El Papa Francisco no olvida a los jóvenes. Y tiene en mente a los muchos que prefieren convivir en lugar de casarse. Lo dijo en referencia al Sínodo sobre la familia: "Para mí, otro problema también importante son las nuevas costumbres de los jóvenes. Los jóvenes no se casan. Es la cultura de esta nuestra época. Así, muchos jóvenes prefieren convivir sin casarse. ¿Qué debería hacer la Iglesia? ¿Expulsarlos de su seno? ¿O, en cambio, acercarse a ellos, orientarlos y tratar de llevarles la Palabra de Dios? Yo estoy por esta última posición”.

En esta línea se presentaba la discusión de la 8ª Congregación General. En ella se hacía de nuevo hincapié en la importancia de una adecuada preparación para el matrimonio, ya que su celebración parece reducirse cada vez más a la dimensión social y jurídica dejando en segundo lugar la religiosa y espiritual. También se dijo que a menudo los novios perciben el curso de preparación como una imposición, una tarea que hay que cumplir sin convicción y, que además es demasiado corto. Dado que, sin embargo, el matrimonio es una vocación para la vida, su preparación debe ser detallada y atractiva.

Se habló también de que los novios adolecen con frecuencia de una escasez de conocimiento del valor sacramental del matrimonio. Tanto es así que la celebración del rito matrimonial no es automáticamente la celebración del sacramento del matrimonio. Hay que hacer un sincero análisis de por qué han disminuido los casamientos por la Iglesia, y por qué no pocos prefieren la convivencia al matrimonio religioso. Hoy en día, ¿quién puede afirmar que en su círculo familiar no hay casos de convivencia o de divorcio?

Lo que los Padres sinodales han admitido es que a la Iglesia le ha faltado la capacidad para presentar la belleza del matrimonio. Como contrapartida se insiste de modo prioritario en cumplir con un expediente y pagar la tasa correspondiente. Los colegios religiosos también deben cuestionarse el modo en que se presenta la catequesis en sus aulas. En general, quienes catequizan son personas que en vez de ser testigos que atraigan, son "docentes” que aburren y convierten el vino bueno del evangelio en agua.

Todo lo contrario a lo que hizo Jesús en las Bodas de Caná, donde transformó el agua en vino abundante y delicioso. Me llega un estudio de Argentina elaborado por el Instituto para el Matrimonio y la Familia, de la Universidad Católica Argentina (UCA), donde se muestra que entre 1990 y en 2011 la caída fue de 155.194 bodas a 59.579, lo que representa una caída del 61 por ciento.

Además, un 54 por ciento de los niños y niñas que nacieron entre 2004 y 2011 lo hicieron fuera del matrimonio religioso. El estudio constató también un descenso de los matrimonios religiosos en relación con el total de matrimonios: en 1990, el porcentaje de bodas católicas representaba el 83 por ciento mientras que en 2011 bajó al 46 por ciento.

Nosotros en Italia contamos con algunas cifras. En Milán, por citar un ejemplo, en los primeros meses de este año, de los 1.329 matrimonios que hubo, uno de cada tres se celebró con una ceremonia religiosa (374), mientras poco menos de mil parejas (955), se casaron por civil. En uno de cada cuatro casos, uno de los cónyuges había tenido una experiencia de matrimonio anterior.

La edad promedio de los que se casan es muy alta: 37 años para los hombres y 33 para las mujeres, contra los 32 y 29 años de 1991. En la ciudad de Milán son solteros más del doble que las parejas. Es evidente que frente a este fenómeno, detenerse a condenar, a rememorar los tiempos pasados o a puntualizar cuestiones doctrinales no es suficiente; se corre incluso el riesgo de llegar a ser contraproducente.

La Iglesia no puede no tomar en consideración los procesos que se han desarrollado durante los últimos cuarenta años, limitándose a acusar la cultura de nuestros días sin preguntarse por qué se ha vuelto tan frágil la capacidad para ofrecer el testimonio de la belleza de la familia. Evangelizar significa ser capaces de acoger, de estar cerca y de comprender. Una actitud que viene antes de la lista de las reglas y de los preceptos.

En este sentido, Francisco no tiene como objetivo cambiar la doctrina de la indisolubilidad, sino que pide a toda la Iglesia que cambie su mirada, para que esté más atenta a las experiencias de las personas y para tener más serenidad a la hora de anunciar el Evangelio de la misericordia.

(*) Escritor italiano.