Siempre recordaré el león de nuestro faunístico demandando a pura lágrima seca la llave de la libertad. 


El momento que nos toca es propicio para reflexionar sobre estas cosas. Pocas veces nos detenemos a recapacitar sobre el sentido de tener un animal enjaulado. Extraño placer humano (que casi todos alguna vez hemos tenido) el de poseer, entre otros, pájaros encerrados como quien colecciona figuritas. Repasaba un poema que al respecto hiciera hace pocos años, y ratifico las sensaciones que en ese momento experimenté para escribirlo. "¡Qué tristeza de muelles tiene el jilguero!,/ como el barco que anclado no ha de zarpar;/ ¡qué desdicha de sombras desmoronadas/ le ha dejado en el pico la soledad!/ ¡Cómo llora el jilguero desde la celda!,/ y yo siempre he creído que era feliz./ Esta tarde he encontrado en sus ojos nieblas,/ y he pensado, de pronto, dejarlo ir".


Hoy me hiere ese ser indefenso, nacido para el viento y la libertad, condenado a una prisión de pocos centímetros, esclavo de un placer cuyo costo sólo él paga.


Similar sensación siento con las fieras enjauladas, recluidos en un receptáculo de pocos metros, donde es casi imposible moverse, ellos que provienen de la independencia absoluta.


Siempre recordaré el león de nuestro faunístico. Allí estaba el viejo guerrero, derrotado, gritándonos la desesperación del encierro con sus constantes movimientos hacia uno y otro lado, demandando a pura lágrima seca la llave de la libertad. 


Los animales silvestres contienen en su sangre, como un registro de fuego, la memoria de las praderas donde son reyes profundamente emancipados; por eso ese porfiar constante contra los barrotes y contra la incomprensión del hombre, como un reloj que constantemente atrasa. Esa pesadilla permanente de reclamar el vuelo de sus piernas y su sangre, buscarse en espejos de incomprensión, perseguir el arco iris tras la lluvia ciega de sus rejas, nos muestra que somos capaces de asumir una condición ontológica inferior al propio ser montaraz. 


Miro al león tras la reja y siento que un disparo de impotencia le dice que sus patas ya no son para el libre viento de su alma. Se le ha astillado el mundo en su tristeza, cruje en sangre buscando el sol por la ciega tarde de su encierro. 


Desde la vida, un carcelero le alcanza el cinismo del agua. 

Por Dr. Raúl de la Torre 
Abogado, escritor, compositor, intérprete