Sólo un sacerdote perdió la vida el 15 de enero de 1944 durante el terremoto más cruento de la historia sísmica argentina: el Padre Eustiquio Esteban Aguilera, sepultado por los escombros en la noche triste, mientras bendecía un matrimonio en su parroquia de la Inmaculada Concepción.
Como ocurrió en tantos casos durante esos días, muchos fieles pensaron que el párroco no estaba presente en la provincia, en un rapto de ilusión más que de reflexión. Incluso consideraban que se había ido a Mar del Plata con los scouts de su parroquia. Hay un relato milagroso de una persona que afirma haber estado acompañado toda esa noche por el Padre Esteban, rescatando víctimas entre los escombros hasta las primeras luces del día.
El 20 de enero fue hallado su cuerpo entre las ruinas de su templo, comprobándose su fallecimiento instantáneo al momento del sismo. El tiempo transcurrido bajo los escombros, llevó a que sus restos fueran cremados in situ. Quienes participaron de la remoción de los escombros de su iglesia, manifestaban que creían haber sentido su voz pidiendo auxilio y rogando que atendieran primero a los otros antes que a él.
Hasta aquí la crónica de su muerte. Pero lo importante es destacar rasgos de la labor sacerdotal de este hombre de Dios, pues los relatos denotan el entrañable cariño que se había merecido. Había nacido en la provincia de Burgos en España, en mayo de 1898, donde se había ordenado de sacerdote y ejercido su ministerio durante 10 años. En la Argentina se hallaba trabajando en San Juan desde el año 1933. Fue vicario de la Parroquia de La Merced, vicerrector del Seminario de San Juan y desde 1940, párroco de la Inmaculada Concepción, en el Pueblo Viejo.
La nota necrológica que apareció en el Boletín Oficial de la Arquidiócesis de San Juan destaca aspectos de su personalidad sacerdotal: "Alma sacerdotal, con una conciencia vigorosa de su deber y de la urgencia del trabajo". Por eso, aún entre sus múltiples y fatigosas tareas parroquiales, hallaba tiempo para dar ejercicios espirituales a religiosas, retiros a alumnas de colegios o miembros de la Acción Católica, predicaba la palabra de Dios con prodigalidad y fruto apostólico dentro y fuera de su parroquia le preocupaban dos obras de gran importancia: el salón parroquial y los boy-scouts que acababa de fundar. Con motivo de las dos obras se había promovido un gran movimiento en toda la parroquia.
El día anterior del sismo había partido a Mar del Plata el primer contingente de scouts de la parroquia a pasar una temporada, gracias al entusiasmo y tesón irresistible de su delegado presidente el Pbro. Eustiquio Esteban. Por inescrutables designios de la adorable Providencia Divina, no fue él sino el Padre Victoriano Madrid, quien los acompañó.
El 20 de abril siguiente se ofició en la Parroquia de Concepción un solemne funeral por su eterno descanso. La oración fúnebre estuvo a cargo del Arzobispo Mons. Audino Rodríguez y Olmos. Asistió numeroso clero, autoridades civiles y gran cantidad de fieles. La crónica de la época relata: "Con este acto se ha querido recordar la memoria de este sacerdote que supo, en vida, fusionar su alma con el alma de sus feligreses y que, después de muerto, se fusionaron las cenizas de su cuerpo con las ruinas polvorosas de su templo".
Al final de la misma, sus amigos expresaban un deseo aún incumplido, aunque siempre posible: "Dios ya le habrá dado el premio eterno a su alma, pero los amigos queremos, cuando se levante el nuevo templo, que las oraciones y flores del cariño cubran la lápida que recordará su memoria por largos años. Él, desde el cielo, seguirá velando por su parroquia".
Con las palabras finales de su necrológica deseo cerrar este artículo, recordando a una de las tantas víctimas que dejó el terremoto y rescatando las virtudes cristianas y cualidades humanas del Padre Esteban, modelo para todos los hombres: "Amaba y se hacía amar sobre todo de los humildes que los adoraban. Su carácter jovial, alegre siempre, hacía una admirable conjunción con su tenacidad en el trabajo apostólico, convirtiéndolo en poderosa fuerza imantada de atracción y conquista. A dos meses del trágico evento, el corazón se aprieta dolorosamente aún, y sangra ante el recuerdo del gran sacerdote que ha perdido visiblemente la Iglesia sanjuanina (desde el cielo continuará su acción sacerdotal), y del gran amigo que hemos perdido muchos y para el que pedimos la vida eterna".
(*) Junta de Historia Eclesiástica Argentina (CEA).
