En este año que se ha iniciado, nuevamente los sanjuaninos recordamos aquel aciago 15 de enero de 1944, fecha imborrable y triste y de la cual transcurrieron setenta años. Ese día, como se ha dicho, el San Juan colonial desapareció para siempre, o la historia local se quebrantó, perdiendo sus pobladores el sentido de pertenencia, incluso esta fractura tuvo proyección nacional en cuanto al surgimiento de un nuevo movimiento político en la Argentina.

Recordemos sucintamente algunos trazos históricos o misceláneas no tanto de lo que ocurrió en nuestra ciudad y el Gran San Juan por la tremenda fuerza destructiva de la naturaleza, de lo cual hay cantidad de escritos e interpretaciones, sino de los eventos de algunos departamentos o zonas apartadas de lo que fue el núcleo de aquella catástrofe.

Es sabido que en los puntos más alejados de la ciudad los daños materiales fueron menores o parciales, siendo Calingasta por ejemplo, el primer departamento que tuvo noticias de la catástrofe. En este lugar los habitantes percibieron un movimiento de intensidad mediana, sin imaginar la gravedad de lo sucedido en la capital provincial, hasta que las radios mendocinas anunciaron la magnitud de la tragedia.

Cuenta Manuel Gilberto Varas que desde el departamento partieron trece autos de gente que se encontraba en un hotel calingastino, con el propósito de regresar a la ciudad, pero grandes rocas habían obstruido la ruta por la recordada cuesta de El Tambolar, por lo que los viajeros tuvieron que devolverse y retornar a San Juan por Mendoza, vía Uspallata.

Por otra parte, en tierra jachallera, hubo algunos daños edilicios como el deterioro de la nave central del Templo en honor a San José. Igualmente circunstancias similares se vivieron en otras áreas distantes.

Mirando un poco lo acontecido en departamentos contiguos al epicentro, como Angaco o la parte norte de San Martín (dos años antes Angaco Sur) los datos, especialmente de tipo geológico nos expresan que en la tierra se abrieron grietas, pozos u hoyos, algunos "’semejantes al cráter de un volcán”, desde donde brotó considerable cantidad de agua y arena, mezcla temible que inundó las sencillas calles de tierra y destrozaron las edificaciones más humildes.

Las crónicas periodísticas de entonces relataban que en una vivienda se abrió un gran boquete que ocasionó grandes daños y una víctima mortal entre sus moradores. Las secuelas geológicas del sismo en el suelo angaquero se advirtieron en los profusos desniveles de la calle Belgrano, entre las arterias El Bosque y Velázquez, en donde el nivel de la ruta quedó mas bajo que el de los desagües que corrían paralelos a las calles nombradas.

Sin embargo las consecuencias más adversas de esta zona sucedieron en el llamado "’Campo de Batalla”, uno de los parajes del departamento Albardón. En esa zona se abrieron unas grietas extensas y profundas de donde brotó una cantidad de agua, que llegó también a obstruir los caminos adyacentes.

En cuanto a San Martín, el puente de acceso desde Santa Lucía a ese departamento, situado en Alto de Sierra, quedó intransitable. Además el llamado "’Canal Tercero” quedó repentinamente seco, pues sus aguas fueron absorbidas por las fisuras del suelo, permaneciendo la población sin agua por largo tiempo.

Para concluir con este somero panorama de las secuelas del terremoto que sepultó a San Juan, un diario de la época hace alusión al temor que despertó en los lugareños los ruidos subterráneos provenientes de la serranía de Pie de Palo, en Caucete, transcribiéndose una expresión muy alegórica o llamativa de un anciano criollo: "’El Pie de Palo nos quiere hablar…”.

(*) Magister en Historia.