Frente a las nuevas formas de pobreza y fragilidad de la vida, podemos asumir diversas actitudes. De indiferencia como lo expresa la respuesta de Caín, cuándo Dios le preguntó por su hermano Abel: "No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? (Gn 4,9) O podemos asumir un compromiso real por el cuidado de la vida frágil. Y cuidar la vida no es un llamado que interpela solamente a creyentes. Es un llamado a todos, basado en valores universales como la empatía y la solidaridad.


En primer lugar, porque la vida es un bien y el más alto en el orden natural. Es un bien porque es una perfección del viviente humano, nos dirá la Antropología Filosófica. Efectivamente, para el viviente, la vida es una perfección que hace a su esencia, su modo de ser, de allí su valor de bien. Ese valor acompaña a la persona, desde la concepción hasta la muerte. No hay circunstancia ni condición que mengue el valor de tamaña perfección. Pero hay otra razón de mayor peso aún: el cuidado de la fragilidad es una exigencia de Justicia.


El término proviene del latín (iustitia), y significa aquello que le es debido a cada uno en cuanto tal. El concepto excede largamente los consensos jurídicos y culturales. Al otro le corresponde lo que es suyo, lo debido, no por imperativo legal, sino ontológico. Debo ser justo con el otro, simplemente, porque es mi otro. Quiero reparar en los elementos que configuran esta virtud: - cuando hablamos de justicia siempre hay un "otro'' (no se concibe la justicia de uno para con uno mismo); - pero, además para ser justo antes debemos identificar qué es lo suyo, lo debido al otro.


Entramos así al núcleo del tema. Cuidar la fragilidad de la vida humana en cualquiera de sus etapas, es una exigencia de justicia. Sí la vida es esencial para el viviente humano, tal como apuntamos, la primera exigencia de justicia es garantizarle el derecho a la vida. Y su primera manifestación será el derecho a nacer. Privarle de aquello que es suyo y hace a su esencia, como es la vida, es un acto de verdadera injusticia. También es una injusticia y un crimen aberrante, la violación perpetrada a una mujer. Sí de la violación siguiera un embarazo, obviamente no querido, la solución no puede ser cometer otra injusticia, como sería eliminar la vida del hijo concebido. Pero aquí también hay una deuda de justicia con las mujeres más vulnerables. Porque en honor a la verdad, la mayor causa de mortalidad materna, no es el aborto clandestino, sino las fallas en el sistema de salud, las brechas regionales y las inequidades sociales. Antes de llegar al aborto clandestino, nuestras mujeres más vulnerables ya sufrieron la pobreza, el desamparo y la injusticia social. También esta vida nos tiene que importar.


Debemos ampliar el horizonte. Pienso en los sin techo, en aquellos que no tienen garantizada una alimentación saludable ni sustentable, en la ancianidad abandonada, en las brechas regionales e inequidades educativas, en las mujeres que padecen violencia de género, intrafamiliar, institucional o simbólica, que no tienen garantizado el acceso a justicia para el reclamo de sus derechos. Pienso en las víctimas de la trata de personas, en la vulnerabilidad de nuestros pueblos originarios, en las minorías religiosas, étnicas, o aquellas que, por su orientación sexual o identidad de género, sufren un menoscabo en sus derechos y en su dignidad. Pienso en ello e inevitablemente me pregunto: ¿no deberemos también cuidar estas vidas? ¿no son todos ellos también nuestros "otros"? Todas las trincheras son válidas, me dijo hace poco un amigo porteño. Y tiene razón. Sobre todo, cuando lo que está en juego es la vida humana y su dignidad. 


Una vida digna

Cuidar la vida no se agota en la defensa de la vida humana inicial. También es una exigencia de justicia garantizar la vida en todas las etapas que recorre la persona en su trayectoria vital. Pero no hablamos de cualquier vida. Hablamos de una vida digna acorde a su dignidad como persona. Sí la vida es un derecho de la persona por exigencia de su esencia, una vida digna es exigencia de su especial dignidad.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo