Los niños aprenden habilidades y estrategias sociales con los amigos que son imposibles de adquirir en el contexto familiar. Con los adultos se produce el primer tipo de relación social, a través de las complejas relaciones que el niño establece con ellos, adquiere las habilidades sociales necesarias, por ejemplo, para compararse y diferenciarse de los demás, cooperar, competir, intercambiar, negociar o defenderse. Al salir de la familia, el niño descubre múltiples posibilidades para seleccionar sus compañeros de juego. Aprende también que sus iguales no le aceptan fácilmente. Tiene que convencerlos de sus méritos como compañero y a veces tiene que anticipar y aceptar la exclusión.
La comunicación con amigos sobre lo que cada uno siente suele ser un excelente medio para comprenderse mejor, aprender a controlar las emociones y poder así prevenir problemas posteriores. Los amigos de la infancia nos permiten ensayar una serie de conductas del mundo adulto, a modo de juego. Y como el juego, la amistad es fuente de aprendizajes significativos y vitales en la niñez y la adolescencia.
La situación imaginaria que supone el juego proporciona un contexto protegido que permite a los niños ensayar determinadas habilidades necesarias para su vida adulta, sin los riesgos que supondría comenzar a practicarlas en la vida real.
Los adultos podemos experimentar que es cierto lo que dice la Biblia: "Quien encuentra un amigo fiel, encuentra un tesoro’. Los padres deseamos que nuestros hijos e hijas lo experimenten también. Esto es importante porque en la amistad los niños aprenden, entre otras cosas, a advertir los sentimientos de los demás y qué es adecuado hacer o no en determinadas situaciones, a ganar, a perder, a compartir, a confiar, a resolver conflictos advirtiendo qué es justo y qué no, a respetar normas. Pero debemos ser cuidadosos, ya que a veces intentamos promover que hagan amigos de modos poco eficaces, como por ejemplo:
Resulta más adecuado recurrir a algunas de estas alternativas:
– Hablar con nuestros hijos sobre el valor que representa para nosotros la amistad, contarles anécdotas vividas con nuestros amigos, permitirles compartir algunas actividades con nuestros amigos. Los niños aprenden más de lo que ven en nosotros y vivencian, que de lo que les decimos.
– Favorecer y crear oportunidades para que se encuentren con compañeros, vecinos, hijos de nuestros amigos.
– Respetar el estilo de sociabilidad de nuestros hijos. Algunos se sienten a gusto con muchos amigos, otros, con menos amigos pero más íntimos. Algunos hacen amistades rápidamente, otros niños necesitan más tiempo.
– Saber proponer actividades y también aceptar lo que los demás proponen.
– Advertir los sentimientos de los demás y actuar en consecuencia.
– Reconocer los propios sentimientos de bienestar y compartir con aquellas personas que los generan.
– Reconocer los sentimientos de malestar y solucionar las situaciones que los generan o evitar a las personas que los causan (no persistir en el intento de ser aceptados por grupos que los rechazan reiteradamente).
– Dar y recibir ayuda e información, sobre todo en la escuela.
– Saber compatibilizar la responsabilidad en las tareas con la solidaridad hacia sus compañeros.
– Expresar aceptación y simpatía.
– Evitar acaparar la atención todo el tiempo o pasar siempre desapercibido, alternando el protagonismo y la atención del grupo.
– Adquirir habilidades para juegos, deportes, actividades recreativas y uso de tecnologías que sean de su agrado y los acerquen a sus pares.
– Seguramente ya pensaron otras más, ¡suerte en el intento!
Fuente: María Inés Stanziola – Lic. En Psicología – MP 330
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