos los sanjuaninos, ya que 43 imágenes de la convivencia serán parte de la muestra "Pertenecer a la selva. Los pigmeos baká del África Central” que se inaugura en el Museo Provincial de Bellas Artes.
¿Sentís que por algún momento perteneciste a la selva?
El nombre de la muestra no es en relación a mí, sino en relación a ellos. Surgió después de estar en la selva muchos días y darme cuenta que estaba conviviendo con una etnia que es cuna de la humanidad y que todavía se mantiene prácticamente como lo hacía hace 4.000, 5.000 y hasta 10.000 años. No hay registros de que hayan cambiado su forma de vida ni tampoco su dependencia de la selva. Ellos pertenecen a la selva, su Dios es la selva. Por otro lado, con el nombre de algún modo quise ser crítico con el concepto que tenemos de naturaleza en la sociedad occidental: creemos que la tierra nos pertenece, que somos dueños de esta tierra. Ellos en cambio, pertenecen al ecosistema de la selva ecuatorial africana que es uno de los últimos reservoreos de especies de la mayor biodiversidad de especies del mundo animal, vegetal e inclusive de la especie humana. En los últimos años se han visto amenazados por el avance de la frontera extractiva de la madera, ya que la madera de la selva ecuatorial está de moda en Europa y se vende a muy buenos precios. Hay tala indiscriminada, toda una "prostitución” respecto al espacio mientras que a la gente, los baká, le quitan su medio de vida.
¿Cómo hacen para defender su espacio?
Lamentablemente no se pueden defender porque no tienen mecanismos: no manejan el idioma francés que es el oficial, no tienen ninguna capacidad económica ni de lobby. Son vistos, incluso por las otras etnias que están alrededor de la selva, como un animal más, no en su condición humana. Son discriminados y marginales, en un continente donde la marginalidad se expresa en la máxima amplitud de la palabra: están al borde del desarrollo, al borde del río metidos en la selva, a ellos no les llega educación, no les llega salud. Pero siguen viviendo. Lo único que pueden hacer, como son nómades, es migrar con mayor frecuencia porque los recursos y espacios que van quedando son menores. Su idea es que van de un lado a otro para dejar descansar la tierra y que la "selva, vuelva". Precisamente lo que yo fui a hacer es mostrar cómo viven.
¿Cómo llegaste a esta etnia?
Desde hace un tiempo que estoy abocado a la fotografía de etnias. Por eso me vinculé con una organización internacional que se llama Photo Philantropy, que relaciona a fotógrafos que les interesa hacer esta tarea con organizaciones que trabajan para el mundo en desarrollo. Así llegué a una ONG española "Zerca y lejos” que estaba trabajando con ellos y que necesitaban fotografías para mostrar al mundo que ellos necesitan defender su medio de vida. Les ofrecí mi trabajo y así llegue a la selva. Realmente éste es el trabajo que me gusta y me permite usar la fotografía como una forma de contribuir a procesos de cambio.
¿Qué encontraste en la etnia y como te encontraste con los baká?
Tienen parámetros y conceptos de necesidades y de calidad de vida, muy diferentes a los nuestros. Ellos me mostraron cómo pueden vivir con nada prácticamente, porque no quieren atesorar nada porque todo lo que tienen lo dejan cuando se tienen que mudar de un lugar a otro. Y pueden vivir así. Y son felices. Yo estuve ahí casi un mes y no escuché un niño llorar ni una sola vez. No vi gente enferma. No vi gente sin dientes. Los pigmeos baká tienen la expectativa de vida más alta de Camerún y una de las más altas de todo África. Entonces uno se pregunta: ¿cómo podemos permitir que desaparezca esta civilización que pudo vivir mientras la dejaron ser? Quizás algunos parámetros se podrían mejorar. Pero no necesitan mucho porque todo lo hacen con su sabiduría.
Claro que para conocer todo esto, no fue sencillo. Vincularme fue todo un proceso que exige un acercamiento especial. Yo voy a hacer fotos para estar con ellos y estar cerca de ellos, no me interesa la idea de robar imágenes ni de ponerme en un lugar que los va a evaluar o cuestionar como muchas veces se ve en ese continente con los zafaris fotográficos. Para mí lo más importante no es la foto sino el vínculo con ellos. Por eso vivo con ellos. Como con ellos, me curo como ellos. Aunque esto implique comer ratones, monos o peces anguila. Lo comí y sobreviví. Y muchas veces pasé hasta 12 horas sin comer porque ellos no tienen pautado los horarios de comidas como nosotros. Se come cuando hay qué comer.
¿Esas rutinas y realidades son las que se verán en la muestra?
Yo había estudiado, había escrito algunas ideas, sabía con qué me iba a encontrar antes de viajar. Quería tratar de documentar cómo esta gente vive y cuáles son sus valores y su invisibilidad para el resto del mundo. Ese era mi objetivo y mi mirada. Por supuesto que cuando llegué descubrí un mundo de cosas que me abrieron aún más los ojos, como la musicalidad de la gente. Todo lo hacen cantando. Cantan mas de lo que hablan entre ellos. Y son solidarios. Inclusive los ha premiado un prestigioso diario de Londres que año a año hace distinciones por cuestiones humanitarias porque los hombres baká son los que más tiempo pasan con sus hijos, en el mundo. Según han estudiado los antropólogos, los varones de esta etnia pasan más del 60 por ciento del día con sus hijos. Muchas veces y yo lo vi, el hombre le da la teta al bebé. Por supuesto que no sale leche, pero es como un chupete. El niño calma su ansiedad y su llanto con el padre. Uno ve los valores que hay en esas etnias y es maravilloso.
Aunque tengo muchas fotos, algunas no voy a mostrar porque podían ser consideradas golpes bajos para gente que no está involucrada. Ellos no tienen problema en ser fotografiados desnudos como viven. Pero yo quiero cuidarlos y cuidar por pudor al público. Elegí fotos que dicen cosas, que te penetran y te interpelan, de alguna manera, como persona, como sociedad de consumo. Por ahí va la cosa.
Es que tenemos una imagen preexistente del África.
Exactamente. Tenemos una imagen dramática del Africa, la de los niños con hambre y con la panza hinchada. Pero eso es prejuicio en muchos casos. Si yo hubiese querido sacar un niño llorando no hubiese podido porque no lo encontré en toda mi estadía. Por supuesto que hay necesidades. Pero a mí lo que me marcó de África no es la pobreza, que por supuesto es dramática y muy dura inclusive se ven cosas que no puede explicarse desde el punto de vista de derechos humanos, como por ejemplo la ablación de clítoris en las mujeres. Es inaceptable. Pero por otro lado, hay una cuestión de religiosidad popular, de saberes milenarios, de alegría ante la vida, de sana convivencia, de cómo enfrentar los problemas con esa creatividad y esa capacidad para encontrarle la fisura al sistema que yo siento que muchas veces las comunidades pobres de nuestro país han perdido. Me quedo con eso, que me atrapa.