Con motivo de cumplirse los 130 años del primer intento de llegar a la cumbre del Aconcagua, podemos mencionar que esta primera expedición andinista-científica tuvo una fuerte presencia alemana, con exploraciones de reconocimiento que se efectuaron desde Chile.

En los primeros días de 1883, el alemán residente en Chile Jean Habel subió y recorrió el glaciar Horcones. Se dice que al observar las laderas desnudas y los glaciares empezó a caminar entre los paraje milenariamente solitarios. Su interés era primordialmente científico y en un principio este explorador no se había dado cuenta de que había estado en el Aconcagua.

Por entonces existía tanto desconocimiento del lugar que aún vista de lejos no se sabía con certeza cuál de todas las cumbres era el Aconcagua, llegando a asignársele altitudes muy variadas que lo ubicaban a más de 8 mil metros de altura sobre el nivel del mar.

Posteriormente, entre enero y febrero del mismo año el Dr. Paul Güssfeldt (1840-1920) un geólogo, explorador y escritor nacido en Berlín, quien había realizado varias ascensiones en los Alpes, organizó un grupo que salió desde Santiago de Chile, con la intensión de realizar estudios geológicos y de llegar a la cumbre del Aconcagua. Sobornando a los porteadores con la historia de que había un tesoro en la montaña, se acercó al cerro a través del Río Volcán, haciendo dos intentos en el pico por la arista noroeste. Se introdujo valerosamente en el laberinto de rocas descrito en la leyenda antes mencionada y escogió la ruta del Norte, a la que creía libre de los obstáculos que suponían la nieve y el hielo. Acompañado por dos nativos y algunos ayudantes que salieron con él desde Chile con la intención de aprovechar también la ocasión de descubrir minas de metales preciosos, acampó en el límite de la rala vegetación, a 3.548 metros de altura. Ni un inmenso muro de piedra que le cerraba el paso, ni el macabro descubrimiento de un esqueleto humano (quizás un buscador de oro sorprendido por una tempestad) que parecía sonreírle irónicamente, enturbiaron su entusiasmo. Y más tarde, entre las características agujas de hielo, dispuestas como una fila de blancos frailes y que semejaban un bosque de penitentes, Güssfeldt localizó el paso exacto y llegó así a la cuenca superior, la base de la verdadera montaña. El Aconcagua no opuso dificultades técnicas a sus asaltantes, tan sólo las esperadas, constantes y mortíferas condiciones climáticas.

"En un monte como el Aconcagua -escribió Güssfeldt-, a las normales dificultades de todos los montes se suman las que causan la altura y la falta de oxígeno, además de la inclemencia del tiempo, como el frío y el viento. Con estas adversidades y privaciones, ninguna fuerza humana es capaz de alcanzar la cima. Sólo quien tenga muy buena estrella podrá llegar a la meta". En efecto, Güssfeldt pasó por todas las penalidades: sufrió náuseas, desmayos debidos a la altura, soportó los más repentinos cambios atmosféricos, las violentas tempestades… Todo ello neutralizó los sucesivos intentos, y el explorador quedó bloqueado a 6.560 metros de altura y tuvo que descender. Su expedición, que subió por el Noroeste, dura cerca de un mes. El glaciar que recorrió y exploró lleva su nombre.

La ruta que él emprendió es hoy la vía normal a la montaña en su parte superior, puesto que la aproximación la realizó por una ruta que había tomado viniendo de la República de Chile.

Güssfeldt era un gran estudioso, apasionado y lector de la geología, pero no poseía un título universitario con esas características. Muy acertadamente, llevó a Europa algunas muestras de roca, proporcionando por primera vez a los científicos la posibilidad de estudiarlas directamente. Las rocas eran de origen volcánico, por lo que se consideró que el Aconcagua, pese a su apariencia, debía ser un volcán.

En 1896 llegó a la zona del Aconcagua el célebre alpinista inglés Fitzgerald, al frente de una expedición en la que había italianos y suizos y en la que figuraba Mathias Zurbriggen, famoso por la conquista del monte Cook, en Nueva Zelanda. Este último sería el primero en llegar a la cumbre del mismo un 14 de enero de 1897 en solitario, por que sus acompañantes lo abandonaron por distintos motivos.

Desde el punto de vista geológico, las expediciones de Fitzgerald destruyeron la hipótesis de Güssfeldt, que planteaba que el Cerro Aconcagua era un volcán. De toda manera dicha hipótesis quedo aun latente hasta la llegada de un geólogo alemán de apellido Schiller que estuvo en el país en 1940. Éste llegó a la conclusión de que "el Aconcagua no es un volcán activo, ni un volcán adormecido, ni tampoco un volcán que se haya apagado recientemente, sino un volcán que se extinguió en épocas remotísimas y precisamente antes del plegamiento de la cordillera, fenómeno que se produjo en la segunda mitad del terciario".

(*) Profesor de Historia. Miembro de la Junta de Estudios Históricos de la Provincia de San Juan.