No se puede vivir sin el dinero, más es el dinero el que condiciona las vidas, el que abre y cierra caminos para el bienestar general, el que otorga credibilidad a ciertas personas con funciones importantes y también el que rotula las actividades de largo alcance.

Hace unos días temblaron las principales plazas del mundo al operar con marcadas bajas. Millones de españoles, en medio de las incertidumbres que provocaron las caídas de los bancos, salieron a la calle porque ya se sienten presos de fuertes decisiones.

El FMI y la Comunidad Europea van a socorrer a España que tiene una deuda de casi 170.000 millones de Euros pero exigirán modificar las estructuras económicas.

Se hablaba de bajar sueldos y jubilaciones y de achicar presupuestos. Rodríguez Zapatero está decidido a tomar las medidas necesarias para obtener el crédito pero la ciudadanía no quiere achicamientos en sus formas de vida.

España, Portugal y Grecia están en la mira de la banca internacional por sus respectivas deudas. Pero la gente se agita y hace saber que no quiere pagar los desaciertos de quienes gobernaron y de quienes gobiernan ahora. No se conocieron hasta el momento sanciones a los responsables.

Tener la facultad de hacer algo es sinónimo de poder y desde el poder no se aceptan correcciones, se aceptan -sí- algunas sugerencias de la sociedad como para no separarse demasiado de quienes -en realidad- con sus votos los sostienen.

Pero el poder del dinero puede ir más allá del poder de la política porque les permite a quienes de él disponen, no tener en cuenta la escala de valores morales que rige para la mayoría y -consecuentemente- pueden rodearse de seguidores y o pseudoseguidores aunque les convenga sólo momentáneamente.

En ese trazo histórico de la actualidad, emerge una característica muy peligrosa para todas las comunidades como lo es la indiferencia de los jóvenes. Ello debe preocupar porque debe encontrarse una salida dinámica a la sociedad, una salida capaz de incorporar a las jóvenes generaciones.

Algo que se percibe en todas partes. Esa indiferencia de la juventud es sólo una parte de lo que se observa en ella. Si se piensa en conductas se puede hablar de adicciones, desde el alcohol a las drogas más peligrosas. Parecería que nadie puede con esta situación. Además se la ignora, no se la menciona oficialmente.

Y en este complicado panorama aparece la muerte. Algunos jóvenes matan por matar y otros lo hacen para robar un coche o una moto. Y, sumado a todo ésto, existe una negación de la realidad que antes o después va a provocar graves consecuencias porque negar la realidad es un hecho profundamente negativo.

Además, desde la tribuna pública, la realidad no puede ser ocultada por largo tiempo ya que por ser lo que es tiene la fuerza de una existencia real y efectiva. En la realidad no hay cabida para las ilusiones ni para los espejismos, de allí que constituya una garantía natural.

Pero ¿es el dinero una obsesión justificada? Es una necesidad visible pero en otras cosas que se necesitan para vivir no es el eje de la cuestión.

Si se habla de necesidades como el amor, la solidaridad, el respeto, en sus cauces no hay dinero, hay una disponibilidad humana para comprender la vida y esa comprensión lleva por distintos caminos a la convivencia.

¿Se elige ser bueno o malo o se lo es, en ambos casos, por naturaleza? Esto es muy difícil de contestar. Hay disponibilidades internas como la buena voluntad que acerca situaciones que parecerían irreconciliables.

Pueden pasar muchas cosas en el mundo como lo estamos viendo, pero hay gente buena, proyectos bien orientados y procesos en marcha destinados a mejorar el destino de la humanidad.

Hay esperanzas en medio de las sombras y del desconcierto y si se duda compárese este momento con aquellos en los que el mundo se debatió en guerras. El ahora es mucho mejor aunque genere dudas.

Hay buenos sentimientos y aunque ellos no puedan contabilizarse van modificando situaciones que antes alarmaban. Es decir, hay cambios en proceso y ellos respaldan lo mejor del hombre.

Para que sea así el hombre ha sumado -sin saberlo- lo mejor de sí mismo, está aprendiendo el valor de las palabras y el consuelo del silencio. Esta es la conducta que beneficia.