A diferencia de las guerras convencionales, en las que las víctimas civiles solo pueden ser resultado del daño colateral pero nunca el blanco directo, el virus WannaCry atacó computadoras de usuarios civiles.

Las guerras digitales de alta intensidad se solían librar entre gobiernos y hackers, como en el caso del "rusiagate'', el ataque informático ruso a la campaña electoral estadounidense que arruinó las chances de Hillary Clinton. El WannaCry, en cambio, trastoca las características de los ataques cibernéticos como los conocíamos hasta ahora.

Los civiles siempre sufrimos los efectos de los ataques cibernéticos, pero indirectamente y no de esta magnitud. El robo de 500 millones de perfiles de usuarios a Yahoo, el ataque contra el sistema eléctrico de Nueva York o el robo de números de tarjeta de crédito de clientes de Home Depot sirven de ejemplo.

Lo peligroso del ataque con el virus WannaCry (quiero llorar) y el gusano ramsonware (liberación del secuestro virtual mediante pago con bitcoins) no solo se debe a que atacó estructuras de salud pública, educativas, comerciales y de telecomunicaciones en Inglaterra, España, Francia, Alemania, China y Rusia, sino que desnudó nuestra vulnerabilidad digital individual. El ataque nos impone más dudas sobre el Internet que se avecina, el de las cosas, cuando todos nuestros utensilios, la vestimenta, la heladera, el auto y la billetera estén interconectados más inseguras.

No se sabe a ciencia cierta si el ciber virus fue propagado por hackers-terroristas independientes o si fue un test de rusos y coreanos para medir resultados. Pero ahora el quiénes no es tan importante como el cómo. Según la evidencia, los ciber criminales habrían obtenido los ingredientes para crear el WannaCry tras una fuga de información desde la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU, diseminada por WikiLeaks.

El WannaCry aporta varias lecciones. La más educativa es que la protección digital es una tarea individual. Los expertos recomiendan crear un micro clima digital seguro. Actualizar los sistemas operativos cada vez que los fabricantes lo aconsejen; hacer backups periódicos de todos los contenidos en discos externos; no usar pendrives de desconocidos; sospechar de todos los adjuntos; comprar los mejores antivirus y, sin caer en la paranoia, nunca bajar la guardia.

Vale aclarar que estas protecciones no nos inmunizan del todo. La ciberguerra no se está librando solo entre gobiernos y soldados en campos de batalla delimitados. Provienen de hackers que utilizan las estrategias de los terroristas tradicionales, pero con un agravante. Los virus cibernéticos, así como los químicos, tienen mayor alcance y son de destrucción masiva.

Los gobiernos tienen mayores desafíos. Los más desarrollados si bien crean sofisticados sistemas de protección, hasta para espiar y desencriptar conversaciones y mensajes de telefonía móvil, muchas veces esos sistemas se convierten en su talón de Aquiles, ya que terminan en manos de los cibercriminales como ocurrió con el WannaCry.

El presidente de Microsoft, Brad Smith, definió como la mayor amenaza a la ciberseguridad mundial. Cree que la vulnerabilidad cibernética que aqueja a civiles y naciones, se acrecentará y debe ser prioridad global. Considera necesaria una especie de Convención de Ginebra Digital que proteja a los civiles, como ocurre ante una guerra con armas convencionales.

Hay una total indefensión ante el ciberterrorismo.