Me desperté y como todos los días, leí presurosa las noticias. Pero esta vez fue distinto. Por primera vez sentí que no había despertado. Como presa de un sopor y siempre en idéntico punto, me vi leyendo una y otra vez las mismas noticias. En una amarilla Gaceta, un diario, un televisor en blanco y negro, en colores o por redes en la era digital, las crónicas daban cuenta de lo mismo, año tras año. Y tuve ganas de bajarme, como cuando niña le pedía a mi madre que parara la calesita para descender. Pero esta vez no era vértigo sino cansancio. El cansancio de quien ve cómo en el ancho océano de las fragmentaciones y las vanas disputas, naufragan nuestros sueños de una epopeya que siempre está por llegar. 


Inevitablemente pienso en nuestra historia donde las divisiones en fracciones son una constante. Donde todo es ocasión propicia para voces y gestos altisonantes y de descalificación. No en vano la palabra más recurrente en estos días ha sido "ring". Se subió al ring/lo subieron al ring. 


¿Advertimos realmente las implicancias de esta metáfora? Porque el ring o cuadrilátero es la zona que delimita el área de un combate de boxeo. ¿De eso se trata todo esto? ¿de escenas de pugilato para ver quién será el "Ringo" Bonavena, el "Goyo" Peralta o la "Tigresa" Acuña, que habrán de noquear a sus contrincantes? A veces pienso que, subidos en esa tarima brava, como se le llama al ring, la persona pierde contacto con la realidad de la gente que abajo, mira con cansancio las eternas disputas.


Disiento con algunos analistas que centralizan la responsabilidad en la clase dirigencial. Argentina es una sociedad fragmentada. Basta como ejemplo mirar lo que sucede en los grupos de Whatsapp, cuando alguien disiente con la opinión de la mayoría. Y esa división lacerante la arrastramos desde nuestros orígenes como nación.


Pero no ha de ser ésta, una crónica de la desesperanza y el desánimo. Por el contrario, el cansancio debe operar como motor de transformación y para ello deberemos comenzar aceptando lo que somos. Como dice el Papa Francisco "en algún momento tendremos que percibir de frente la propia verdad" y sentir "el vértigo del precipicio" para buscar la salida (Gaudete et Exultate, 28).


He aquí el punto nodal de estas líneas: reconciliarnos con nuestra identidad como pueblo. Debemos empezar reconociendo nuestro origen: un crisol donde se produjo la integración de distintas etnias y culturas.


Como resultado de ese mosaico de culturas heterogéneas, es que la diversidad está en nuestra matriz identitaria. Un discurso o acción que tienda a cancelar al otro, no solo desconoce nuestras raíces, sino que nos aleja de toda reconciliación posible.


La reconciliación debe pasar necesariamente por reconocer esa alteridad, por la aceptación del otro en sus diferencias y por caminar hacia él. Claro que no es tarea fácil. De tanto acentuar discrepancias y antagonismos hay cierta tendencia de convertir a quien es diferente o piensa distinto, en un contrincante a vencer. Esa es la lógica de la imagen del ring y del boxeo. La reconciliación requiere en cambio la lógica del puente no del ring. 


A nadie escapa que vivimos tiempos agitados de mucha crispación, división y desencuentro. Urge abandonar la lógica de los dinamitadores de puentes y apostar por una lógica del encuentro y de la convivencia en las diferencias. Encuentro y reconciliación parecen ser entonces el mejor camino. Claro que ello requiere el dejar de cavar trincheras para empezar a construir puentes. Los muros, las cercas o fosas aíslan, por más derechos que nos asista, abaten el espíritu, cancela al otro y nos empobrece culturalmente como pueblo.


Me abrazo a la esperanza como mujer de fe o como una ciudadana más entre millones de argentinos que luchan por la reconciliación y optan por la lógica del puente. 

Por Miryan Andújar 
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo