Claro está que la lucha contra el mosquito ha tomado relevancia a partir de la epidemia de Dengue sobrevenida en nuestro país el año pasado.
Sólo en la primera mitad de 2009, el dengue afectó a unas 50.000 personas y causó una decena de muertes en Argentina, en la mayor epidemia de esa enfermedad que se ha registrado en el país.
Una vergüenza nacional en un país que hasta mediados de los 90 en el siglo pasado llegó a ser escuela de la atención primaria de la salud para naciones como España y México.
Pero el problema no es nuevo en San Juan, donde el riesgo de contracción de esta enfermedad es bajo, pero la plaga de este insecto no deja vivir a los habitantes y trabajadores rurales y últimamente citadinos
también.
El problema es la falta de educación para la salud y la baja continuidad de las campañas de prevención y erradicación del mosquito durante todo el año y no sólo la temporada estival.
Si este estigma del hombre de campo le sumamos la proliferación de la mosca doméstica, agente vector de innumerables agentes patógenos causales de enfermedades al llevar en sus patas gérmenes
que, en cantidades suficientemente elevadas, ocasionan enfermedades que en el siglo XXI ya deberían ser evitables.
Sin embargo, almorzar al aire libre hoy en el campo sanjuanino es un desafío casi imposible por la tortura ocasionada por las moscas que pululan de los basurales y los excrementos de animales a los alimentos humanos contaminándolos.
Es cierto que el combate de los insectos puede ser realizado hoy con el uso de agentes químicos, orgánicos y lo que es mejor, biológicos. Pero el mejor método debería ser la prevención mediante la educación para la salud a través del agente sanitario. Mientras tanto la mosca y el mosquito, sonríen.
Para pensarlo, ¿no?.