“Pá, ¿venís conmigo a jugar a la orilla?”. El nene tiene siete u ocho años y una pelota número 5 de esas que se canjean en estaciones de servicio debajo del pie derecho. “Buscate un amiguito, Manuel”. El padre, anquilosado en una reposera con el termo al costado, devuelve una pared, pero no la que el chico esperaba. No será el único frustrado del verano. Según un estudio que llevó a cabo la Dirección General de Desarrollo Familiar de la Ciudad de Buenos Aires, apenas un poco más de la mitad de los padres y madres -el 57 por ciento- dice aprovechar las vacaciones para dedicar más tiempo al diálogo con sus hijos. Y sólo el 35 por ciento usa el momento anual de descanso para compartir momentos de entretenimiento con su familia.

No son los únicos datos que se desprenden del estudio realizado en el marco del Barómetro de Hábitos Familiares del gobierno porteño: nada más que la mitad de los padres limitan su uso de dispositivos tecnológicos -y el de sus hijos- durante las vacaciones, lo que provoca, según define la investigación, “situaciones de desatención mutua”.

Esa información estadística tiene un correlato en las vacaciones playeras de miles de argentinos. “A los padres les gusta tener un espacio para que los chicos se entretengan solos un par de horas en el balneario y poder disfrutar ellos un poco. Es uno de los servicios más requeridos”, cuenta Sergio Sagardoy, encargado de dos balnearios de Playa Grande. Allí hay una maestra jardinera que organiza juegos y actividades didácticas para nenes de más de tres años, y dos profesores de Educación Física que hacen lo propio con chicos de seis en adelante. Los más grandes juegan al básquet y al voley, y también hay campeonatos de truco. “En promedio, cada chico pasa una hora y media o dos por día en los grupos de recreación, y allí forman una bandita con nenes de la misma edad y se van por ahí, eso deja tiempo libre a los padres y los pibes la pasan bárbaro”, sostiene. Una de esas banditas se tira toda junta y de bomba a la pileta de uno de los dos balnearios.

María Eugenia tiene dos hijas y dos sobrinos en su carpa: van de los 5 a los 13 años. Los chicos van y vienen de las dos carpas que el balneario destinó para que jueguen en grupo: “Las vacaciones son el momento en el que estamos todos juntos pero a la vez cada uno hace lo que quiere, y eso muchas veces es sin los otros integrantes de la familia”, define. Julio, su marido, agrega: “Nuestras hijas ya están en edad de manejarse solas en la playa y eso nos libera porque andan con los amiguitos que van haciendo”

Agostina Ventura tiene 19 años y es marplatense: es la segunda vez que usa la temporada de verano para trabajar como recreadora en un balneario. “Hay padres que se acercan cada tanto para ver que los chicos se estén divirtiendo y otros que les insisten a sus hijos para que se queden, aunque no la estén pasando bien. Esos son los que se los quieren sacar de encima”, reflexiona.

Betina Arturi es abogada, vive en La Plata y es mamá de Valentino, que tiene once años. “Nunca dejás de prestarle atención a los chicos, siempre estás pendiente, y en las vacaciones aprovechamos para hacer cosas juntos. Pero también me vienen bien los ratos en los que él se va, o a los grupos o con amiguitos de la playa: duermo y leo. Son como pequeñas vacaciones dentro de las vacaciones”, cuenta.

Para los chicos ese rato sin los padres también puede ser un descanso: “Es como cuando hay hora libre en la escuela, o como un recreo largo. Aunque después de un tiempo, me gusta venir a estar con mis papás”, dice Cipriana, de 9 años, hija de María Eugenia y Julio.

Los servicios de recreación son cada vez más frecuentes en los balnearios marplatenses. Pero una vez terminado el horario de playa, los padres -más o menos predispuestos, con más o menos tiempo- vuelven a enfrentarse a la tarea de entretenerlos y entretenerse.

Los restoranes con plazas de juegos y recreadores son un recurso frecuente para los que necesitan apoyo también de noche. En Casimiro, un local de ese tipo muy cercano a la calle comercial Güemes, las noches de verano la ocupación crece hasta un 50 por ciento respecto del año. “Vienen sobre todo parejas amigas con chicos de entre 3 y 5 años. Los nenes juegan y los padres pueden tener una charla tranquila, sin interrupciones”, comenta Diego, encargado del lugar. Que un chico coma y juegue allí cuesta 160 pesos, más la cena de los adultos. El alquiler diario de una carpa en los balnearios con recreación cuesta entre 850 y 1.300 pesos.