A cualquier ser humano el futuro le pertenece y tiene que ganárselo por sí mismo, pero junto a sus semejantes. Recordemos la firme convicción, de cómo surgen las Naciones Unidas después de una triste contienda. Precisamente del compromiso de gente diversa que se implican en mantener la paz y seguridad internacional, avivando entre los países relaciones de afecto, suscitando un progreso para todos, con un mejor nivel de vida y el cumplimiento de los derechos humanos. Lo mismo sucedió con la Unión Europea, un grupo de entusiastas soñadores, deseaban un porvenir mejor y lo hicieron sustentándolo en la capacidad de trabajar unidos, superando las divisiones, sin frentes ni fronteras entre sí. Estos claros testimonios nos indican que necesitamos pensar más los unos en los otros, cuidar de la fragilidad de cada cual, con expresión de cercanía que es lo que en realidad nos libera de todos los males, alentándonos y alimentándonos con el abecedario de lo armónico, cuando menos para perder el miedo y ganar confianza en nosotros y en los demás. 


En efecto, el futuro está en la caída de todos los muros. Pero todos hermanados, sin tantas dominaciones ni influencias. Lo trascendente es proyectarse en los demás, restituir el hogar común hasta agotarse, por hacer un mundo muy distinto al actual, donde todavía los derechos humanos no se han universalizado y el desvelo europeísta tiene tras de sí el desastre del huracán discriminatorio, aparte de otros incumplimientos.

Un pueblo que progresa desde su original sustrato humanístico, acaba desarrollando su potencial y enriqueciéndonos a todos.

Desde luego, ahí está el escaso interés de algunas naciones en la promoción del reparto equitativo de responsabilidades entre mujeres y hombres, lo que contribuye a disminuir irreparablemente, ese espíritu humanitario, basado en la complementariedad y diversidad, que todos requerimos de una forma u otra, ya que es lo que nos enriquece y nos hace avanzar. 


Es evidente que se han acrecentado los focos de tensión y esto no es bueno para nadie, máxime en un momento de restricción de movimiento, de inseguridades y de persistente aislamiento, provocado por la pandemia de Covid-19.


Son muchas las crisis que atravesamos, pero también el camino es nuestro. Lo sustancial es siempre salvar vidas; y, bajo este germen, ha de estar siempre ese apoyo de todos, mediante gestiones de gobierno responsables, que contribuyan a una ciudadanía donde, de una vez por todas, deje de cambiarse la libertad por el poder.


Será estúpido proseguir en el absurdo, malgastar el tiempo en no hacer nada, cuando el destino está abierto a nuestra labor. Pensemos que toda la vida es un cambio, y como tal, ha de ser también un fecundo intercambio de pareceres. Un pueblo que progresa desde su original sustrato humanístico, acaba desarrollando su potencial y enriqueciéndonos a todos.


Una cultura solidaria como actitud de vida podrá tener futuro. No importan los contextos en los que se nace, lo fundamental es trabajar codo con codo para que se produzca un cambio en los hábitos y en los estilos de vida. No es fácil esta faena, pero es menester valentía y generosidad. Como siempre en esto, lo significativo es el amor que nos prodiguemos, para que la fragmentación social deje de envolvernos.

Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor