Parece que en los humanos (especialmente en los adultos), desaprender la mayor parte de las cosas que nos han enseñado es más complicado que aprender, porque frecuentemente, el problema no está en lo que desconocemos, sino en aquello que ya tenemos aprendido.


En el proceso evolutivo de adaptación, nuestro cerebro vive observando a través de los sentidos lo que sucede externamente para procesar la información y ante acontecimientos similares aplicar respuestas rápidas (economía de recursos).


Está en nuestra naturaleza que frente a cada acontecimiento, nuestro cerebro prefiera acudir a la memoria para buscar cuál fue la mejor solución en el pasado, que hacer una nueva reflexión para tomar la mejor decisión.


En este proceso de "guardado", la información, primero pasa por la memoria sensorial, para alojarse finalmente en la memoria de corto plazo, o de largo plazo. Una vez almacenados, los recuerdos pueden recuperarse desde esas zonas donde están archivados.

"Nuestro cerebro está más dispuesto a aceptar un relato ya formulado y estructurado, que la nueva elaboración y reflexión de las evidencias empíricas de un acontecimiento".

A esta realidad física y biológica se suma la dimensión emocional por la cual, como explicamos en una nota anterior, nuestro cerebro está más dispuesto a aceptar un relato ya formulado y estructurado, que la nueva elaboración y reflexión de las evidencias empíricas de un acontecimiento.


De este modo, en nuestro cerebro conviven diferentes "relatos", "reflexiones", "posibles respuestas y soluciones" que responden de manera casi automática a diversos eventos a los que se pueden aplicar. El cerebro se suele manejar de una manera cómoda, realizando como mencionamos anteriormente, economía de recursos, sin ponerse a trabajar nuevamente en todo el proceso ante cada evento que le toca enfrentar. Esta es la principal razón por la cual, normalmente, nos cuesta tanto aceptar cambios en nuestras formas de pensar. Estas "certezas" con las que contamos, son las que obstaculizan en última instancia la puerta al nuevo conocimiento y a la capacidad de innovar.


Felizmente, la mente no es sólo un acumulador pasivo de acontecimientos y datos, sino que trabaja activamente en su almacenamiento y en cómo recuperar esa información y en ocasiones, también en cuestionarla.


Pero este "desaprender" que mencionamos al principio de la nota, no pretende borrar u olvidar lo aprendido como cuando "formateamos" la memoria de algún dispositivo (esto no sería posible), sino sobre todo, se trata de no convertirse en esclavo de este conocimiento. Poder repensar y repensarse uno mismo sobre la base de lo que se ha aprendido.


Es por ello que en lo que denominamos la teoría de las 4C, junto con la "creatividad", la "comunicación" y la "colaboración", la "criticidad" o el pensamiento crítico (definido como la capacidad de dudar de las afirmaciones que en la vida cotidiana suelen aceptarse como verdaderas), configura una de las más importantes competencias que se requieren en la actualidad para enfrentar exitosamente los desafíos que nos presenta el futuro.


¿Seremos capaces de semejante desafío?



Por Gustavo Carlos Mangisch (*) y María Luján Manglisch (**)
(*) Director de Innovación y Calidad en Educación del Espacio Excelencia y de la Maestría en Nuevas Tecnologías (UCCuyo). (**) Licenciada en Psicología.