
El automóvil apareció vertiginosamente en las calles del parque. Parecía que su conductor estuviera disputando una picada, pero no era así, ningún otro vehículo venía detrás suyo esa fresca mañana de agosto. Cuando vi correr desesperadamente al perrito tras el vehículo, comprendí todo. Fue en vano, el hombre impuso a su auto una velocidad inalcanzable para el pequeño animal, el que no tuvo otra alternativa que resignarse y quedar mirando atónito cómo se alejaba quien lo había abandonado.
Creo que jamás olvidaré la sonrisa que alcancé a verle al desalmado autor del hecho; como si hubiera logrado una hazaña.
Me acerqué al animalito, pero se alejó de mí, no creo que espantado, sino porque estaba en otra cosa: sus ojos brillantes se habían quedado clavados en la historia que su dueño se empecinaba en violar. La imagen que se le iba del alma como una sangría lo dejaba vacío. Era una flor estrangulada por el frío, un volantín caído, un puñadito de ausencias.
Recientemente leí una historia tristísima sobre estas conductas que de humanas no tienen nada. Quien abandona a un animal se da un triste lujo de desprenderse salvajemente de alguien que nos ama; resuelve una historia de compañías del peor modo, el de la evasión, esconderse con cobardía ante un problema que le concierne o lo involucra.
Estas determinaciones livianas nos colocan bastante al margen de la humanidad y de la razón. La sociedad hoy trata a los animales con amor, como integrantes de la familia, fenómeno que se da con mayor relevancia entre la gente humilde; muchas cosas les faltan, pero se hacen un lugarcito en el corazón para cobijar a un perro o un gato.
Detrás del hecho aparentemente trivial de desprenderse de un animal que nos ama, subyace un desamor, sentimiento que nos coloca sin alas, sin caricias, sin piedad ante el regalo de la vida.
Por ahí se escucha la plañidera versión de algunos que, cuando se toca el tema del amor a los animales, se empecinan en remarcar que no es igual que el cariño a los seres humanos. La observación es absolutamente gratuita e inútil. El amor es uno solo y prescinde de grados y circunstancias para ser legítimamente la razón de la vida.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete