En el principio fue la ira. Esta expresión, paráfrasis hecha a partir del prólogo del evangelio de Juan, podría decirnos mucho a quienes nos preocupa el estudio de la violencia. Hay violencia doméstica; violencia en la escuela; violencia en las calles... Sin embargo, la persona no está hecha para vivir en el litigio permanente. 


En realidad, en el principio fue el amor. Nos explicamos. Nuestra vida no es un paréntesis de ser entre dos nadas, la original y la póstuma, ni paréntesis entre un azar ciego o ira desatada al inicio, y un sinsentido oscuro o futuro terror después del evento mortal. Venimos del Amor de Dios y hacia El caminamos. Con certeza. Con las manos ocupadas, pero con el corazón confiado en sus promesas llenas de vida y esperanzas.


Pero la ira está ahí, casi al inicio. Signando el tiempo humano. Dejando huellas por doquier. Levantando murallas, hogueras, cadalsos o cárceles clandestinas. La ira individual derrama la sangre del justo Abel, hunde el pecho de César, apura la guillotina de los revolucionarios de la libertad, dispara la bala que asesinó públicamente a John F. Kennedy. La ira programada y sistemática construye los misiles, levanta pabellones, invade pueblos inermes, proyecta las cámaras de gas o los duros inviernos de Siberia.

"En Argentina,... pareciera que es "normal" que te roben y no te maten. Nos consolamos con que, por lo menos, no te mataron".

Una lectura desde la filosofía del fenómeno siempre injusto de la violencia, de la ira como expresión del sujeto personal y colectivo que destruye al ser humano y por ende su cultura, es imprescindible. La filosofía en cuanto eje sistematizador de saberes, tiene la palabra rectora. La fe cristiana arroja su luz también, pues fe y razón son como dos alas del espíritu humano que se alza al vuelo de la verdad, según la conocida expresión de Juan Pablo II que abre la encíclica Fides et Ratio.


¿Por qué hay violencia en el corazón humano? ¿Por qué el lobo se viste de cordero? ¿Por qué el odio en vez del amor? Todos los días los noticieros del mundo nos muestran imágenes plagadas de violencia. En Argentina, nuestro país, pareciera que es "normal'' que te roben y no te maten. Nos consolamos con que, por lo menos, no te mataron. Es normal que todas las noches, frente al televisor, enumeren la cantidad de personas que han sido asesinadas mientras cenamos en familia. Esta violencia consagró las rejas en las casas de los libres, enrejó las libertades.


Habría que hacer referencia a muchos estudios realizados en torno al origen de este mal profundo que es la violencia. Basten referir algunos para nuestro cometido. "Si la violencia recorre toda nuestra historia, es porque la agresividad subyace a la violencia'' nos dice M. Cornaton. En esta perspectiva, la agresividad es la potencialidad de la violencia misma. Está en su base. Como en el mundo animal, se percibe que el pez grande vive porque agrede al chico, así también, en cierto sentido, pasa con el fenómeno humano.


Además del apoyo biológico, sin duda también la violencia está integrada en la vida psíquica a través de pulsiones primarias de ira. Y no podemos dejar de considerar los condicionamientos familiares, sociales y culturas que modelan y proyectan esa agresividad como dice G. Trentin. A todo esto se suma el pecado original, presente en sus consecuencias en cada hombre.


No nos resignamos a que la espiral de violencia tenga la última palabra en la historia. En este sentido, escribir es protestar como decía Vargas Llosa. Sí, protestar contra la fuerza destructiva del odio, contra las cadenas férreas de la violencia ilógica. ¿Será necesario recordar una vez más que la filosofía sirve al hombre que habita el presente y sueña con su mañana y el de los demás en un mundo mejor? Ojalá nos estimulemos en trabajar juntos por una civilización que se construye desde el amor y la comunión fraterna.

Por el Pbro. Dr. José Juan García 
Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo