Esta nota más que de opinión es de dolor, porque hace referencia al mal estado en que se encuentran los árboles del Valle de Tulum.


Debemos ser conscientes de que vivimos en un desierto, regado por un río, que costó más de 400 años hacerlo productivo. Lo mismo nos sucede con los árboles que nos proporcionan la sombra necesaria para atemperar el duro clima que tenemos.


Siempre fuimos reconocidos por nuestra arboleda, sobre todo en la zona urbana de cada departamento. Pero últimamente, sin explicación, y con el poder que otorga un cargo público se está realizando una auténtica depredación, rompiendo con todas las reglas internacionales que el país se ha comprometido cumplirlas y olvidándose que el pueblo es el único que tiene derecho a disponer de lo que le pertenece, no la autoridad de turno sin dar explicaciones.


Si desde el sector ambiental deciden cortar árboles, debe primero consultar e informar al pueblo el porqué de esa depredación, y pedir que la aprueben.


Daré un ejemplo de cómo un árbol muchas veces desaparece: camino todos los días por calle Laprida entre Entre Ríos y Sarmiento, por la acera norte. Esta semana noté una inusual cantidad de hojas, alrededor de uno de los ejemplares, como si estuviéramos en otoño. Ahora el árbol está totalmente pelado ¿qué sucedió? Presumo que no es por falta de agua ya que los otros árboles vecinos están verdes y vigorosos. Me pregunto ¿le han colocado algo en sus raíces que ha quedado en ese estado?


No quiero tocar el tema de la peatonal Rivadavia, pero no hay sanjuanino al que no le duela lo que pasó con sus árboles. La peatonal Tucumán se salvó de la depredación, pero ya hay dos árboles secos. Espero que no sea por una enfermedad que lleve a sucumbir a los demás ejemplares.


Sólo me queda aconsejar a los funcionarios provinciales y municipales que se trasladen hasta Mendoza y consulten cómo se conserva un árbol de la especie plátano. En esa provincia, de similares características a la nuestra, pueden aconsejarnos cómo hacer para contar con una arboleda sana y frondosa.

Por María Teresa Forradellas  - Licenciada en Turismo