Silvina y Gimena Rodríguez/Muñecos de tela

Puntadas a conciencia y con amor


Quien no se sintió atraído alguna vez por la calidez de los muñecos de tela, más si recrean animales del bosque, de esos que no faltan en los cuentos y en la imaginación de los pequeños. Y si se hacen con retazos impecables luego de darles una segunda opción de utilidad y teñidos con colores que surgen de la piel de cebolla, de la corteza de algunos árboles y hasta del corazón de la palta, su valor es doble. Con esa ternura nació la Tiendita Totó, de las hermanas Silvina y Gimena Rodríguez quienes confeccionan zorros, pandas, ratones que asombran a grandes y chicos.

En realidad la que comenzó con la idea fue Silvi que dejó su profesión de nutricionista para convertirse en eco emprendedora. Allí aplicó sus saberes de costura, bordado, teñido, más lo que debió aprender para lograr sus exclusivos muñecos acá en la provincia. Aclaración que vale la pena porque desde hace dos meses está en Países Bajos instalando su taller para llevar el talento sanjuanino a esas tierras. Afortunadamente la Tiendita sigue también por estos pagos a cargo de Gime, quien dejó su tarea de técnica en turismo y empleada de joyería para sumarse a esta idea desde hace un par de años.

La pandemia fue la responsable -en gran parte- de esta iniciativa porque si bien Silvi se dedicaba a su profesión, el "parate" le dio la oportunidad de generar estas creaciones a partir de pedazos de telas que ya estaban para el descarte. Así en lugar de generar basura, hicieron muñecos.

"Yo había empezado a leer mucho sobre sustentabilidad, biomateriales y comencé a meterme en todo lo que era diseño textil sustentable. Incluso una amiga que vive en Barcelona me ayudó mucho en este tema y en plena pandemia me largué sola en Córdoba donde vivía en aquel momento. Ya hacía muñecos como hobby y me habían empezado a comprar, pero decidí usar tintes naturales y a cuidar cada detalle para que fueran ecológicos", relata Silvina quien a pesar de la distancia no descuida el eco emprendimiento ubicado en Concepción.

Al poco tiempo surgió la idea de hacer ropita para cada muñeco y algunos accesorios como mochilas muy pequeñitas. Todo esto a baja escala hasta que volvieron a la provincia y alcanzaron un crecimiento inesperado.

"Empecé con pocas cantidades hasta que se sumó mi hermana que se enganchó de una manera increíble. Dejó todo lo que hacía para trabajar conmigo porque ya no podía más sola. En ese momento había comenzado con ventas por mayor y era imposible hacerlo sin ayuda. Acá crecimos exponencialmente, nunca pensamos tener esta receptividad por parte de la gente. Íbamos a las ferias de emprendedores, nos empezaron a conocer y a demandar. Nos invitaron a una expo en Anchipurac y desde ahí nos buscaban de todas partes y las ventas aumentaban. La gente valoró nuestro trabajo", cuenta Silvina.

Actualmente las ventas se realizan por Instagram a cualquier punto del país, sin perder presencia en las ferias sanjuaninas que son las que le han dado impulso a Tiendita Totó.

La confección de los muñecos es totalmente artesanal, lo que les demanda muchas veces el cierre del taller para dedicarse a teñir telas, una labor que demanda tiempo y dedicación.

Córdoba y Buenos Aires son dos de los destinos donde más venden a negocios que encargan en cantidades por lo que una de las aspiraciones es agregar una persona que ayude en la confección.

Actualmente Gime se aboca más a la parte operativa y Silvi a redes sociales, prensa y contactos comerciales.

El taller está ubicado en avenida Rioja 572 norte entre Chile y Haití donde se puede asistir con cita previa al whatsapp (264 508 5682 y 354 643 9515).

Otro detalle fundamental es producir stock en temporada baja para las ferias previstas y para abastecer las solicitudes de los clientes de otras provincias que no paran de pedir los cálidos animalitos.

"Siempre me gustaron los personajes del bosque. Entonces todo el proceso creativo comienza imaginando, por ejemplo, al zorrito sin caer en parecidos con los que pueda haber en el mercado. Primero hago el dibujo, me imagino en que colores lo haremos y después preparo la moldería para crear un prototipo en lienzo blanco. Si queda como a mi me gusta le doy para adelante, sino no. La carita es lo último que bordamos, cuando el muñeco está relleno y listo porque creemos que en ese momento cobra vida. A esto se suma que le ponemos un nombre, nos inventamos una historia de donde viene como por ejemplo el último que hicimos viene de Salta, le gusta el folclore, bailar con sus amigos, otros van a un club de lectura, otro toca la guitarra. O sea que le ponemos personalidad a cada uno. Tanto que algunos tienen su lista de spotify que compartimos en Instagram y así les vamos dando vida", cuenta.

Cada muñeco llega con una postal que incluye una la frase "te pido que me cuides", y las indicaciones de lavado, además de un espacio para una dedicatoria.

Los detalles abundan al punto que la etiqueta es plantable y es entregado en una bolsita de tela. Todo orientado a generar una mínima cantidad de residuos.

Pronto se sumará una tarjeta identificatoria donde se contará la historia de cada personaje, una especie de cuento para darle valor y vida al animalito.

Para seguir aportando al cuidado ambiental, decidieron trabajar con dos marcas que les enviaban los descartes textiles que usaron para la confección de la ropita. Una iniciativa que genera la denominada economía circular.

También una casa de decoración les regaló las muestras de ecocuero de los sillones que vende, que luego usaron para hacer listones y hebillas de las mochilas. Todo se ocupa al máximo.

Claro que en los comienzos ocuparon las prendas de su propio guardarropas que ya no usaban y tampoco estaban en condiciones de darles otra oportunidad. Luego llegaron las donaciones de familiares y amigos, incluso aquellas que están rotas porque ellas utilizan pequeños retazos.

Tanto Gime como Silvi han tenido siempre una gran conciencia ambiental. Crecieron en una casa amplia cerca del Mogote en Chimbas donde criaban gallinas, hacían compost, entre otros detalles inculcados por su papá. Se puede decir que son fans del reciclado, de la moda de segunda mano, de la separación de residuos, y todo lo que pueda ser un aporte al ambiente.

Para los tintes usan cáscaras de cebolla que les entrega Rosa, una señora que trabaja para una casa de empanadas pelando este vegetal, y ellas agradecen con ropa de segunda mano y muñecos.

A la par usan corteza de eucaliptus - que cae al piso, no la quitan del árbol-, que da color gris y rosa nude, yerba mate para obtener los verdes y carozos de palta que brinda un rosa fuerte.

Están dispuestas a recibir donaciones que pueden hacerse mediante el contacto telefónico o redes sociales. Así acuerdan buscarlas o bien llevarlas al taller.

Ahora todo este talento comienza a tomar vida en Países Bajos, a 40 minutos de Ámsterdam, donde Silvina vive desde hace dos meses con su marido por razones laborales. "Traje telas y algunos elementos para teñir que acá no hay con la esperanza de crear la Tiendita, claro que en San Juan seguimos trabajando y en julio voy por algunos días para ayudar a mi hermana. Desde que terminan las Fiestas de Fin de Año comienza la temporada baja para nosotras y aprovechamos para generar stock. Mientras tanto estoy armando el taller acá para empezar a vender", cuenta Silvi desde Europa.

Un eco emprendimiento que cumple con todas las normas de quienes han advertido la urgente necesidad de no generar tantos residuos, no contaminar si se quiere conservar el planeta a largo plazo.


Miguel Jotayán/Rulemanes, cadenas y otros descartes de talleres

Una vuelta de (J) tuerca

A esta altura todos saben que reciclar es encontrar una oportunidad donde otros no la ven, es realizar un aporte al planeta, y muchas cosas más. Claro que si a todo ese plus se suma que los desechos se transforman en juguetes para niños la valoración se multiplica. Esa fue exactamente la intención de Miguel Jotayán cuando en 2016 atendía con su esposa un comedor de la Villa Huarpe a modo de motivar y agasajar a los chicos. Una idea solidaria que nació tan naturalmente que Miguel, por ese entonces mecánico, decidió poner en marcha con las piezas que sobraban del taller -chatarra en definitiva- para convertirlas en juguetes.Como si eso fuera poco garantizaba regalos que no se rompían fácilmente porque recordaba su niñez cuando "no habían juguetes que resistieran".

Miguel trabajaba en un taller que reparaba trenes delanteros y en el que, por supuesto, se desechaban repuestos. Por ese entonces se dedicaba, a la par, a atender un comedor para niños en la Villa Huarpe. "En un momento quisimos hacer algo para premiar a los chicos, algo que fuera diferente y comencé a hacer motos, autos, muñecos, todo lo que se pudiera realizar con metal. Era una idea que siempre había tenido pero nunca la había ejecutado. Así fue el comienzo, con el único fin de incentivar a los chicos hasta que un día unos clientes del taller vieron lo que hacía y me compraron, incluso algunos para llevar de regalo a Estados Unidos y a Canadá. A la vez uno de ellos me aconsejó que vendiera y recién el 2019 con la pandemia dejé de trabajar y me aboqué totalmente a eso", cuenta.

Es que a esta rica historia de superación y creación se suma un problema de salud en sus pulmones que lo llevó a ser operado en 2010 y, por prescripción médica, debía dejar de trabajar. Una situación más que difícil para quien tiene cinco hijas. La necesidad fue superior a cualquier pedido y siguió con su oficio.

Con la pandemia todo se detuvo, pero además el pasó a ser paciente de riesgo y debió quedarse en casa.

Esa fue la mayor motivación para seguir creando artesanías, ya con el claro objetivo comercial porque no quedaba otra para sobrevivir.

"Desde entonces vivo de esto. En este momento hago lámparas con los tubos de los matafuegos, motos y autos con ruedas que se mueven para que los niños puedan jugar y no sean sólo un adorno. Recordé que cuando era chico no me duraban los juguetes, era tremendo, en cambio estos duran mucho, son casi indestructibles", dice entre risas. 

También hace pulseras, llaveros, porta sahumerios, veladores tanques de guerra, helicópteros, entre otros objetos que realmente son dignos de admirar por su estética y nivel de detalle. Todo se puede ver cada sábado y domingo de 19 a 23 en la feria del Paseo de las Palmeras en el Parque de Mayo al costado del estadio Aldo Cantoni.

Allí "J Tuerca", tal como bautizó a sus artesanías ofrece estas obras de arte a partir de los 400 pesos los llaveros, 3500 pesos las motos hasta 4000 los veladores.

Además de las ferias cuenta con redes sociales -Instagram y Facebook- para que la gente pueda ver su obra y tomar contacto con él en el caso de querer adquirirlas y luego buscarlas por su domicilio en Rawson.

Todo lo que recicla Miguel se lo entregan colegas de la mecánica que saben que él les da una utilidad y se aseguran que la chatarra no irá a parar a basureros. Otro aporte que suma.

"Los visito y algunos colaboran o les doy alguna artesanía para ellos o sus hijos porque la mayoría me conoce", dice con gran humildad.

La pandemia a Miguel le cambió la vida tanto que dejó la mecánica para dedicarse a las artesanías, algo que le vale el reconocimiento de mucha gente, y sobre todo, puede cuidar más su salud.

"Me operaron dos veces de los pulmones y tengo dificultades para respirar pero pude seguir adelante. Gracias a Dios puedo vivir de esto y tengo el honor que muchas de las artesanías están en diferentes puntos del país y en el exterior", dice Miguel, quien en un principio no había tomado conciencia del aporte a la naturaleza.

Luego empezó a leer y descubrir que era un aporte al deteriorado planeta, un valor agregado a lo que estaba haciendo. Ahora es un orgulloso "ecoemprendedor", registrado en la Secretaría de Ambiente de la provincia.

Nunca copió nada. Recuerda que veía los descartes del taller mecánico y en su mente se recreaban objetos, como cuando era niño. Las primeras obras eran fijas, más de adorno, hasta que logró darles funcionalidad para que se convirtieran en atractivos juguetes. Los manubrios de las motos empezaron a moverse, igual que las ruedas de los autos, incluidos unos que son una especie de réplica de la Fórmula 1, y ni hablar de las hélices de los helicópteros que tomaron vida propia.

Los avances llegaron con la incorporación de algunos elementos y máquinas que le permitían cortar, soldar y dar forma a cada creación.

"Ninguna sale igual a otra, es imposible porque todo lo corto y armo ya que son piezas en desuso. Nunca es el mismo material ni la misma forma. Consigo rulemanes de motos, bielas, discos de frenos, tensores, matafuegos que se tiran, todo aquello que no sirve para mi es útil. En base a lo que tengo es lo que voy imaginando y haciendo", relata.

No hay que olvidar que la cantidad de hierro que se tira es muy alta y muy difícil de volver a reutilizar porque para lograrlo deben usar altas cantidades de agua con gran emanación de gases tóxicos al momento de fundirlos. Ese es el gran motivo que convierte a Miguel en un artesano que realiza un gran aporte al ambiente. 



Cintia Cortez / Maceteros, porta objetos y mandalas a base de tarritos

Enlatados llenos de vida 

A Cintia Cortez ya la conocen en los negocios de su barrio e inclusive en muchas fiambrerías. Siempre pide lo mismo: las latas de dulce de batata. No lo hace porque sea fanática del postre. Sino porque ha encontrado en esos elementos que generalmente van a parar al basurero, la principal fuente de inspiración de su emprendimiento Piu Ámbar. Ella las recicla y las usa para convertirlas en maceteros, porta objetos y otros utilitarios decorativos con aires vintage que ha vendido en algunas ferias en Anchipurac y que ahora ofrece a pedido. 

Como le pasó con el plástico, a las latas como materia prima, las visualizó en plena pandemia. En ese tiempo de parálisis total del mundo, pudo dedicarse a hacer cursos on line sobre distintos materiales y técnicas artísticas pero también pudo investigar. Fue entonces cuando tomó conciencia de la contaminación que generan y el tiempo que tardan en descomponerse, sumado a que una de las profesoras le mostró un trabajo a base de una lata de anchoas y a ella le fascinó tanto que se dedicó a buscar alternativas parecidas para hacer sus propios diseños. Así fue como recurrió a las latas de dulce de batata, pero también las de conservas, picadillos, atún e inclusive las cápsulas de café express para sus artesanías y así evitar la generación de más residuos.

Ese fue un antes y un después en su hobbie -ya que ahora está empecinada en terminar el último año que le queda para recibirse como Archivista, oficio del cuál trabaja todas las mañanas-. Se apabulla cuando se entera que por ejemplo una lata de gaseosa, cerveza o de alguna conserva pequeña puede tardar unos 10 años hasta convertirse -con ayuda del aire- en óxido de hierro, pero más de 40, para degradarse completamente. Es más, si fuese cien por ciento de aluminio, un material altamente recuperable, tardaría más de 100 años en desaparecer. Claro que ese no es el único problema: producir cada lata genera en la atmósfera aproximadamente el doble de dióxido de carbono que cada botella de plástico. Lo bueno de todo esto es que las latas tienen un alto nivel de reciclado por sus componentes, a diferencia de otros elementos. Todo eso justifica su "cambio" de rumbo, es que como siempre fue habilidosa, antes trabajaba en costuras, confección de disfraces y en lo que podrían llamarse artesanías tradicionales -como mates de madera y macetas de barro pintadas e intervenidas- que muchas veces le implicaban comprar muchos materiales extras. Ahora apuesta al reciclaje ya que, además de la veta de concientización social y del cuidado del medio ambiente que implica, cada vez hay más clientes que lo eligen.

"Preguntando, investigando, dándome cuenta de todo lo que tiramos y que podría seguir teniendo vida útil, me empecé a interiorizar en el reciclado, me gustó la onda y lo incorporé para usar darle una segunda oportunidad a latas, a plásticos, lanas", dice esta mujer de 39 años, mamá de Pía y Ámbar que empezó reutilizando plásticos transparentes para hacer mascarillas faciales protectoras en tiempos de covid-19. Ese material luego le permitió incursionar en el rubro de los objetos de decoración, entonces hizo cactus de plásticos decorados con pinturas que asemejaban vitrofusión. Y como una cosas lleva a la otra, un día vio en las latas una buena opción de maceta y por qué no, de porta macetas. 

"Con un poco de creatividad y buen gusto, convierto las latas en maceteros, o como contenedores para guardar pinceles, utensilios de cocina como los cucharones y cuchillos, para las lanas, como centros de mesa, también se pueden colgar como un simple adorno. A algunas las pinto, les hago terminaciones con pinturas a la tiza que las protege y no permiten que se raye o se salte la terminación, a otras inclusive les agrego flores con saquitos de té reciclado, que tiñen el material y le dan un dejo de añejo. Otras latas un poco más chicas como las de la leche en polvo sirven para hacer porta servilletas de papel. Y las tapas de las latas para hacer mandalas o atrapasueños, inclusive agrego las cápsulas de café para hacer la terminación que sostiene las borlas de hilo. Con esas mismas latitas, alambre y algunos detalles, como molduras y decoupage, puedo hacer tutores para las plantas. Con latas más pequeñas, como las de picadillo hago macetitas para poner con un imán en la heladera o cajitas para guardar bijouterie o son útiles para el escritorio", detalla la artesana que básicamente hace las intervenciones artísticas y los diseños. Es que cuenta con un ayudante de lujo indispensable: su marido que es quien utiliza la amoladora para cortar prolijamente y dar las formas que necesita para sus proyectos, ya que es un equipamiento que no es sencillo de manipular.

Sin lugar a dudas, la iniciativa de Piu Ámbar -se la puede contactar al teléfono 2644635118 o por Instagram como @piuambar-

no sea la solución al problema de contaminación que provocan las latas, pero si un pequeño aporte. Y eso, a Cintia, la llena de orgullo, pero también de compromiso.

Por Paulina Rotman y Myriam Pérez
Fotos: Colaboración Tiendita Totó, J Tuerca y Piu Ámbar.