¿Cómo forjar a través de la tarea educativa, una conciencia recta y sana? ¿Cómo ayudar a otros a discernir lo justo y honesto en cada decisión? Educar, como evangelizar, son actos de esperanza. Los resultados se ven no al día siguiente sino a mediano plazo. A más educación, mejores raíces y más libertad. Con menos educación, más falta de lógica y más conflicto. Con más educación, más calidad de vida, personal e institucional.
Es necesaria la virtud del discernimiento. Sobre todo a causa de la complejidad de las situaciones que vivimos y que nos podrían inducir a decisiones unilaterales y fragmentadas, y en definitiva, falsas. El discípulo de Jesús, que ha aprendido la lógica en su "escuela", deberá decidir al interno de las complejas situaciones que vive, cuál es la acción que mejor expresa la fidelidad al Maestro y a la propia historia. Su misma fisonomía será plasmada sobre la base de las decisiones.
El legado del filósofo Maurice Blondel nos convence cuando enseña que el hombre "es" lo que decide y hace. Y no sólo ello, sino que también es lo que no hace, porque la decisión de no obrar (el mal), tantas veces contribuye también a plasmar su fisonomía moral. En este sentido educar es discernir, porque es asimilar interiormente los valores éticos.
En la vida moral hoy, "discernimiento" es sinónimo de sabiduría para optar por una decisión acertada y ello comporta de suyo la opción de recortar otras posibilidades. Y así, cuando Gianna Beretta Mola, a principios de siglo XX en Bérgamo, Italia, decide seguir adelante con el proceso que la conduce al parto, aún conciente de los riesgos que comportaba para su propia vida, discierne sabiamente -con las luces del Espíritu Santo- qué es lo mejor. De hecho ella murió, pero vivió para siempre en el cielo y es venerada en los altares pro vida. Una madre ejemplar capaz de amar hasta la renuncia de sí.
Hay valores "no negociables", y ello exige una toma de decisión que no conoce doblez. Entre ellos, el valor inviolable y sagrado de la vida, la necesidad del padre y la madre como base del hogar, la familia como célula básica de la sociedad y de la Iglesia misma, el respeto a cada persona sea cual fuere su condición social o racial, la defensa del sistema democrático, etc.
Ahora bien, hay dificultades en poner en práctica tal o cual valor moral cuando el conflicto de intereses se hace presente. Hemos de alejarnos de la esterilidad de una repetición abstracta del valor así como de su realización subjetiva que no conoce parámetros normativos. El teólogo Giuseppe Trentin ha hablado sobre el particular: "Hablar por tanto de discernimiento en sede teológico-moral tiene un significado preciso: significa recuperar la importancia de la conciencia no sólo como facultad de juicio sobre lo que es moralmente recto o erróneo en base a la norma moral, sino también como facultad de juicio sobre lo que es moralmente bueno o malo en base a la actitud moral fundamental de la persona". Educar es forjar actitudes honestas.
Hay palabras que la cultura las vuelve prestigiosas, palabras en la que vive la altura y la densidad de un significado que despierta la atención y el justo aprecio; son palabras que reclaman que se vuelva a hablar de ellas en un ejercicio mental que discierne su sabor y, por ende, su sabiduría, a fin de que dinamice en nosotros la inteligencia y la voluntad.
Una de esas palabras es "curación". En la raíz de este término, cura, los latinos recibían el significado de cuidado, solicitud. A su vez, la palabra cuidado, viene del latín "cogitatio", o sea, pensamiento. Así visto, el cuidado no es nunca una actitud solo sentimental sino que extrae su fuerza de un pensar el dolor del otro, ponerse con la razón en el lugar del otro. Hay aquí un ejercicio de discernimiento para que la verdad al enfermo se armonice con toda otra consideración de orden afectivo.
Hay otra palabra prestigiosa: terapéutica. Esta vez la raíz es griega -terapéuo- y había dos significados de curar al paciente pero también de honrar al paciente. Esto último significa darle la paciente aquello que el desamparo de sus dolores y sufrimientos exige según la justicia más elemental que atraviesa su existencia. Honrar al paciente postula experimentar la necesidad no negociable de respetar el honor de una persona que padece.
Es la conciencia la que manda tal actitud, pues reconoce la grandeza de la ley suprema del amor: "Estuve enfermo, y fuiste a visitarme; desnudo y me vestiste; sin techo y me alojaste; con hambre y me diste de comer" Mt 25, 30 ss. Si el amor veraz corona las virtudes, hemos invertido en buena educación.
(*) Especialista en bioética, docente universitario. Párroco de Nuestra Señora de Tulum, Villa Carolina.
