La historia nos demuestra que América latina ha sido y, lamentablemente, sigue siendo un territorio que no puede aprovechar sus recursos naturales. Bolivia, con los problemas que afronta por el gas, y Argentina, con el tema del petróleo, los recursos minerales y ganaderos, son ejemplo de que hay países de la región incapaces de explotar sus propias fuentes de riquezas.

Esto ha sucedido desde los tiempos de la conquista hasta nuestros días. El mundo, o mejor dicho, el primer mundo está repleto de especialistas, académicos, escritores, filósofos y antropólogos que se dedican pura y exclusivamente a analizarnos como ratas de laboratorio. Es que si bien esos países son los que contribuyen a la exclusión comercial de América latina, en ellos hay una creciente preocupación por el estado de inanición de los Estados tercermundistas que se muestran impotentes a la hora de desarrollar su industria propia.

Sin dudas se trata de un juego de poder, de conflictos políticos, de compromisos adquiridos sin sentido alguno. Es obvio que el pueblo latinoamericano se da cuenta de este estado alienante en que vive. Es realmente incomprensible que siga circulando ese discurso que afirma que no explotamos nuestros recursos naturales por falta de capitales. Eso es una falacia y lo sabemos todos. Sobran los medios y la disponibilidad para colocar industrias nacionales, promover a los pequeños y medianos productores, incentivar el trabajo y la educación. Pero esto no sucede, es evidente que no sucede y es ilógico que no suceda.

Una vez que hemos desmitificado la justificación errónea del por qué no se puede crear industria nacional pasemos al siguiente punto. Superada la imposibilidad de invertir en nuestro suelo nos queda preguntarnos: ¿por qué no lo hacemos de una vez por todas?. El plano sobre el cual se sientan todas estas cuestiones es muy complicado, complejo y posee una gran dificultad: la falta de transparencia de los Estados que gobiernan los países latinoamericanos no ayudan para nada a la reflexión y mucho menos a la práctica de lo que proponemos.

¿Con qué fin o utilidad un presidente decide subirle extraordinariamente, sin consultarlo con el Senado, los impuestos de exportación a los productores? Queda claro, pues, que se trata de intereses personales de un sector que se enfrenta a otro. En el medio de tal enfrentamiento queda expectante y sin posibilidades de hacer nada un país conformado por trabajadores que cobran lo mismo o menos que hace aproximadamente 10 años. A eso le sumamos el detalle de que los precios crecen día a día, los productos indispensables (paradójicamente producidos en nuestra tierra) están desabastecidos, el nivel de pobreza aumenta, la escolaridad en zonas rurales o urbanas indigentes pierde adeptos, paros y cortes de rutas.

La gente debe preguntarse ¿qué hay detrás de esas decisiones incongruentes?. La pregunta por lo que subyace a lo que vemos por la TV es muy sana. Sólo podemos estar al tanto de lo que sucede cuando dejamos de confiar ciegamente en lo que nos dicen los discursos y las mesas de debates que se transmiten por los medios. No digo que los medios mienten (si es por eso, yo estaría mintiendo), sino que los invito a dudar, a buscar lo que no nos quieren mostrar. Ante una injusticia de tal magnitud lo menos que podemos hacer es plantearnos la pregunta por el trasfondo de los tiroteos mediáticos.

Pongamos sobre la balanza las prioridades y saldrán a la luz los intereses personales.

¿Qué es más productivo para el país, que haya fútbol gratis para todos o que se equipen los hospitales con mejores tecnologías de diagnóstico de enfermedades?. La pregunta se responde por sí sola si el que la lee tiene sólo un poco de sentido común. La política es una actividad preciosa, sublime, debería ser la demostración de que los seres humanos tenemos el don de la razón para hacer algo importante con nosotros mismos, para organizarnos civilizadamente y lograr el bien común.

Quitarle al que más tiene para darle al que menos es una política ancestral que pocas veces ha funcionado. No se deben confundir las cosas. Tal método no funciona, y mucho menos cuando se dan las disposiciones para que todos tengan mucho.

La "clase media" o asalariada está siendo torturada día a día por las decisiones que, a modo de decreto la perjudican.

Los estallidos sociales son propiciados, sea por un sector que lo financia, sea por el consenso general de un pueblo que se cansó de decir "está bien". No esperemos que ésto que ficticiamente llaman República vuelva a ser un campo de batalla, donde corra sangre a diario de gente que tiene que sufrir las consecuencias de inadaptados corruptos que hacen de la carrera política un fin, y no un medio.