Recuerdo la tarde del 11 de marzo de 2013. Después del esperado “Habemus Papam”, escuchar el nombre del Cardenal Jorge Mario Bergoglio fue una alegría emocionante. Saber que como Pontífice había elegido el nombre de Francisco ahondó la sorpresa. Verlo salir al balcón de la Iglesia de San Pedro vestido de blanco, inclinarse ante el pueblo en la plaza para pedir la bendición, lo guardo todavía en la memoria. Un poco atrás quedan las cuestiones más folklóricas acerca de ir a pagar la cuenta del lugar en el cual se había alojado como Cardenal, las fotos de sus zapatos, el mate, los llamados telefónicos. Sin embargo, dejar la limusina oficial fue más que un simple cambio de vehículo, vivir en Santa Marta y no en el palacio vaticano, comenzaba a marcar un rumbo de sencillez que fijó postura no solamente en Roma.

También se suscitaron algunos interrogantes acerca de sus orígenes, y cómo incidiría en su desempeño como Papa: ser de América latina, no haber pertenecido a la estructura del Vaticano, su condición de jesuita. Lo cierto es que Francisco ha generado un rostro de la Iglesia más cercana a la sociedad, con mayor empatía. Hay cuestiones significativas que tenemos que recoger de su enseñanza, algunas para los católicos y otras para toda la humanidad.

El primer Documento que escribió se tituló “La alegría del Evangelio”. Allí de modo programático trazó las líneas fundamentales de sus anhelos como Papa. “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo. La reforma de las estructuras exige la conversión pastoral” (EG 27). Nos llama a achicar distancias “tocando la carne de Cristo sufriente en el pueblo” (EG 24).

En una sociedad que excluye y oprime, nos enseña a ver la Iglesia como un “hospital de campaña” para curar las heridas de quienes van quedando al costado del camino. Siendo Arzobispo de Buenos Aires pedía “recibir la vida como viene”, sin moldes preestablecidos de supuesta prolijidad.

Produjo un avance importante por medio de las modificaciones de los marcos canónicos ante las situaciones de abuso, agregando a lo sexual el abuso de poder y de conciencia. En cada uno de sus viajes procuró reunirse con víctimas de esos delitos cometidos por clérigos.

Muchas de las heridas existenciales están vinculadas a las crisis y fracasos en el amor y los vínculos familiares, para lo cual convocó un sínodo, y nos regaló una Exhortación Apostólica sobre “La Alegría del Amor” Allí consigna aspectos propositivos a trabajar en las parroquias y comunidades acerca del acompañamiento en la preparación de los novios y a las familias en sus diversas etapas. Lamentablemente muy pronto hemos dejado de lado en las comunidades cristianas y las diócesis estas enseñanzas. Digamos con sinceridad que tampoco se acogieron las orientaciones acerca de los divorciados en una nueva unión que “pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral” (AL 298).

Un lugar destacado tiene su Magisterio acerca de la casa común expresado en su Encíclica “Laudato Si”, que ha sido valorada enormemente por espacios académicos y sociales, además de otras confesiones religiosas. Expresando con claridad la tradición judeocristiana, recuerda que la naturaleza creada “tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado” (LS 76), y nos exhorta a “terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites” (LS 78), instalando una clara denuncia acerca de los riesgos severos del consumismo y la mala costumbre del derroche. Ante los hambrientos del mundo, son pecados que claman al cielo.

En la reforma de la Curia Vaticana simplificó su estructura, y promovió un mayor lugar para las mujeres en puestos de responsabilidad importantes.

Los jóvenes han estado siempre en su corazón, y se lo ve disfrutar cada encuentro con ellos, alentándolos a no ser el futuro, sino el presente de la Iglesia. También a ellos dedicó un Sínodo y una Exhortación Apostólica, además de las Jornadas Mundiales y encuentros en cada visita apostólica.

Los descartados de la sociedad han recibido sus gestos de cercanía y ternura. Los presos, los enfermos, los adictos a las drogas, los que duermen en las calles. Su voz fuerte se hace escuchar en contra de las mafias del crimen organizado del narcotráfico, la trata de personas, la venta de órganos, el comercio ilegal de armas. Los migrantes y refugiados son tenidos en cuenta de modo permanente.

Su preocupación por la Paz fue permanente en cada conflicto armado, señalando que “estamos viviendo una tercera guerra mundial en cuotas”. Su Encíclica “Fratelli Tutti” (sobre la fraternidad y la amistad social) es expresión clara de la necesidad de “una nueva red en las relaciones internacionales, porque no hay modo de resolver los graves problemas del mundo pensando sólo en formas de ayuda mutua entre individuos o pequeños grupos” (FT 126). Nos advierte que “el “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia” (FT 36).

“¿Cuándo viene Francisco a la Argentina?” es la pregunta más repetida que me formulan cuando voy por las Parroquias o en reuniones con referentes sociales y políticos. Él ha dicho que tal vez en la segunda mitad del año. Ojalá que así sea. Entiendo que la decisión dependerá más de su salud que de la agenda. Recemos para que pronto pueda estar entre nosotros.

 

Por Monseñor Jorge Lozano

ARZOBISPO DE SAN JUAN DE CUYO

(Colaboración)