Una silla vacía en el café de siempre, porque se fue un amigo hacia la eternidad.


¡Qué macana!, como decimos de modo campechano cuando algo nos perturba, palabra que suele expresar popularmente disparate, lío, problema. Y sí, una macana que te hayas ido así, Beto Bloise, en el marasmo de esta situación absurda, dolorosa e inesperada que agita los vientos del mundo, cuando tenías a entera disposición para la gente el prestigio de una profesión que dignificaste con talento y sobriedad. Y cuando los amigos te esperaban indoblegables en una mesa iluminada del bar "La Ley", allí en ese recinto alborotado donde el fragor de los Tribunales descansa refriegas nobles y de las otras bajo el aroma indescifrable de un cafecito. 


Yo creo que la mesa tuya (porque cada ser que encendió una fogata tiene un sitial bien ganado en lugares de encuentro), la del rinconcito donde recalan las buenas inspiraciones, siempre ha de tener, por los sueños de los sueños, una palabra justa dicha en el momento mejor y una lucecita encendida esperando la risa y la reflexión señera.


¡Qué macana, Beto! No va a ser fácil entrar en ese bar de códigos y digestos que siempre enderezabas hacia la sabia honradez de la Constitución y saber que hoy no has venido, salvo en nubes violetas de ideales y proyectos que se quedaron para la cosa sana.


Y cuando pronuncio este nombre recuerdo al otro Beto, prestigioso y probo, también colega del Derecho, Pascual Alberto Sevilla, que hace poquito se fue casi por el mismo sendero y me encontró desprevenido de dolores e imposibilitado de musitar o escribir algo en ese momento de estupor. El guascazo había sido grande. ¿Hacerlo ahora con este otro amigo es aprovechar la dura benevolencia de acostumbrarse a sufrir? Es posible, la vida en parte es eso. 


Cuando esto escribo, me acuerdo de las reflexiones del "Chiquito" Escudero, cuando se fue del mundo su amigo poeta Rufino Martínez, compinche mañanero del Bar "Los Douglas", entonces en Mitre y Tucumán, a quien despedía con un poema donde aseguraba que las mesas y las sillas lloraban. ¿Por qué no? ¿Quién puede afirmar que esos esqueletos robados a algún árbol poeta no lloran cuando la soledad de la noche avanza sobre rincones dignificados?


Me permito citar parte de un poema que alguna vez garabateé y bien puedo aplicar a esas imágenes: "En la silla del bar /quedó su sombra estrangulada como un saco de tristezas; esa niña de madera que lo vio diseñar poemas /lo gimió un trecho, /hasta que se puso a desovillar imágenes y lágrimas /que sobrevolaban por allí/ en papeles con vida./ Esa inocente encrucijada de algarrobo/ donde él sentó sus sueños fogatas y sus días de perro a descansar, /ha de seguirlo por todos los silencios,/ aún cuando los remezones de la vida /desarmen sus huesos encolados".


Hasta el instante sencillo de alguna charla, queridos amigos.

Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete