Me levanto y me voy a dormir pensando en lo que pasó aquel día. Se perdió una vida: eso es muy fuerte”. Del otro lado del teléfono, la voz de Pablo García Aliverti (35) –similar a la de su padre, el periodista y locutor Eduardo Aliverti– no suena con el mismo vigor que antes. Después del 17 de febrero de 2013, su vida cambió para siempre. La historia es conocida: mientras conducía su Peugeot 504, García Aliverti atropelló y mató a Reinaldo Rodas (53), un vigilador privado que se dirigía hacia su trabajo en el country Mapuche, en Pilar, de madrugada, por la Panamericana, en bicicleta sin casco ni luces. Más allá de quién lo hubiese protagonizado, el caso cobró notoriedad por cómo se desencadenaron los hechos: tras embestir al ciclista, el conductor lo trasladó durante 17 kilómetros en el asiento del acompañante. Recién pidió ayuda en el peaje de Tortuguitas. El control de alcoholemia que se le practicó posteriormente marcó 1.45, el triple de lo permitido. Luego de cuatro años y dos meses –en cuyo transcurso la fiscal María Inés Domínguez llevó adelante la querella–, se llegó a la resolución de primera instancia. El Tribunal Oral Numero 6 de San Isidro, integrado por los jueces Emilio Elías Romualdi, Roberto Alejandro De Cilis y Walter Rubén Quadrantiy, declaró al periodista culpable de homicidio culposo agravado y lo inhabilitó para conducir durante ocho años. “Una cosa es la Justicia y otra el Poder Judicial. A mí me condenó el Poder Judicial, que está conformado por personas que se ven influenciadas por los medios. Yo confiaba en que este tribunal fuese ajeno a esas presiones y a la demonización que sufrí por mi apellido. Tendré que seguir luchando para llegar a la absolución”, le dice a GENTE.

 

–¿Considerás que no sos culpable de la muerte de Reinaldo Rodas?

–No lo pongamos en términos de “culpable” o “inocente”. Prefiero ponerlo en términos de responsabilidades. Soy responsable de haber participado en un accidente en el que murió una persona.

 

–Insinuar que la condena fue por una presión mediática, ¿no sería subestimar el trabajo de los jueces?

–Los jueces no son robots. Son personas que toman decisiones teniendo en cuenta lo que pasa en la sociedad. Deben haber dicho: “Si absolvemos, nos van a comer crudos”.

 

–Pablo, vos decís que esa noche sólo tomaste dos porrones de cerveza, pero los resultados de la pipetaarrojaron que tenías 1,45 gramos de alcohol en sangre (tres veces más que el máximo permitido). ¿Cómo explicás semejante diferencia?

–Por un lado, la pipeta no estaba calibrada. Por el otro, esto se debió realizar lejos de los celulares –para que no interfieran con el aparato– y al aire libre, no dentro del hospital, como sucedió. Había pruebas para absolverme, pero el tribunal decidió hacer un fallo para los medios y no para el lado del Derecho.

 

–También se dijo que tenías vencida la licencia de conducir. ¿Es cierto?

–No. Lo que sucedió es que la Policía sacó de mi auto un carnet antiguo que estaba en la guantera. Mi registro tenía vigencia hasta el 11 de marzo de 2017. Tampoco es cierto, como se dijo, que yo estoy manejando o que llegué al tribunal manejando. Dejé de hacerlo después del accidente y no tengo interés en volver a conducir.

 

–¿Luego del impacto, no te diste cuenta de que tenías el cuerpo de Rodas en el auto?

–Yo llegué hasta el peaje para pedir ayuda. No conocía la zona, pero sabía que iba a conseguir ayuda ahí. Muchos me preguntan por qué no llamé a la ambulancia: había quedado una parte del cuerpo de Reinaldo sobre el mío y yo tenía el celular en el bolsillo derecho del pantalón. No quise mover nada.

 

–¿Tenés relación con la familia de Rodas?

–Dos años después del accidente fui a ver a Catalina Martínez, su viuda, a Pilar. En ese momento Rodrigo (N. de la R.: hijo de Reinaldo y Catalina) era más chico y también hablé con él. A partir de ese momento, Catalina y yo entablamos un vínculo: chateamos por WhatsApp y hablamos por teléfono. Al margen de que ella pide justicia, y de que hay una condena, ella tiene claro que esto fue un accidente y que yo no soy un asesino.

 

–¿Y de qué temas hablan?

–Una vez conversamos de cómo se habían conocido con Reinaldo, de cómo era él. Después, de cosas cotidianas: me cuenta cómo está Rodrigo. El otro día, por ejemplo, me llamó para preguntarme dónde queda el tribunal, cómo podía llegar.

 

–¿A vos te hace sentir mejor haber entablado un vínculo con ella? –No pasa por querer sentirme bien. Es una cuestión humana.
¿Cómo es tu vida ahora?

–No me interesa hablar de mí, ventilar aspectos de mi vida privada. Hay una persona que murió y nada puede ser importante al lado de eso. Además, sufrí un proceso muy grande de demonización mediática en el que, de alguna manera, se instaló que yo soy un reventadito, un borracho. Hay casos mucho más graves que no han tenido la cobertura que tuvo éste.

 

–El día del juicio, Rodrigo dijo en referencia a vos: “Me hubiese gustado que tenga los huevos para pedirme perdón”.

–Yo puedo levantar el teléfono y decirle “perdoname”… ¿Y qué? ¿Cuál es la consecuencia de eso? ¿El va a estar mejor? ¿No me va a odiar más? ¿Va a dejar de tenerme bronca? Me parece que es más profundo. Por eso yo hice lo que hice con Catalina, esto de generar un vínculo para hablar de las cosas más profundamente y decir: “Bueno, la verdad es que Reinaldo Rodas no tenía nada que hacer en bicicleta en la Panamericana. No soy un asesino. No es que salí a matar”. Rodrigo es un chico de 18 años que todavía tiene que madurar. Intenté hablar con él y con los hermanos de Rodas, pero no pude. No creo que quieran que les pida perdón ni disculpas.

 

–¿Le ofreciste dinero a cambio de silencio?

–Jamás.

 

–Pero la familia de Rodas habla de 330 mil pesos.

–Cuando uno pide una probation (N. la R.: la suspensión del juicio y por lo tanto de la condena), corresponde hacer una oferta económica a la parte de la querella. Es un paso judicial necesario. Pero no es que yo fui a ofrecer esa suma o que para mí la vida de Rodas vale esa cifra. Es una cuestión legal. El ofrecimiento existió, pero no fue para arreglar nada, ni para comprar mi inocencia.

 

–Aldo Rodas, uno de los hermanos de Reinaldo, dijo: “Estaba seguro de que no iba a ir preso, por quién es él y quiénes somos nosotros”. ¿Qué tenés para decir al respecto?

–Forma parte del juego que quieren instalar. Esto de la diferencia de clases sociales: no sé qué se imaginan… Que soy millonario, que soy rico. La realidad es que cuando pasó el accidente yo tenía 30 años; ahora tengo 35. Al margen de que pueda tener un aspecto juvenil, soy un tipo que labura desde los 18, siempre con perfil bajo.

 

–¿Tenés miedo de ir preso?

–(Silencio) Tengo el mismo miedo que puede tener cualquier ciudadano. Si alguien dice que la condena queda firme, tendré que cumplirla. Yo voy a hacer lo que diga la Justicia.