Tener un hijo viviendo fuera del país, para cualquier mamá, es que su corazón esté estrujado de tanto extrañar, más allá de la prosperidad o las oportunidades de todo tipo que se le presenten y que aquí, quizás le eran escasas, por eso decidió emigrar.

Tener un hijo viviendo en Israel, por estos días, le suma algunas complicaciones más a ese extrañar.

Pero tener un hijo viviendo en ese país de Medio Oriente y siendo del parte del ejército israelí implica un sinfín de sensaciones que van desde el miedo y la angustia, la necesidad de saber todo el tiempo algo, el rogar por su integridad pero sorprendentemente para muchos, también es una cuota enorme de orgullo por los valores de trabajo en equipo y de compromiso, la solidaridad y una rara certeza de que en el medio de una dura guerra contra los terroristas, están siendo cuidados y protegidos, incluso por ella. 

Eso es lo que por estos días vive Cecilia Flores, mamá de Yoel y Selene, también de Nurit Macon, que está cursando el último año del secundario en San Juan, cree que estudiará Arquitectura pero mientras tanto aprende hebreo por si decide hacer el mismo camino que sus hermanos mayores.

Cecilia es cordobesa de nacimiento pero desde muy pequeña vive en San Juan. De hecho aquí pasó el terremoto en Caucete siendo chica y cree que esa resiliencia para superar un momento complicado es la fuente de su fortaleza, la que a su vez les ha transmitido a sus hijos que la ponen en práctica en muchos momentos. Especialmente ahora, en medio del conflicto armado. 

Hasta ahora nunca viajó a Medio Oriente, pese a sus deseos. Lo que conoce de Israel es por lo que busca en Internet, por lo que lee y por supuesto por todas las bondades que le cuentan y le muestran sus dos hijos mayores, los que viven allá desde antes de la pandemia. "Para ellos es su casa, su hogar. Yo como mamá lo percibo. Me doy cuenta que se sienten bien allá por eso no volverían por nada en el mundo. Solo cuentan cosas positivas y muchos aprendizajes adquiridos", refiere haciendo alusión a la vida que llevan Yoel y Selene.

Su hijo mayor -de 26 años- fue el primero en viajar, en el 2018. Selene -de 23- se fue en julio del 2019.

El varón actualmente está transitando su primer año como soldado -ingresó en diciembre del año pasado- y cuando no está en las bases militares, vuelve a su departamento en Ramat Gan, cerca a Tel Aviv. Ella también vive muy cerca de ese punto central del país pero en Herzlia, una ciudad costera. Ahora trabaja en la caja de una panadería y pese a que la vida comercial está diezmada por la situación a la chica la distrae por un lado y por otro, le gusta cuando llega el momento de cerrar y todo lo preparado que no se vendió se dona a los soldados o a los viejitos sobrevivientes del Holocausto. Mientras tanto está esperando ser citada como reservista. Es que ella, luego de dos años de ejército y de haber hecho, en ese ínterin, un entrenamiento y un curso especial, terminó como Comandante en terreno para las bases de la Fuerza Aérea. Y cuando toda la situación adversa pase, sueña con venir a San Juan para luego comenzar su carrera en enfermería especializada en Neonatología. Le encanta cuidar bebés. En cambio Yoel, quiere seguir la carrera militar y ser oficial, claro que para eso, antes, hasta el 2024 tiene que completar su entrenamiento.

"Él está destinado en una base fronteriza, en el norte de Gaza. Si bien no puedo dar muchos detalles porque no lo cuentan por cuestiones de seguridad, sé que fue una de las más afectadas cuando el ataque comenzó a las 6:30 de la madrugada de aquel sábado 7 de octubre. Escucharon los misiles y que empezaban a tirar disparos que no eran comunes, entonces por protocolo les indicaron que fueran a uno de los búnkeres a protegerse. Lo que más me emocionó fue que Yoel me contó que pese a ponerse en riesgo su vida, él se devolvió a rescatar a una compañera que estaba llorando porque estaba como paralizada. Que no la podía dejar sola. Ahí me di cuenta que es por ahí el camino y eso me enorgullece porque en ese lugar entraron más de 30 terroristas, arrasaron con lo material y las personas que tenían a la vista y luego de muchas horas se dispersaron por diferentes sitios", dice con emoción sobre su hijo que antes vivió y trabajó en un kibutz del norte, en hoteles de Eilat -una ciudad balnearia colindante con Egipto- y en muchos restaurantes en Beersheva y hasta en una fábrica en Tiberíades. 

¿Cómo pasa los días, ante semejante distancia, y con sus hijos en el medio de un peligro latente? "Nos contactamos muchas veces al día. De hecho, mi mañana comienza con un buen día Yoel, buen día Selene. Tenemos un ritual: me gusta llegar a las 6 de la mañana a mi trabajo en el Centro Cívico porque hay paz, tranquilidad y el silencio óptimo para rezar por ellos y por mis ancestros, para pedir porque sea un día laboral sin inconvenientes y le pido al Señor que yo pueda ser útil a quienes me necesite, que sea buena en su obra. Es un momento muy especial, en el que me permite llamarles a los chicos", confiesa Cecilia. La diferencia horaria ayuda a que le respondan lúcidos (porque allá es mediodía casi) mientras que para ella es cargarse las pilas y sentir que los saluda como si los despertara aquí, en San Juan, a la misma hora, todas las mañanas.

"Ese sábado fue un tormento para mí. Veía tantas imágenes horrorosas y crueles que superan cualquier película que cuando mi hijo me llamó, en voz muy baja, para avisarme que estaba escondido, lo único que alcancé a decirle fue que me imagine delante suyo, dándole la mano. Siempre tuve la convicción que una madre nunca deja que toquen a un hijo. Le dije visualizame, es lo único que te pido, imaginame a mí que te voy a cuidar si aparecen los terroristas para que no te toquen. Las madres somos leonas. No permitimos que dañen a nuestros hijos. Se lo repetí a mi hija y a su novio Dror, que está en otra base. Juro que lo haría por cualquiera de esos chicos, por esas familias destrozadas, por los abuelos, los bebés y tantas mujeres que son víctimas injustas de esta irracionalidad. Y si tuviese allá y tuviese enfrente a un terrorista, sencillamente lo abrazaría porque estoy segura que no conocen el amor y que nadie los abrazo alguna vez", asegura la mujer que jamás en su vida se le hubiese pasado por la cabeza tener dos hijos soldados, mucho menos en la realidad argentina en la que hace años, el ejército es voluntario. En cambio, en Israel es obligatorio, para varones (que lo hacen 3 años, desde los 18 a los 21) y mujeres (2 años de entrenamiento hasta los 20 años) pero que al finalizar quedan ligados como reservistas del Tzahal o Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) -tal como se le llama en hebreo al ejército-. Es decir tarde o temprano serán convocados para entrenar por una semana al año y si es necesario entrar en combate, hacer rescate o brindar apoyo al resto de los soldados, entre otras tareas específicas, más en una guerra como está sucediendo desde hace más de una semana en esta parte del mundo que enfrenta a israelíes con el Hamás. Así es hasta que llegan a los 40 años.

"El Tazhal es un ejército diferente. Mi hija que ha entrenado soldados me dice todo el tiempo. Les enseñan a defender a su país y su gente, es un ejército más humanista que los que conocemos. Se trabaja en equipo, se habla del respeto por el otro y hay gestos muy bonitos como toda la asistencia, cuidados, comidas que tienen para con los soldados. Allí la gente está orgullosa de sus soldados, los quieren y los valoran. Por eso es un honor ser soldado. Ahora mismo hay una gran solidaridad con ellos en las calles los salen a saludar, los aplauden, les llevan alimentos. Son gestos que para una mamá son vitales. A la vez no lo creo capaces de atacar, cometer barbaries o herir porque sí, sí de defenderse. ", asegura Cecilia que pero no que no dudó en respetar las decisiones de sus hijos cuando le plantearon seguir los pasos de la familia de su papá. Allá viven sus tías Raquel y Nancy y tienen muchos primos. 

Por supuesto que reconoce que tiene miedo y angustia. Pero a su vez, siente algo raro. "No solamente confío sino que en el fondo de mi corazón siento que no les va a pasar nada, quizás sea el modo en que me autoconvenzo. Desde acá no puedo hacer más que rezar desde mi religión y pedir que termine esto que no es una guerra, sino que es un ataque cobarde de terroristas y hombres de valores diferentes, sin corazón, ni cabeza", afirma.

Y aunque sabe que no volverán a ser los mismos, para ella, siempre serán sus chiquitos.