Ciertamente, la violencia en el ámbito de la escuela no es de ahora. Todo el que ha pasado por las aulas tiene experiencia de comportamientos abusivos, despreciativos o crueles sufridos por los escolares a manos de otros. Sin embargo, tanto en Argentina como en el resto de los países del mundo occidental, muy en especialmente en Latinoamérica, se da un denominador común. Se trata de que los distintos sectores de la sociedad que trabajan en programas de protección de la infancia, denuncian sobre la irrupción de las nuevas tecnologías de comunicación, que permiten a los adolescentes el acceso sin restricciones y sin control a todo tipo de contenidos. La mayoría violentos y pornográficos. Todo esto, unida a una concepción educativa que prefiere mantenerse dentro de los límites de las materias lectivas, especialmente en la educación secundaria, está provocando un incremento cualitativo y cuantitativo de los comportamientos antisociales.


Se impone, por supuesto, un lugar común para reclamar como lo es el sistema escolar. Se hace necesaria una mayor apuesta por la educación en valores. Pero, sólo de esta perspectiva, que incide en el respeto y la convivencia, que rechaza los estereotipos físicos y la xenofobia y que abunda en la proyección de principios morales y éticos.


Cabe recordar que países como Francia, Alemania y Estados Unidos, ya lo sufrieron en las pasadas décadas. De seguir esta tendencia, puede desembocar en situaciones de muy difícil control, cuando no irremediables.


Todos los expertos están de acuerdo en que la solución no pasa ni por convertir las escuelas en zonas de alta vigilancia, ni por demandar de los profesores funciones de seguridad que le son ajenas, pero, también están de acuerdo en que, de la misma manera que no se puede ignorar el entorno social y familiar en el que se desenvuelve un alumno, tampoco se debe obviar la influencia que están teniendo los cambios tecnológicos y los nuevos hábitos culturales, sobre todo en edades tempranas como la niñez y adolescencia.


Hay que insistir en la disciplina y el respeto al profesor. A la vez que hay que demandar mayor implicación de las familias. Pero también sabemos que eso sólo no basta. Hay que enseñar a nuestros hijos a distinguir el bien del mal.