Siempre que se examina un momento del presente de la sociedad se advierte que hubo un antes con acontecimientos de determinado perfil y que habrá un después que, dado a la vertiginosidad de las hechos que se viven actualmente, es difícil de suponer. Es decir no se sabe con qué se pondrán relacionar los sucesos del presente.

El antes irrepetible. Hasta hace algunos años, en la Capital Federal las mujeres podían ir solas a los espectáculos, cenar después de ellos, dialogar en largas sobremesas y volver a casa caminando o tomar un taxi cada una. No había peligros de ninguna naturaleza.

Hoy se trata de volver a casa antes de la noche. Si se sale, se acuerda ir con un mismo auto y después del espectáculo cada uno vuelve a su hogar de la misma manera, es decir un sólo auto hace todo el recorrido.

Los chicos eran los chicos y se podía confraternizar con ellos. Tener 14, 15 o 16 años, era simplemente estar por entrar a la adolescencia. Se aceptaban sus picardías y o timideces. Hoy, se ha comprobado que un chico de 16 años puede asaltar y matar y o tener ya veinte entradas en la policía como paso con el que mantuvo como rehenes por casi seis horas a tres hombres y una mujer en una perfumería de Almagro, navaja en mano.

Hay una desventaja psicológica porque el peligro es que se viva con el temor por estas cosas dado que la repetición de un mismo hecho puede crear el hábito del temor. Y, nada más negativo en la vida de un ser humano que acostumbrarse a hechos de esta naturaleza. ¿Qué ocurrió en la sociedad que, sin que la ciudadanía se haya dado cuenta, se pasó de una vida normal a otra agitada por hechos que generan hasta chicos de corta edad? Pasaron varias cosas y hay que tenerlas en cuenta.

Las causas no hay que buscarlos sólo en la actualidad, sino que hay que retroceder un poco. Por ejemplo, las familias cambiaron sus costumbres cuando la mujer, por razones económicas y o profesionales, pasaron a integrar rutinariamente la vida laboral. Los chicos quedaron a cargo de un familiar -si los tenía- o de una persona pagada para que los cuidara.

El rigor de la escuela también cambió porque la sociedad lo hizo y ello se reflejó en los establecimientos educativos. La conducta del docente es diferente porque pasó del control del aula a no poder dominar a sus alumnos. ¿Y, el respeto? Si, de alguna manera, se estrelló contra una realidad inesperada.

Ese cambio -como ya lo hemos comentado en otra nota- se vió en las calles donde algunas personas atropellan a otras sin disculparse porque no se dan cuenta de lo que hacen. Es como si fueran deseperadas detrás de una meta inalcanzable.

Un detonante inesperado y de avance lo constituyó la masividad de la televisión. Fue a través de lo que se veía en esa atractiva pantalla, que muchos chicos pudieron imitar hábitos y conductas. Además, se deformó el lenguaje un poco por imitación y otro porque puede haber cambiado el rigor de la enseñanza de la lengua. Esto último es de una enorme gravedad sobre la que aún no se ha tomado conciencia.

Un gran problema a solucionar. Lo más deprimente de la sociedad actual son los chicos de la calle, los que viven en la calle. Ahora es posible ver en la zona del macrocentro porteño, chicos durmiendo en una misma calle en tres entradas de edificios, por ejemplo.

¿Está surgiendo una nueva sociedad o se vive un determinante capítulo de una grave fragmentación social?. Creemos en la segunda posibilidad pero esa fragmentación, si no se para a tiempo, en pocos años va a transformar a la ciudad convirtiéndola en un lugar invivible. Chicos que revisan basuras, chicos cartoneros, chicos que se drogan botella de cerveza en mano, sentados y o acurrucados en veredas no muy iluminadas. ¿Por qué no se ocupan los políticos de este problema?. Una posible respuesta es o porque no traería muchos votos o porque no lo han observado en su verdadera dimensión.

Lo incierto del futuro. Dentro de cinco, ocho o diez años, cuando estos chicos crezcan, la ciudad será diferente -posiblemente peligrosa- y comenzarán a buscarse a los responsables dentro de las distintas áreas del poder que habrán fracasado visiblemente en un problema que, tomado a tiempo, pudo haberse corregido.

Muchos de esos chicos son enviados a pedir por sus madres, no conocen a los padres. Otros viven en las villas sin saber quiénes fueron sus padres y otros eligieron las calles como el mejor escenario de sus cortas vidas. Lo sintomático es que dentro de los organismos oficiales -ejecutivos y legislativos- hay dependencias que tienen que ver con la acción social, pero no bajan líneas hacia la realidad social y, por lo tanto, no ven criteriosamente las situaciones descriptas.