Hace pocos días hemos asistido a una serie de episodios de extrema violencia, llevados a cabo por ciudadanos que arropados bajo el pronunciamiento "justicia por mano propia” han ejecutados delitos de alcance individual y colectivo en el sentido que atentan contra la vida y la paz social. No se trata de ignorar los episodios sucedidos, pero sí de destramar toda una serie de mecanismos que apelan a que la violencia sea interpretada como la respuesta o la solución a los problemas sociales que nos afectan.
Frente a una población temerosa, es fácil hallar terreno fértil para que cobre eco o se lleve a la acción el imperativo "el que las hace las paga”, que no es más que una postura reciclada y camuflada de siniestras prácticas de grupos extremistas o fundamentalistas que nada tienen que ver con la sociedad de derechos que con tanto esfuerzo hemos logrado recuperar. Tales actos repudiables, tienen como esencia viejas lógicas binarias (bueno/malo, blanco/negro, heterosexual/homosexual etc.) que se erigen como las únicas y las mejores, negando los múltiples matices que hay entre los extremos, como si la solución pasara por aniquilación del otro en el más amplio de los sentidos, anulando cualquier vestigio de humanidad.
Son varios los personajes que desde distintos ámbitos de la sociedad, motivados por intereses personales, por falta de formación sobre los problemas sociales o bajo la influencia de formadores de opiniones alarmistas, promueven el miedo y desesperanza, incitando a que este tipo de reacciones se conviertan en el método que remedie aquello mismo que suponen combatir: el delito.
Los hechos de violencia no son nuevos, sin embargo es necesario hacer un mea culpa y revisar las forma en que se la comunica, reflexionar sobre qué y cómo comunicamos estos sucesos que terminan teniendo cierto "efecto imitativo” celebrado por muchos como si se tratara de una victoria. (Uno menos)
Esto llevó a que la violencia supere límites incalificables, como el caso de los "linchamientos”, que dejan traslucir un resabio de pena suplicante, a modo de escarmientos ejemplificadores, que brindan en simultáneo un espectáculo público asegurando la concreción del castigo y el horror.
Impacta con pesar, la crueldad desplegada sobre los cuerpos acusados del delito, pero no nos asombra. No hay duda de que estos actos delictivos o criminales son altamente reprochables y repudiables en toda su dimensión. No hay relación entre el delito y el castigo aplicado. Hay ensañamiento, horror, complicidad, crueldad, alevosía, dolo e incluso crimen.
Cabría preguntarse ¿alguien cree ciertamente que estos delitos son justicia por mano propia? La palabra "Justicia” en este caso es impropia. Sin dejar de lado la responsabilidad que a cada persona le cabe por sus actos nos preguntamos ¿de qué justicia estamos hablamos?… no sea caso que nos encontremos que el verdugo está oculto detrás del escenario, esperando que comience el gran show para que la "fiesta siniestra” pueda continuar.
(*) Senadora Nacional, FPV San Juan.
