"Guardar en el estuche que la contiene su sublime atolladero de cuerdas, luego de un recital, es depositar en el viento la madrugada acorralada de nuevos pájaros...".

La música es, por su universalidad, una de las artes más allegadas al alma; por ello dispone de numerosos modos de expresión a partir de los diversos instrumentos creados para refugiarla, dignificarla.

Cada ser humano puede tener alguna predilección por determinado instrumento musical. Para quienes lo tienen por la guitarra, debe hacerse alusión al hecho de la cercanía material de ella con nuestro cuerpo, y de este modo el privilegio para proponernos su cielo más allegado al corazón.

En mi caso, su elección fue azarosa, como generalmente ocurre con estas cosas; nos atropelló la arrasadora ola que puso de nuevo al folklore en casi todos los hogares del país, y el hecho de que fue económicamente más accesible interpretarlo con una guitarra, a la vez que ella es el vehículo habitual de este género; por eso, desde entonces, en casi en todos los hogares había una guitarra. 


En la paloma tensa y conquistada de su vientre, en la encrucijada azul de sus cuerdas, en el amor que me justifica cuando la anochezco contra el pecho pájaro, en los compinches de sus silencios y la explosión de sus gemidos, en el pozo de sus lunas reservadas, en los huesos de su cuerpo incontenible y su temblor armado de nostalgias, continuamente vuelvo a nacer. Tener una guitarra apretadita contra el corazón es bailar lentos de atardecidas nostalgias, sentir los íntimos latidos de alguna muchacha que te puso la vida enfrente para internarse en la aventura de vivir. 


Guardar en el estuche que la contiene su sublime atolladero de cuerdas, luego de un recital, es depositar en el viento la madrugada acorralada de nuevos pájaros; verter la lenta savia de las canciones paridas momentos antes sobre un escenario; sentir que resguardamos del desarmadero de los olvidos un instante único donde fuimos hacedores de sentimientos que jamás podrán volver a ser lo que en ese instante fueron, porque todos los cantos son diferentes, como lo son las emociones y las miradas que de la vida podemos tener en algunas jornadas; porque también la gente que nos acompañó en esa travesía se puso a nuestro lado con su equipaje único y personal, con su día de agobio o su día de amores que trajo a la sagrada cita con la música.


Siempre recuerdo una actuación que tuvimos con el genial Mister Chasman y su Chirolita. Este hombre que dejaba en los escenarios chispeantes historias con el dulcísimo muñeco, era un ser extraño, muy callado y triste en la intimidad de un camarín. Y lo que más me conmovió fue el modo como guardaba a Chirolita en un bello estuche, culminada la función.


Guardar una guitarra en su estuche es devolverle con respeto la intimidad que nos ha prestado; que se lleve al corredor de sus sueños la entrega que dignamente nos ha dado sobre el proscenio.


A pesar de esos momentos de silencio, cuando dejamos en un rincón sus notas, descorro una cortina del pecho y está intacta en una pirueta del corazón, aunque hayan pasado varios días y no le haya acariciado su bullicio de calandrias.