Hace pocos días leía en un periódico español lo siguiente: "Quedarse en casa no es divertido. Escápate en Semana Santa". En medio de un contexto de secularización como es el que vivimos en nuestra aldea global, que es el mundo, vamos vaciando de contenido, incluso las celebraciones más sagradas de los cristianos. La Semana que iniciamos hoy no son siete días más. Son siete jornadas marcadas por el recogimiento y la contemplación hacia el amor de nuestro Dios que sube a Jerusalén para morir sirviendo y amar salvando. Un Dios que no se lavó las manos como Pilato, no vivió la negación como Pedro, ni se vendió como Judas. Simplemente se "entregó", porque lo propio del Amor es donarse. No pensemos, como señalaba la propaganda citada al inicio, que debemos "escaparnos" para "divertirnos". Estos son días en que deberíamos realizar el viaje más comprometedor: hacia adentro de cada uno de nosotros. Julien Green, fue un escritor católico francés que vivió casi en el arco entero del siglo XX (1900-1998). Recuerdo haber leído hace algunos años su "Journal", un diario desarrollado en diez volúmenes, en uno de los cuales expresa que: "El más grande explorador no cumple viajes así largos y decisivos como cuando tiene que descender a la profundidad del propio corazón". Se complementa esta idea con uno de los Pensamientos de Blas Pascal, cuando afirma: "¡Qué insondable es el corazón del hombre y qué lleno de pesadumbre está!" (n. 143). El viaje en esta Semana Santa hay que hacerlo hacia el interior del corazón. Allí se realizan las más grandes e importantes decisiones, y allí se opta definitivamente por Dios para dejar de arrastrar el pasado y pasar a tener futuro. En estos días, propicios para la reflexión interior, tratemos de recuperar la paz pérdida en medio de la agitación cotidiana. Y la paz se diluye cuando retaceamos la sonrisa, acentuamos nuestro tono, usamos la espada en el humor, reavivamos viejas heridas, ensuciamos la memoria con el recuerdo del mal, confundimos firmeza con intransigencia, priorizamos nuestras ocupaciones, privatizamos los triunfos y globalizamos nuestros fracasos, no reconocemos el derecho a la equivocación, y cuando libramos de una estampida nuestro propio egoísmo. Pascua significa "paso". Lo que iniciamos hoy son días de pasos nuevos, hacia adelante, y comprometidos, para arrepentirnos hoy por el mal causado ayer, amar y dejarnos amar sin miedos, asumiendo el compromiso de generar encuentros y promover la concordia. Cuenta en sus "Memorias" el rey Balduino de Bélgica, que una vez visitó protocolarmente al presidente italiano Sandro Pertini. "Sentí el deber, señala, de decirle a aquel viejo socialista, que yo había rezado por él para que tuviese la fuerza y la luz para cumplir su misión. Se mostró muy conmovido por ello. Mientras conversábamos, aumentaba mi afecto por aquel hombre valiente y honesto, tanto que tenía ganas de abrazarlo; pero no me pareció oportuno decírselo. Luego, cuando ya me iba, en el momento de abrir la puerta de salida, fue el mismo quien me llamó y me dijo que quería darme un abrazo. Lo estreché fuertemente y comprendí una vez más que el amor viene del Señor y que es maravilloso dejarse guiar por él". No importa que pensemos distinto, sino que nos amemos más, gracias a nuestras diferencias. El mejor deseo para esta Semana Santa es que podamos dar pasos novedosos en la vida personal y en la realidad social. Que aprendamos a construir puentes y a derribar muros. Que sepamos decirnos más "te perdono" y extingamos el herrumbre de la venganza; más "te amo" y menos "no me interesas". De este modo, la Pascua de este año no habrá pasado en vano.