Como escondido, pasó sin pena ni gloria el dato más evidente del presupuesto para este año aprobado en diciembre último. El deporte, sí el deporte, destinatario del mayor incremento porcentual en planilla. E hizo falta menos de un mes para ver en marcha lo que declara ese gesto político -el más importante de todos, la asignación de recursos-, con un enero plagado de eventos en los cuales el Estado provincial resulta principal sponsor.

Para empezar, habrá que ir teniendo en cuenta que nada es gratis, y menos en el farragoso terreno del deporte superprofesional. Ni el Dakar elegirá estas maravillosas montañas para tenderle escenografía de impacto al paso de sus camiones: tiene cientos. Ni Palermo y la Bruja Verón seleccionarían la cancha de San Martín para alguna combinación de pase gol y cabezazo a la red, en plena recta final de la preparación del mundial. Ni los 8 mejores equipos de vóley del país, con muchas de sus figuras más relevantes, se inclinará por un Cantoni en pleno verano y el mismo día del paso de la caravana del Dakar.

Es hoy el deporte uno de los instrumentos de mayor promoción limpia al que se pueda acceder, y eso cuesta dinero. Desde las impecables praderas de Augusta o Wimbledon que todo el mundo quiere conocer porque allí están las mecas del golf y del tenis hasta una humilde sede para un torneo entre bioquímicos, en toda la gama de grises resulta evidente la retroalimentación entre el desarrollo del deporte y la actividad comercial.

En este caso, el empresario es el Estado. Es decir que el dinero de los contribuyentes es el que sostiene los eventos y propone un cambio de roles que no es menor. En lugar de perseguir una renta lisa y llana como cualquier emprendimiento privado en el deporte, la ecuación cambia a la búsqueda de algo que pueda interesarle a todos: promoción, actividad comercial.

Diga usted si no le toca las fibras el hecho sencillo de que las imágenes sanjuaninas como el Jardín de los Poetas, el Zonda o los ríos secos salpicados de arbustos que está tan acostumbrado a ver cada vez que sale al campo a comer un asado, resulten esta vez el telón de fondo de un espectáculo transmitido al mundo por medio de un despliegue técnico monumental. O que los noticieros cuenten lo que pasa en San Juan. O que llame algún familiar en el exilio contando su emoción por ver a su ciudad o sólo su nombre desde tan lejos. Otra vez, nada es gratis.

Pero más que por emociones, este asunto se mueve por intereses y por dinero, privado y público. Y para intentar una aproximación más certera, hace falta solucionar el desafío que proponen los facilismos. Del tipo: ¿Cuántas curitas y gasa para los hospitales se puede comprar con los que cuesta un gesto de Maradona en Concepción, un bloqueo de Milinkovic en el Cantoni o una pirueta de los Patronelli?

Es ese un atajo peligroso para analizar el asunto. Porque queda claro el tamaño de lo que uno representa en el mapa va mucho más allá de los servicios básicos como los de salud, vivienda o educación, que deben ser solucionados sin excusas y sin reparar en el resto de las erogaciones. El tamaño, el peso o la importancia tienen que ver con la llegada de recursos desde afuera de la provincia, lo que equivale a actividad, facturación, empleo. Y para existir en ese terreno, hace falta promoción. ¿Nadie se hizo la pregunta sobre porqué Merlo, en San Luis, recibe 50 veces más turismo que Bella Vista, Iglesia, siendo que le va bien a la zaga en materia de bellezas naturales? ¿O porqué el dique Ullum recibe una centésima parte de los que recibe el dique San Roque en Carlos Paz, sin que lo justifique el paisaje? Son décadas de diferencia en materia de promoción por vía de la inversión pública, que algún día habrá que comenzar a descontar.

Además de la promoción, los eventos deportivos a gran escala con epicentro en la provincia generan una satisfacción entre la gente que no habrá que despreciar. Hay que verle la cara a los miles y miles de sanjuaninos que el miércoles y el jueves pasado cargaron los bártulos, gambetearon las obligaciones de la semana y se zambulleron a sol implacable como uno no haría por otra cosa que no sea una pasión.

El paso del Dakar ofreció una distracción gratuita invalorable a miles de personas. O una aspirina para remediar a los que no pudieron salir a ningún lado para las vacaciones, como tantas veces se dice de la vuelta ciclística a la provincia. Con una pasión parecida: gente colgada de los cerros tapándose del Sol como podían, con tal de sentir cosquillas en el estómago cada vez que pasara un auto.

Emoción e intereses, nuevamente de la mano. Esos dos días, los hoteles de San Juan estuvieron colmados al 100% desde los más importantes hasta los más humildes como pocas veces se vio a esta altura del año, según contó Atilio Boggián, de la Cámara de hoteleros. Ese dinero no queda sólo en manos de los empresarios del rubro sino que se desparrama hasta el kioskero de la esquina. Cientos de colectivos especiales, vuelos charters, restaurantes repletos, carpas VIP en medio de los parrales, supermercados mejorando la facturación, completan el cuadro.

¿Cuál fue el costo del paso del Dakar por la provincia? Las autoridades locales juran que no tuvieron que poner un peso para el paso por la provincia, sino que ese costo fue afrontado por el Gobierno nacional, que sí tuvo que pagar. El año pasado, cada provincia tuvo que levantar una cuenta de u$s 700.000 para recibir el Dakar, pero ahora lo hizo la Nación por todo el país. Por lo tanto, el diseño del trayecto debió haber tenido el componente de los intereses y las relaciones políticas, como quedó claro con el recibimiento sanjuanino que obtuvo Déborah Giorgi -la ministra del área- quien aseguró que la ecuación entre gastos e ingresos al sector privado en todo el país por el turismo del Dakar les cierra con un superávit de 150 millones de dólares. Sin contar el intangible de la proyección por cuánta gente en el mundo que habrá descubierto paisajes argentinos con el Dakar, y aún no se decidió a venir.

La provincia tuvo otros costos. El acondicionamiento de los lugares de servicios, como el autódromo, o el despliegue de seguridad. Y, no menor, buena parte de los gastos del binomio sanjuanino integrado por padre e hijo Sisterna, que salieron del Obelisco con la premisa de llegar a San Juan en competición y cumplieron.

Esos gastos no fueron difundidos, por temor a aquella discusión sobre la curita. Como tampoco la suma que reciben desde San Martín hasta todos los equipos sanjuaninos que compiten en categorías nacional, u otros deportistas como los pilotos de carreras. Ni son una novedad, ni son un invento local, el dilema es en enfrentar el desafío de comunicarlo.

Municipios, provincias o países financian a sus deportistas, de manera directa o indirecta. Poniendo plata, o por medio de empresas públicas como el casino mendocino con Godoy Cruz o el Banco de Córdoba con Pechito López. También, hablando con empresarios amigos. El extremo de estos días fue el gran debate nacional despertado en Chile con el piloto Carlo de Gavardo, quien recibió un millón de dólares de las arcas públicas para alquilar un Hummer en este Dakar, se quedó en la segunda etapa y no llegó ni cerca de Chile.

San Juan agregó un condimento interesante a esa difusión. Decoró el capot de los Sisterna con la leyenda que viene difundiendo en el tenis con Nalbandian, con el fútbol o con el vóley: San Juan Minero, una frase que entrelaza el desarrollo provincial a una actividad cuestionada puertas afuera. Justo en el Dakar, donde el atractivo son los camiones rusos Kamaz, diseñados especialmente para superar el terreno escarpado de las minas a cielo abierto de su país.