Apenas el avión desciende en el Aeropuerto Reina Beatrix la vida comienza a cambiar. Aruba tiene sol asegurado durante casi todo el año – y aquí bien vale la pena decir que llueve menos que en San Juan, un detalle nada menor para quien busca playa-, arenas color marfil, aguas entre azul y turquesa, y como si fuera poco ciento por ciento seguridad. Los arubianos dicen que un 98 por ciento para dejar ese mínimo margen ante un imprevisto, pero la experiencia indica que si te olvidas algo en algún lugar, quien lo encuentra no para hasta encontrar su dueño.

Llegar a este país independiente de Holanda, aunque la defensa y relaciones exteriores están a su cargo, es encontrar una conjunción casi perfecta entre la belleza natural del lugar y la sofisticada oferta en hoteles de categoría internacional que el año pasado hospedaron a casi un millón de turistas y este año pretenden superar la cifra.

Un párrafo aparte merece la cadena Divi, las más importante de la isla que entre sus eslabones ofrece el Divi Village Golf & Beach Resort. Una villa tan grande que hay recorrerla en carritos eléctricos o estar dispuesto a buenas caminatas debido a sus dimensiones tan importantes como la cantidad de servicios al viajero. No hace falta más que cruzar la avenida y estar en la playa. Allí no hay vendedores ambulantes (están prohibidos para no molestar al turista), las reposeras están al alcance de todos y la paz es una constante. Sólo sol, sonido del mar y placer.

Aruba se encuentra en el medio del sur del Caribe, a menos de 30 km de Venezuela. Tiene apenas 31 kilómetros de largo por 9 kilómetros de ancho, con una topografía y vegetación bastante inusual para una isla caribeña ya que hacia el interior abundan los cactus, el árbol típico de la zona (Divi-divi), muy parecido a un pequeño algarrobo aunque siempre doblado hacia el sureste por la brisa permanente que caracteriza al lugar. Claro que mucho más no se puede pedir en clima si la temperatura promedio es de 28 grados durante todo el año.

Entre tanto atractivo que uno puede encontrar en este paraíso de la seguridad para el turista, está casi en primer lugar la gastronomía típica que se puede encontrar en restaurantes como Old Fisherman, donde, claro está, se pueden degustar platos con base de pescados y mariscos, pero también chivito. Eso sí, si de vinos se trata, será más fácil tomar uno europeo o de California que de otro lugar del Nuevo Mundo.

Muchos eligen para beber cerveza "Balashi", una de las pocas cosas que se producen en la isla (además de cremas en base a aloe vera), fabricada con agua de mar desalinizada. Se vende como pan caliente porque es muy buena (será por la herencia que dejaron los holandeses). Hablando de eso, nada más sabroso que el pan frito, o el de sémola que acompaña cada comida. Manjares para no perderse, igual que las especialidades dulces que preparan las arubianas.

Si de placeres se trata, hay para seguir enumerando: Subir a un catamarán donde todo es divertido, desde el presentador hasta las paradas que se realizar en Boca Catalina, en el Antilla -un barco alemán de carga hundido en 1940-, y en Malmok, todos lugares donde se realiza snorkel sin ninguna dificultad.

Ni hablar de la puesta del sol. Algo único e irrepetible visto desde la Tratoría el Faro Blanco ubicado en el único punto más alto que tiene la isla rodeado por comidas (como camarones empanados) y un buen espumante. Allí la naturaleza parece haberse encaprichado en dejar toda su paleta de colores.

No todo es playa. Se pueden realizar un tours por el interior de la isla, llegar hasta una capilla perdida en el interior (el 80 por ciento de los pobladores son católicos), recorrer el lado norte, una mina de oro abandonada (en su momento fue zona minera), formaciones de roca de Casibari y Ayo, entre otros.

La capital de Aruba es Oranjestad, también, y como el resto del país, un lugar lleno de contrastes, desde lo arquitectónico hasta la oferta comercial. Pequeñas tiendas que se contraponen con marcas de prestigio internacional, pequeñas casas contra grandes e increíbles hoteles (el último inaugurado fue el Ritz Carlton en diciembre del año pasado, un lujo absoluto frente al mar- las habitaciones cuestan en promedio 500 dólares hasta 8 mil dólares la noche en la suite presidencial). El centro propiamente dicho se puede recorrer en un tranvía muy pintoresco que en contados minutos atraviesa la colorida ciudad que se encuentra en pleno proceso de renovación.

No todo es sol. La noche también brilla, sobre todo en los casinos. No hay que olvidarse que el 70 por ciento de los turistas que llegan son estadounidenses, bien proclives a este tipo de diversión. Los bares y restaurantes cierran cerca de la media noche.

"Aruba, one happy island", tal como reza el slogan, es una realidad. No hay motivo por los cuales no ser feliz allí. Más aún sino uno tiene la suerte de viajar bien acompañado.