Nos ocupa una de las páginas más trágicas de la historia del siglo XX. Un siglo, a decir de Hannah Arendt, donde la muerte de inocentes no podría ser superada por otro. 


Una ideología perversa, de matriz neopagana, dio origen al odio hacia el judío hace un siglo atrás. Los nazis concientizaron acerca de la supuesta maldad de este pueblo, lo persiguieron, lo encerraron, los deportaron y en total se fija un aproximado número de 6 millones de víctimas que murieron, la mayoría en campos de concentración.


Hay que reconocer que en este genocidio, se dieron cita muchas voluntades o causas. Un primer nivel de culpa está en aquellos crueles líderes que pensaron y programaron, que impusieron y finalmente masacraron a las víctimas de un pueblo, por el sólo hecho de pertenecer a esa mal llamada "raza": la judía. Y hay otros niveles de culpabilidad que descienden y que incluye a muchas instituciones y gobiernos -algunos cerraron sus fronteras a judíos que buscaban la salida-. Hubo cristianos, católicos y luteranos, que no estuvieron a la altura de las circunstancias y por miedo u otras causas, facilitaron la Shoá. Es justo destacar también a aquellos otros que dieron mucho de sí por sus hermanos y la historia los va identificando y reconociendo. 


La más reciente historia del pueblo judío no ha de desvincularse de su historia anterior. Ya Egipto y Babilonia inauguraban la historia de Israel con duras marcas de esclavitud y deportación, si bien con la entrañable esperanza de la pascua. "Si me olvido de ti Jerusalén, que se me paralice la mano derecha..." expresaba el salmo en cautiverio.


Para judíos como Emil Fackenheim, el holocausto es un acontecimiento cualitativamente único a cuya luz el judaísmo ha de contemplar nuevamente a su Dios, a la humanidad y a sí mismo. "Queda prohibido a los judíos proporcionar una victoria póstuma a Hitler. Se les pide sobrevivir como judíos, so pena de que se disuelva el pueblo judío. Se les pide recordar el sacrificio de Auschwitz, so pena de que se borre por completo su memoria. Les queda prohibido desesperar del hombre y de su mundo, y refugiarse en el cinismo o en la huida del mundo, so pena de contribuir a entregar este mundo a la fuerza de Auschwitz. Finalmente, les queda prohibido desesperar del Dios de Israel, so pena de que el judaísmo deje de existir. No se puede conducir a la fe a un judío secularizado mediante un mero acto de voluntad, aunque se le puede proponer que lo haga".

"Para muchos teólogos judíos el holocausto es una muestra clara de la extensa historia de sufrimientos del pueblo del Primer Testamento".

Ahora bien, no podemos ignorar lo que realmente el holocausto es y significa para el judaísmo y para todos: ¡un acontecimiento que trasciende toda la historia anterior del sufrimiento judío! Hay quienes hablan de un nuevo Sinaí judío (Richard Rubenstein): en verdad lo "revelado" aquí sería una nueva tabla, sino la revelación de la perversidad, del oscurecimiento y la perversión. 


Hans Kung habla en estos términos: "Auschwitz no es un lugar de revelación, sino simplemente el anti-Sinaí de la modernidad. El autor refiere que la silenciosa aceptación de la 'muerte de Dios' de Nietzsche en el siglo XIX, culminó en el siglo XX en el 'desencantamiento del mundo' (Max Weber) y la fe secular en la nación, han traído fatales consecuencias tanto para los judíos como para los alemanes modernos. A los judíos les robó su identidad tradicional y a los alemanes, les trajo el engaño de pasar del vacío a la creencia de dar fe a los mistificantes discursos de Hitler, que pronosticaba un nuevo Pentecostés a partir de 1933 y un reino de "mil años' prósperos".


En "Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoá", de la Santa Sede, en 1998 se afirma: "La Shoah fue, ciertamente, el peor sufrimiento de todos. La crueldad con que los judíos han sido perseguidos y asesinados en este siglo supera la capacidad de expresión de las palabras. Y todo ello se les hizo por el mero hecho de que eran judíos". Francisco en Fratelli Tutti nos pide no olvidar estas tragedias. Hacer memoria para que sean sólo hechos tristes del pasado.


Por José Juan García
Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo