Por la vida de Sarmiento ya habían pasado sus viajes, sus aprendizajes de los modelos educativos y democráticos de Europa y EEUU, la puesta en práctica de sus ensayos sobre lo que consideraba la civilización que necesitaba la Argentina para ser una nación moderna. Corría 1862 y el Maestro, con 51años de edad y en su cargo de gobernador de San Juan, emprendió una campaña sin precedentes en pos del desarrollo minero, que veía como una fuente ilimitada de capacidad de generación de riquezas para el proyecto nacional. Fue así que contrató al ingeniero en minas inglés Ignacio Rickard, a quien había conocido durante su etapa como minero en Chile, para que relevara los yacimientos precordilleranos y ese estudio permitiera trazar una planificación responsable de la política minera. Fue la mayor investigación sobre minerales que se encaraba, hasta ese momento, en la historia de la provincia.
Sarmiento estaba decidido a ir a fondo. Sabía que ningún sueño de crecimiento podía sustentarse por afuera de la estructura de la historia política. Entonces designó a Rickard como Inspector de Minas de San Juan, creando así el primer cargo provincial vinculado a la minería. Y cuando llegó la hora de que el inglés comenzara su viaje exploratorio, Sarmiento, astuto en los gestos que necesitaba la política, lo acompañó a caballo, en una especie de desfile oficial en medio de la población sanjuanina, hasta donde terminaba la ciudad urbanizada, que es en la zona de la actual Esquina Colorada. Era el espaldarazo institucional que pretendía mostrar con énfasis para destacar lo importante de tejer una estrategia minera.
Rickard recorrió la serranía de El Tontal, en la precordillera calingastina, y su expedición abarcó más de dos decenas de yacimientos de oro, plata y cobre. El viaje fue duro, pero satisfactorio. De cada yacimiento recogía muestras de roca que luego analizaba en el laboratorio oficial, para determinar la riqueza metalífera del suelo que estudiaba. Los resultados no sólo dieron inicio a la campaña que inició Sarmiento, sino que además fueron publicados un año más tarde en Inglaterra, en un libro que se convirtió en referencia ineludible para los minerólogos del mundo.
Sarmiento, inspirado en el plan modernista que defendía desde décadas atrás, estaba convencido de que había que poblar las zonas desérticas y extender la civilización hacia las fronteras. Ese concepto, unido a la certeza que le había dado el Inspector de Minas sobre la riqueza metalífera de los suelos recorridos, derivó en un decreto inmediato del Gobernador: fundar un centro poblacional en El Tontal, al menos a unos 3 kilómetros de distancia de las minas de oro Carmen Alto, Potosí y Manto Mercedes, y bautizar ese lugar como Villa Rickard, en un claro reconocimiento a su funcionario, hombre de confianza de amigo.
Pero la idea nació con contratiempos. Los trabajadores mineros no querían establecerse tan lejos de los yacimientos, sino directamente sobre ellos. Eso era algo con lo que el Gobernador estaba totalmente en desacuerdo, dado que sostenía que la vida del minero era desordenada y licenciosa, y que los excesos llevaban incluso al saqueo de metales en los establecimientos.
Finalmente fue creada la Villa Rickard, pero no como había sido planeada. Los mineros que se establecieron allí no llevaron con ellos a sus familias. Paralelamente, pese a que Sarmiento generaba marcos jurídicos que alentaban la inversión de capitales privados para el desarrollo imprescindible de la tecnología, y le pedía ayuda en ese sentido al presidente de la Nación, Bartolomé Mitre, la situación política del país ponía nubes en cualquier horizonte. El trabajo en aquellas minas llevó metal a la fundición en Hilario, pero la falta de mejor tecnología y de un crecimiento urbano en el lugar hizo que la villa existiera sólo durante una década.
Por ese tiempo, Sarmiento ya había creado la Diputación de Minas, la Compañía de Minas y la Escuela de Minas (base de la actual Escuela Industrial de la UNSJ). Su plan unía la producción minera con la educación como vehículo de construcción de la democracia. Pero otra vez el destino le deparaba una interrupción: las luchas intestinas con los caudillos (que generaban una permanente desestabilización política y una consiguiente desconfianza de los inversores extranjeros), los resonantes asesinatos de Antonino Aberastain y del Chacho Peñaloza en esos enfrentamientos, más la falta de apoyo con la que se topó en su propia provincia, hicieron que renunciara a la Gobernación en 1864. Terminaría en una suerte de exilio con ostentación de cargo diplomático en EEUU. Y aún estando en aquel país sería electo, en 1868, presidente de la República Argentina.