Hace un año el papa Francisco nos regaló la Exhortación apostólica post sinodal "Amoris Laetitia", que se traduce como la "Alegría en el amor". Se trata de una mirada sobre la familia como gran posibilidad humana, más que como conflicto; como oportunidad más que como problema. 


Amoris Laetitia, con fecha no casual del 19 de marzo, solemnidad de San José, recoge los resultados de dos Sínodos sobre la familia convocados por el Papa en 2014 y en 2015, cuyas relaciones conclusivas son largamente citadas, junto a los documentos y enseñanzas de sus predecesores y a las numerosas catequesis sobre la familia del mismo Francisco. Como ya ha sucedido en otros documentos, el Papa hace uso también de las contribuciones de diversas conferencias episcopales del mundo (Kenia, Australia, Argentina, Chile) y de citaciones de personalidades significativas como Martin Luther King o Erich Fromm o nuestro argentino de letras Jorge Luis Borges ("Toda casa es un candelabro'').  


La Exhortación apostólica impresiona por su amplitud y articulación... El Papa sostiene que "no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones del magisterio"... Para algunas cuestiones "en cada país o región se deben buscar soluciones más inculturadas, atentas a la tradiciones y a los desafíos locales...".

 
Afirma también que es necesario salir de la estéril contraposición entre la ansiedad de cambio y la aplicación pura y simple de normas abstractas. Escribe: "los debates que se dan en los medios de comunicación, en las publicaciones y aún entre ministros de la Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación, hasta la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o extrayendo conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas" (AL 2). 


La familia es el primer núcleo del amor, de las virtudes humanas y cristianas. Está llamada a ser espacio de catequesis, "iglesia doméstica".  


Al papa Francisco le gusta poner en marcha procesos, cree en la dinámica de la vida y en el tiempo que necesitan las personas para crecer y para asimilar instancias. No renuncia a los ideales, ni al crecimiento, por el contrario, cree que las personas e instituciones tienen capacidad y de hecho, pueden crecer y madurar. Apuesta a ello pero sabe que es necesario el tiempo y no sólo su transcurso, sino la elaboración, la asimilación de los temas y de las situaciones en dicho transcurso. 


El principio de crecimiento-gradualidad se revela especialmente importante como clave de comprensión, ya que no se trata de bajar los ideales (el matrimonio es un sacramento por ejemplo) para que estén más accesibles sino de ver cómo éstos se pueden ir alcanzando. 

"Por muy herida que pueda estar una familia, esta puede crecer gracias al amor". 


La "ley de la gradualidad" propuesta por Juan Pablo II, se basa en el reconocimiento de que el ser humano "conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento". No se trata de una "gradualidad de la ley", como si ésta alcanzara a algunas personas y a otras no, sino de "una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley.  
"La fuerza de la familia" reside esencialmente en su capacidad de amar y enseñar a amar. 


 
Pbro. Dr. José Juan García, Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo.