Señor director:
Desde su clásico origen familiar, la economía enseña a administrar los recursos disponibles, siempre escasos. Las decisiones, para ser humanas, no deben reducirse a lo técnico: han de incorporar criterios éticos básicos, para no deshumanizar el trabajo, el cultivo de la naturaleza en sus múltiples facetas. Y siempre con espíritu positivo, porque, "el bienestar económico global ha aumentado en la segunda mitad del siglo XX, en medida y rapidez nunca antes experimentadas".
La conducta del católico, aun con la mirada última en el cielo, no se desentiende de las realidades humanas, también porque la vida ordinaria es uno de los cauces de la santidad, a la que el papa Francisco dedicó su última exhortación apostólica. Al cabo, santidad es plenitud de vida cristiana,
imitación radical de Cristo, que vino a servir, no a ser servido.
Los actos humanos, con mayor motivo en una sociedad cada vez más compleja, requieren discernimiento ético para alcanzar la máxima perfección posible. No hay doble verdad, ni tampoco doble vida.
De otra parte, si la lucha para curar las enfermedades contribuye al mejoramiento de la salud
global, también las crisis económicas y financieras reflejan dolencias que, una vez superadas,
invitan a buscar remedios que las eviten en el futuro (el documento lamenta que no se acabe de
aprender la lección): la revisión de paradigmas financieros, la prudente regulación del mercado
sin abandonarse a la mano invisible de los liberales clásicos, la aplicación de enfoques que eviten
la destrucción del medio ambiente, el respeto a los más desfavorecidos frente a la cultura del descarte.