El abastecimiento de agua potable insuficiente e inadecuada, representa uno de los problemas mas complejos en un mundo que cada día demanda un mayor desarrollo tecnológico e industrial y que cada día implora, por una mejor distribución del agua. Por esta razón, no sólo exige que el agua sea reconocida como un bien común universal y un patrimonio vital de la humanidad, sino que reclama que se la reconozca además, como un derecho básico, individual y colectivamente inalienable.

Bajo la idea de que el agua potable es mucho más que un bien, mucho más que un recurso o una mercancía, y que desde esta definición representa un derecho humano de primer orden, intentaré abordar muy sintéticamente algunas situaciones que me parecen de interés.

Asia, que incluye al 55% de los habitantes del mundo, posee el 36% del agua del planeta, África que contiene el 15% posee el 11% del agua; Europa que contiene el 13% posee el 8% del agua; América del Norte y Central que contienen el 9% de la población posee el 15% del agua; América de Sur que contiene al 7% posee 26% del agua y Australia con sólo el 1% posee el 4% del agua.

Considerando las dos actividades más importantes del planeta, se puede afirmar lo siguiente: El 70% del agua dulce del mundo, es destinada a la agricultura. Este consumo que demuestra que esta proporción se eleva a un 82% en los países de bajos ingresos y a un 30% en los países desarrollados, muestra también, que un kilogramo de trigo que consumimos de distintas formas requiere de 1.500 litros de agua para ser obtenido, que un kilo de arroz necesita de 4.500 litros y un kilo de algodón, alrededor de los 10.000 litros de agua, para su obtención.

El 20% del agua en el mundo, es destinada al uso industrial. De este 20%, un 60% es utilizada por los países de mayores ingresos y desarrollados y sólo el 10% por los países pobres. En estos países con potencial industrial, la fabricación de una tonelada de acero requiere de 200 metros cúbicos de agua; la elaboración de una tonelada de papel entre 50 y 300 metros cúbicos y la fabricación de un automóvil convencional, no menos de 30.000 litros de agua.

Estos informes aportados por la ONU testimonian además, que el agua de riego consume alrededor del 70% del agua planetaria; que este requerimiento aumentará entre un 14% y 17% en los próximos treinta años y que debido a los ineficientes sistemas de regadío, el 50% del agua que se extrae se pierde, evaporándose y retornando al cauce de los ríos o al de los acuíferos subterráneos.

Las aguas residuales que son usadas para riego sólo cubren el 10% del total de las tierras de regadío de los países más pobres y estas aguas residuales son usadas normalmente, en forma directa y sin tratamiento alguno. En este contexto, en América Latina el 15% de la población no tiene acceso a agua potable; el 60% de las viviendas urbanas y rurales cuentan con conexión pero no tienen un abastecimiento continuo; sólo algo más del 50% de la población cuenta con redes cloacales y sólo el 14% de estas aguas cloacales, son tratadas y recicladas.

Esta preocupante realidad ha planteado como conclusión, que el derecho humano al agua esta asociado a tres componentes: la disponibilidad, que asegura un abastecimiento continuo y suficiente; la calidad, que asegura que el agua sea salubre y desprovista de sustancias que puedan constituir una amenaza para la salud y la accesibilidad, que asegura que el agua, las instalaciones y los servicios deben ser accesibles a todos, sin discriminación alguna.

Todas estas circunstancias han puesto de manifiesto, que el futuro de la industria minera esta fuertemente vinculada al mejoramiento continuo de la provisión y consumo de agua, un requerimiento que se hace fundamental, cuando debe admitirse que el agua como un componente valioso de los procesos de tratamientos, se hace insustituible para obtener los minerales y los metales.

Por esta razón, el requerimiento de agua representa uno de los factores críticos tanto para alcanzar el éxito de la gestión minera como para definir las posibilidades de desarrollo de un proyecto y por esta razón también, la industria minera se encuentra en la actualidad frente a un gran reto y desafío. Un desafío que intenta resolver desde lo técnico - operativo, a través de la minimización del consumo unitario (litros de agua por tonelada mineral tratado) y por vía de la introducción de nuevas técnicas, entre las que se incluyen: el espesamiento de las colas; la conformación de pastas de relaves y fundamentalmente, el uso de agua de mar. En el caso específico del uso de agua de mar existen tres alternativas posibles: que el agua de mar pueda ser administrada en forma directa en procesos metalúrgicos donde la salinidad no limita su uso; que aunque el uso sea posible, factores críticos como la posición relativa de la mina respecto del mar; el costo de envío de agua a la mina etc. hagan inviable su uso y que el agua de mar sea objeto de un proceso de desalinización.



(*) Ingeniero Civil en Minas.