
En San Juan y en todas partes sabemos que los avances de la ciencia y la tecnología están acelerando el reemplazo de máquinas y robots en muchas tareas en las que se requerían seres humanos. Esta mutación se da particularmente en oficios y tareas manuales y rutinarias. Algunos pronostican, además, que por el desarrollo de la inteligencia artificial, en pocos años serían reemplazados hasta periodistas, abogados, e incluso médicos.
En un informe del Foro Económico Mundial de Davos se sostenía que el 65% de los trabajos que tendrán los estudiantes del actual sistema educativo, aún no existe y el 35% de los que hoy existen desaparecerán en los próximos años. La propia OIT (Organización Internacional del Trabajo) reconocía que "el mundo del trabajo experimenta un importante proceso de cambio".
Todas estas transformaciones desafían primariamente a la educación (que debe preparar a los jóvenes para convivir con estos inesperados escenarios), pero se extienden a casi todas las cuestiones vinculadas con el desarrollo humano, la convivencia, la ética, la justicia social y la equidad.
Algunos confían en la aparición de nuevas tareas: la operación de esas máquinas, la atención de adultos mayores o las que demanden estas nuevas realidades. Pero también es cierto que esta nueva revolución digital utiliza menos materias primas, mano de obra y capital, y disminuye sensiblemente la necesidad de puestos laborales para muchas actividades que ahora requieren principalmente habilidades para manejar y gestionar el conocimiento superabundante y disponible en las redes digitales.
El papa Francisco advertía hace unos meses a los líderes de 27 países de la Unión Europea que "no hay paz donde no hay trabajo" y reconocía hace unas semanas al cierre de un Encuentro sobre Trabajo lo difícil que es la creación de empleo en el contexto de la nueva revolución tecnológica. "Es preciso -sostenía el Papa- responder a los desafíos éticos planteados por la aparición de nuevos paradigmas y formas de poder derivados de la tecnología, de la cultura del descarte y de estilos de vida que ignoran a los pobres y desprecian a los débiles".
Junto a la indiscutible necesidad del trabajo humano y su determinante impacto sobre la dignidad de las personas, es necesario preguntarse: ¿Debemos pensar en un mundo donde desaparecerá el trabajo tradicional? ¿Qué sucederá con la mano de obra que hace desaparecer la robótica u otras tecnologías? ¿Cómo afectarán está transformación en las clases obreras más humildes? ¿Pueden ellos, por sí mismo, encontrar soluciones a estas cuestiones? Si no es así, ¿quién evitará el riesgo de su exclusión?
Es importante, aunque cueste imaginar soluciones, sostener estas preguntas, arriesgarnos a entrar en el debate para, no sólo denunciar los riesgos que conforma el avance sin control ético de la ciencia y la tecnología que no coloca en su centro el desarrollo a la persona humana, sino, al mismo tiempo, pensar en el largo plazo, imaginar y proponer acciones que puedan cambiar también el curso de los acontecimientos.
No se trata de poner freno a progreso tecnológico, fruto sin duda del talento y la creatividad humana, sino de buscar el mejor modo de ponerlo al servicio de la solución de los problemas que enfrenta el ser humano.
Tengamos conciencia de la urgencia por atender la coyuntura como en "hospitales de campaña" pero, a la vez, asumamos el compromiso para construir un futuro en donde pensemos alternativas creativas que no produzcan "tantas víctimas" que nos obliguen a responder de este modo.
Por Gustavo Carlos Mangisch
Director de la Maestría en Gestión de Nuevas Tecnologías en Comunicación de la UCCuyo.
