Si realizamos un estudio de la vida en el universo nos encontraremos con la existencia de una analogía en sus esenciales componentes. Ya sea que nos refiramos al hombre o bien a las estrellas, tres elementos químicos fundamentales están presentes para determinar su composición. El hidrógeno, el carbono y el nitrógeno constituyen la base molecular en su estructura, por lo que afirmar que "’venimos de las estrellas o bien que el universo está en nosotros” no es para nada absurdo.
Nuestra época está inundada de avances tecnológicos e informáticos por lo que para nada sería contradictorio afirmar que dada las oportunas intervenciones que el hombre ha tenido a lo largo de la vida -en la que presumido está de su intromisión en la humanidad-, ello le da "’una participación estelar” que lo eleva de su humana condición a la de "’Dios” o hacedor supremo de su propio destino. Aunque haya un importante nivel de conexión entre el hombre y las estrellas para nada ello significa que se sienta "’tan grande” como el universo mismo; aunque si aludimos a su poder creador por una "’energía biointencional” que lo hace grande en sus méritos, su participación en el universo define su inclusión en el alma de este.
Los estudios califican en orden a la ciencia al presentar como profundos, enigmas atribuibles a visitantes extraterrestres, que en sus diversas manifestaciones el mismo hombre ha tenido como "’supra humano” en numerosas revelaciones que podemos ejemplarmente traer de la misma historia en base a hechos registrados.
Básicamente, las mismas revelan que en tiempos pretéritos, medios o contemporáneos documentos existentes dan prueba de ello. Para ello nos basamos en la premisa fundamental de que el hombre en "’algún momento de la historia o pre-historia” alcanzó un nivel tal que lo hacer acreedor del calificativo de supra humano, habiéndose creído que tal, se debió a otra tipología que cuadraba con lo extraterrestre. Es que lo que en realidad fundamos es la estrecha relación entre el hombre y las estrellas por lo que la hipótesis previa cerraría su postulado con la existencia inteligente desplegada por el mismo hombre en sus "’encuentros siderales”.
Vestigios de estos, los hay registrados en forma escrita, arqueológica y cultural. Para ello citamos como ejemplo: en el libro octavo de la Eneida, Virgilio habla de "’ruedas que transportaban rápidamente a los dioses”. En su manuscrito Prodigerium liber, el historiador romano del siglo IV Julio Obsequins, registró numerosos relatos de avistamientos de ovnis. En un particular incidente, un escudo redondeado, en forma de nave, con flamantes antorchas giró y se estrelló contra el suelo cerca de Espoleto, al norte de Roma. "’Luego pareció aumentar el tamaño, se alzó de la tierra y ascendió al cielo, donde oscureció el disco del Sol con su brillo”.
Según "’Investigación de Datos Perdidos”, escrito por Wang Jia durante la Dinastía Jin del Este, de la era del Emperador Yao, hace cuatro mil años atrás un gran ovni con forma de bote flotó en el aire sobre el Mar del Oeste. El ovni bajó lentamente y tenía muchas luces. La gente a bordo del ovni se veía usando sombreros y tenían plumas blancas por todo su cuerpo. No tenían alas pero podían volar. En Kunming, se han descubierto unas "’maquinas” cilíndricas, que en su representación grafica parecen dispararse hacia el cielo. Estos relieves están esculpidos sobre unas pirámides que surgieron súbitamente del lago Kuming tras un violento terremoto. ¿Son naves nodrizas vistas hace miles de años por los antiguos chinos?
Los autores del Antiguo Testamento dan crédito en el año 592 antes de nuestra era, a lo narrado por el profeta Ezequiel: "’Sucedió en el año 30, a cinco del cuarto mes, que, cuando yo me encontraba entre los exiliados a orillas del río Kebar, se abrieron los cielos… Y vi cómo un viento huracanado venia del norte, y una gran nube rodeada de rayos resplandecientes y de un fuego continuo, y en medio de éste relampagueaba un metal brillante. En su centro aparecían figuras como de cuatro seres vivientes; se asemejaban a hombres… Sus piernas eran rectas, y las plantas de sus pies eran como las de un ternero, y resplandecían como bronce bruñido… Y entre estos seres aparecían como brasas de fuego ardiente, se veían como unas antorchas moviéndose entre ellos de un lado a otro, y el fuego resplandecía, y de él salían relámpagos… Luego vi en el suelo, junto a cada uno de los cuatro seres, una rueda.”
(*) Filósofo, educador, pedagogo y escritor.