Las primeras vendimias, producto de las primeras cepas americanas.

Señalan los historiadores que el origen de la vid en el continente americano se remonta a los primeros tiempos de la conquista hispánica. En Perú, terruño de los incas, se plantaron las semillas extraídas de los racimos de pasas trasladadas desde España, y que cultivadas en almácigos permitieron la formación del remoto viñedo americano.

Según Garcilaso de la Vega y otros cronistas, ya en 1545 se recolectaron los primeros frutos. Tiempo después las cepas se enraizaron en suelo chileno, "gastándose tres mil pesos en las iniciales cepas y cien pesos en los primeros sarmientos".

En el siglo XVI los laboriosos jesuitas, venidos desde Chile, introdujeron sarmientos en la zona de Cuyo, y en Córdoba, Jujuy, La Rioja, Salta y Catamarca. De esta manera se comenzaron las nacientes plantaciones en lo que ya era el extenso territorio del Virreinato del Río de la Plata. De acuerdo a los expertos, los caracteres ampelográficos de aquellos primeros cepajes, observados en las distintas regiones por donde se dispersaron, demuestran que proceden de un solo tronco común, sin que sus variedades tengan similitud con la cepa española. De este cultivo derivarían las plantas que en nuestra zona se conocen con el nombre genérico de "cepas criollas" y de las cuales algunas alcanzaron una edad de 100 a 150 años.

En antiguos diarios cuyanos -de 1932- se hacen llamativas descripciones del mencionado cepaje, adornadas con expresivas metáforas: " …de constitución vigorosa, resistente a todas las inclemencias, insensible a los martirios de la sed, requemada su corteza por un sol abrasador, endurecida sus fibras por las heladas y la nieve, adopta al cabo la fisonomía rugosa y llena de muñones de la roca andina…".

El arte del vino patero, producto de las cepas criollas.

Pasaron casi tres siglos y la planta no se fusionó con variedades europeas, bastando para satisfacer las apetencias del paladar lugareño, que obtenía de sus racimos "un producto licoroso, de alto tenor alcohólico, dable de añejar y de excelente bouquet, cuyo tinte rosado en su primera edad, se transmutaba en un ambar crecido o en un bermejo acaramelado". 

En aquellos tiempos se cosechaba a fines de abril o principios de mayo, recogiéndose la uva castigada por las heladas de otoño para luego tritúrala en lagares de cuero con el "instrumento primitivo de los pies desnudos", este es nuestro famoso "vino patero".

Los caldos se conservaban en grandes tinajas de barro cocido y la producción se restringía a satisfacer el consumo local, trasladándose el excedente a las regiones del litoral del norte. 

 

Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia