La fachada del antiguo edificio del Hospital Rawson, a principios del Siglo XX.


Las fuentes indican que, casi sin interrupción alguna, durante el período que va desde 1815 hasta 1920 aproximadamente, todos los años la población sanjuanina sufrió los embates de una o más epidemias. Si bien eran frecuentes los casos de viruela, sarampión, difteria, escarlatina, tos convulsa y otras, se recuerdan particularmente algunas epidemias por su gravedad, la cantidad de muertos que dejaron y las trascendentales consecuencias que provocaron. Aunque la enfermedad ya había atacado nuestra población hacia 1840 y 1868, los brotes de cólera de 1896 y 1897 fueron muy graves a nivel nacional y provincial. Dado que se acusó a los inmigrantes de traer la enfermedad en los barcos (pues había cólera también en varios puertos de Europa y en Brasil), a la enfermedad se sumó la discriminación hacia el extranjero. Se los obligaba a hacer cuarentena en el lazareto instalado en la Isla Martín García antes de ingresar al territorio nacional. En San Juan las primeras noticias del cólera pueden rastrearse en la prensa local desde noviembre de 1886. Además de la llegada de inmigrantes enfermos, se difundieron otras causas de la enfermedad que -en su mayoría- eran erradas, tales como la ingesta de fruta verde o los citados miasmas... muy pocos se detuvieron en la verdadera causa: el uso de agua no potable, infectada por el vibrión colérico. 


Entre las medidas más curiosas tendientes a combatir el cólera encontramos la suspensión de bautismos y la prohibición de tener agua bendita en las iglesias. Asimismo, se quitaron los salivaderos existentes en las iglesias, bares y oficinas públicas. Se crearon comisiones de vecinos ilustres que debían revisar los domicilios particulares, aplicando multas y hasta prisión en caso de faltas a la higiene (como era de esperarse los sectores poderosos integraban tales comisiones, mientras que los domicilios revisados casi siempre pertenecían a los sectores más empobrecidos). Se procedió a la incautación y quema de bienes, ropas y muebles de los enfermos. Se fumigaban paquetes, equipajes y correspondencia, como también se prohibieron los carnavales.


La prensa de época da cuenta del uso de hierbas y sahumerios para combatir el cólera (como retama, jarilla y pájaro bobo), así como también de falsas noticias que anunciaban tratamientos médicos casi milagrosos y muy caros. La epidemia -que atacó en dos ocasiones- dejó como saldo en San Juan varios cientos de muertos y la plena consciencia de las carencias sanitarias nacionales y provinciales. 


Paradojalmente, sirvió para lograr una serie de importantes cambios positivos: se aumentó el presupuesto destinado a los hospitales; se iniciaron importantes obras destinadas a la construcción de una red de agua corriente, así como también la construcción de cloacas (en sintonía con obras nacionales similares); se creó el Consejo de Higiene (ministerio de salud provincial) que dependía del Departamento Nacional de Higiene surgido con posterioridad a la epidemia. Se legisló en materia de higiene urbana, cementerios, residuos, etc. Se impuso la obligatoriedad a los médicos de denunciar los casos de enfermedades infecciosas. Se reguló la higiene escolar y comenzó a exigirse la vacunación de los niños al ingreso escolar. Avanzaba la medicalización de la sociedad, sin embargo las epidemias eran aún cuantiosas. Prueba de ello fueron las tremendamente mortíferas epidemias de la viruela en 1892 y la de peste bubónica en 1899.


Ya en el siglo XX, la mal llamada pandemia de gripe española (influenza) de 1918 dejó huella en nuestra provincia. La enfermedad -surgida en Estados Unidos- ingresó al país cuando tripulantes enfermos de un barco proveniente de España (ya azotada por la gripe) llegaron al puerto de Buenos Aires en el otoño de 1918. Esos enfermos fueron internados en hospitales porteños, iniciándose la circulación de la enfermedad. 


La influenza recorrió toda Argentina en dos etapas, entre 1918 y 1919, dejando un saldo de más de 12.000 muertos en la segunda oleada (que fue la más mortífera). Contrariamente a lo sucedido en otras ocasiones, esta vez la influenza dejó un saldo relativamente bajo de muertos en Buenos Aires y regular en Córdoba, pero fue desastroso en las provincias de Cuyo y el Noroeste.


La pobreza generalizada, las carencias nutricionales y la mala calidad de vida de las poblaciones de estas provincias fueron determinantes al momento de enfrentar la enfermedad. San Juan fue la tercera provincia argentina con mayores niveles de mortalidad, sólo superada por Salta y Jujuy. Al mismo tiempo, se desarrollaba en el país una de tantas epidemias de sarampión. 


Las medidas aplicadas por el gobierno nacional nos resultan hoy bastante familiares: cierre de espectáculos y lugares de concurrencia masiva; restricción de festividades religiosas masivas; cierre de escuelas y oficinas públicas; aislamiento de enfermos y restricciones para el uso de trenes y tranvías, medidas que fueron bastante resistidas. También en esta ocasión, se difundió una catarata de consejos para combatir la gripe, que iban desde los sahumerios con canela, alcanfor, menta, quina y otras aromáticas, hasta fomentar el tabaquismo y las gárgaras con diversas sustancias. Una novedad implementada en ésta ocasión, con notable éxito, fue el uso de mascarillas o simples bufandas blancas para cubrirse la nariz y la boca al salir al exterior.

La poliomielitis

La otra gran epidemia que azotó San Juan fue la poliomielitis de 1956-57. Si bien hay constancias de la existencia de la enfermedad en nuestro país ya desde la década de 1930, el mayor brote del que se tiene recuerdo se inició en 1955. El virus -presente en aguas y alimentos infectados por aguas servidas- ingresaba por vía gastrointestinal y atacaba el sistema nervioso y respiratorio, causando la parálisis permanente de los miembros, deformaciones en las extremidades y eventualmente la muerte. No tenía cura y atacaba principalmente a niños entre los 4 y los 16 años, aunque podía afectar a personas adultas. Las familias, con tal de proteger a sus hijos huían al campo, donde el aire era "más puro''; les colgaban bolsas de alcanfor al cuello; los obligaban a ingerir tónicos para fortalecerlos, se pintaban los árboles y cordones de calles con cal, así como también se limpiaban las veredas y calles con lavandina, medidas nada eficaces contra la polio. Pero que mejoró la higiene urbana en general. El 10% de los niños afectados murió, mientras que otros miles quedaron con secuelas motrices permanentes. En 1957, Argentina comenzó un plan de vacunación antipolio (aplicando la vacuna Sabin), transformándose poco después en el primer país libre de polio en América latina. 



Prof. Alejandra Ferrari 
Magister en Historia
Docente e investigadora F.F.HyA. (UNSJ)