El 33 % de nuestras cepas todavía son criollas de ahí su importancia en identificarlas correctamente y buscarle el valor que puedan aportar por su resistencia y por el vino de calidad que puedan entregar usando la nueva tecnología. 


La Argentina tuvo una viticultura colonial, muy básica, pero no menos importante por el valor que tenía su uva, su pasa y lo más preciado para la vida de sus primeras poblaciones de la conquista española: su vino. Muchas de esas variedades se fueron perdiendo desde 1850 en adelante, cuando surgió la viticultura industrial y que las reemplazó por otras cepas consideradas de mayor importancia enológica.


Un equipo de investigadores de la Estación Experimental Agropecuaria Mendoza del INTA, Jorge Prieto,Rocío Torres, Gustavo Aliquó, Martín Fanzone, Santiago Sari, María Palazzo y Jorge Pérez Peña, vienen haciendo desde hace 5 años, una trabajo de rescate de estas variedades criollas ancestrales de Argentina y continúa prospectando viñedos viejos en distintas zonas, recolectando material y analizándolo en busca de identificar otros genotipos. 


EL ORIGEN

Se denomina variedades criollas a las variedades que se originaron en Sudamérica. En general, se generaron a partir de cruzamientos naturales entre las plantas de vid traídas por los españoles desde la época dela conquista. Los cruzamientos naturales se producen cuando el polen de una variedad fecunda la flor de otra variedad, originando una semilla genéticamente distinta a sus progenitores, por lo tanto, un nuevo genotipo, o en el caso de la vid una nueva variedad. Si bien esto parece poco probable que ocurra, hay que considerar que las plantas se cultivaban mezcladas en la misma parcela y que esas variedades convivieron juntas por casi 400 años. Esta hipótesis fue probada hace algunos años por investigadores de la Universidad Nacional de Cuyo y de Chile, quienes determinaron que la mayor parte de estas variedades tienen como "progenitores" al Moscatel de Alejandría (variedad de origen griego traída a América por los jesuitas) y a la denominada comúnmente Criolla Chica, que en realidad es una variedad española cuyo nombre original es Listán Prieto. Estas dos variedades se cruzaron repetidas veces y originaron las variedades criollas más conocidas hasta el momento. Se trata, por lo tanto, de cepas que vienen siendo cultivadas en nuestro medio desde hace casi 400 años y adaptadas al medio ambiente local.


 En el mundo existen más de 5000 variedades de vid diferentes para distintos usos: en fresco, para vinos y pasas entre otros. Sin embargo, el mercado mundial de vinos está acotado a un grupo minoritario de variedades en su mayoría francesas, españolas e italianas. Estas pocas variedades (Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Merlot, Malbec, Tempranillo, etc.) ocupan un gran porcentaje de las ventas de vino a nivel mundial. 


El mercado argentino no es muy distinto, en especial luego de la transformación de la industria vitivinícola durante los años 90, cuando se realizó una reconversión de viñedos hacia variedades de alto valor enológico, todas europeas. Pero aún existen alrededor de 74.195 ha cultivadas con variedades criollas, un 33 % de la superficie cultivada con vid en Argentina. Las variedades criollas más cultivadas corresponden a Cereza (29.190 ha), Criolla grande (15.970 ha), Pedro Giménez (11.389 ha) y Torrontés riojano (8.221 ha). Durante las décadas de los 70 y 80 se privilegió el cultivo de estas variedades debido a su alto potencial de rendimiento. Su destino es principalmente la producción de vino básico y/o mosto dependiendo de las condiciones del mercado. Hoy en día, estas variedades están cuestionadas debido a su escasa aptitud enológica, en especial para la elaboración de vinos tintos. Una mención aparte merece la variedad Torrontés Riojano, la cual es considerada hasta el momento la única variedad criolla de alta calidad enológica.


A pesar de este cuestionamiento sobre las variedades criollas más conocidas, existe un interés creciente por parte de algunos actores de la industria en elaborar vinos de alta o media gama con estas uvas y de generar productos únicos del territorio, de calidad y que puedan diferenciarse en los mercados. Asimismo, es importante resaltar que algunas de ellas (poco conocidas al día de hoy) tienen un alto potencial enológico, el cual amerita ser estudiado en mayor profundidad.

El recorrido por todos los sitios en la búsqueda de cepas viejas.
La colección del INTA conserva en buen estado de las plantas y evitar pérdidas de individuos únicos.
Variedad Canelón, una de las nuevas variedades encontradas
Moscatel Rosado. Es una variedad criolla muy difundida.. 

 

> Diversidad genética y enológica sin explotar

 

Hasta hace algunos años, la única forma de identificar o diferenciar una variedad de vid era a través de las características morfológicas de hojas, ápices, brotes y racimos (ampelografía). Actualmente, a través de estudios del ADN se puede identificar un individuo o una variedad de forma precisa. Además, se pueden comparar los resultados con otras bases de datos en otros países para saber si la variedad ya existe en otra parte del mundo, o si se trata de una variedad original. En este estudio se trabajó con marcadores moleculares validados por la Organización Internacional de la Vid y el Vino y por trabajos de investigación previos nacionales e internacionales.. 


Cuando se habla de variedades criollas, es inevitable pensar en las variedades Criolla grande o Cereza y asociarlas de inmediato con una baja aptitud enológica. Sin embargo, existe otro grupo de variedades criollas que no se encuentran difundidas en el medio y que están siendo estudiadas con el objetivo de identificarlas genéticamente y conocer su origen y los posibles progenitores involucrados. De forma simultánea se está trabajando también en su caracterización agronómica y enológica. La mayoría de estas variedades se rescataron en la década del 50 de viñedos antiguos del Oeste argentino y se implantaron en la colección de variedades de la EEA Mendoza INTA, por los ingenieros del INTA José Vega y Alberto Alcalde. Algunas de estas variedades se perdieron con los años. Basta mencionar que había una colección con 50 variedades criollas que se arrancó en los años 70 y de la cual se pudieron recuperar algunos individuos. No obstante, muchas fueron conservadas en la colección ampelográfica que posee la EEA Mendoza INTA actualmente y han permanecido en el olvido hasta el presente, debido al interés casi exclusivo que despertaron las variedades europeas. Este trabajo se ha realizado en colaboración con un grupo de investigadores del INRA de Francia, donde se encuentra la colección de variedades de vid más grande del mundo y que alberga más de 7800 accesiones, que son materiales vegetales de vid recolectados de distintos lugares. 


Gracias al análisis de ADN, pudimos encontrar hasta el momento 28 variedades criollas diferentes, de las cuales 18 corresponden a genotipos no conocidos anteriormente y 10 a variedades ya previamente estudiadas. De las 18 variedades nuevas hay muchas que no están presentes en viñedos comerciales y es probable que las plantas de la colección sean las únicas existentes de la variedad. Por otro lado, los resultados también indicaron que hay otras variedades que actuaron como progenitores (además de Criolla chica y Moscatel de Alejandría antes mencionados) originando nuevas variedades. Entre ellas, se puede citar al Moscatel de grano pequeño y también al Malbec. El hecho que el Malbec sea el progenitor de dos variedades criollas indica que el proceso de hibridación continuó hasta después de la llegada de las variedades francesas a mediados del siglo XIX. En consecuencia, el proceso de "formación" de las variedades criollas fue más complejo y diverso de lo que tal vez se pensaba. 


Surge el interrogante si es entonces, el Torrontés riojano, la única variedad criolla con alto potencial enológico. Luego de identificadas las variedades y verificado su posible origen y progenitores, se evaluaron sus características vitícolas (peso de poda, rendimiento, evolución de la madurez, peso de baya, composición química de la uva) y enológicas (composición química y análisis sensorial de los vinos) mediante la elaboración de sus vinos a escala piloto. Estos 5 años de estudio permitieron identificar cerca de 10 variedades con potencial enológico promisorio debido a su composición poli fenólica, perfil aromático y acidez y que permiten asegurar que hay otras variedades criollas, además del Torrontés riojano que tienen elevado potencial enológico. Actualmente están multiplicando estas variedades para establecer un ensayo de mayores dimensiones y elaborar sus vinos a una escala mayor. En base a los resultados obtenidos en el presente trabajo, es posible diversificar la oferta varietal argentina de vinos a través del uso y valorización de variedades criollas de alto potencial enológico y generar una diferenciación en los mercados. Si bien puede sonar arriesgado, los resultados obtenidos hasta el momento permiten proponer esta vía de desarrollo.


Es muy probable que en viñedos y parrales antiguos aún existan muchas otras variedades desconocidas, mezcladas y/o confundidas. También es probable que muchas se hayan perdido. Esta erosión genética tiene consecuencias importantes, ya que implica una pérdida de patrimonio y diversidad del encepado argentino.