"El pájaro aún estaba en la horqueta del sauce, casi inmóvil, hermoso, indefenso...''.


Con un hilo de respiración coloqué la piedra en la honda. Lentamente la estiré al máximo. La alcé hasta mis ojos y apunté sin convicción y casi tiritando.


A mis diez años, sólo por impulso de la aventura, muchas veces había tirado a los pájaros con hondas que fabricábamos con elástico extraído de viejas gomas de autos y nunca había podido dar en el blanco. Jamás lo había hecho con ésta de elástico cuadrado, cuya potencia era temible.


El pájaro aún estaba en la horqueta del sauce, casi inmóvil, hermoso, indefenso. Lo miré con un ojo e imaginé hasta su respiración. Me concentré y solté de entre mis dedos, casi por impulso, el blando cuero de la honda que contenía la piedra. Un destello de misterios se liberó desde mi pequeña mano; un espasmo azul voló desde mi alma, directo al pájaro inocente. La distancia más corta entre él y yo fue mi mirada ansiosa y su distracción, el latido detenido de mi corazón alerta y su corazoncito cabalgando otras cosas.


Crujieron, se estremecieron unas hojas y la tarde aleteó sus últimos resuellos. Pude ver cuando el pájaro quedaba afirmado en la horqueta, cristalizado unos tres o cuatro segundos y caía. Una lágrima roja vertió el paisaje. Vi nítidamente esa llamita en decadencia que se desplomaba desde el sauce llorón. En un estremecimiento pensé haber derribado un pájaro rojo. Reflexioné entonces que, si estaba herido, rápidamente tenía que curarlo. Entonces, más solo que nunca, un vendaval de dudas y penas me asaltó. Corrí a verlo por entre las piedras y ramas. Sobre la tierra húmeda de septiembre, un dulce gorrión, con el pico entreabierto y los ojos cerrados, yacía bañado en sangre. No tenía nadie a mi lado para compartir esa muerte brutal, repentina, frontal, que se me vino encima con todo el misterio de una revelación demasiado dura.


Conté el episodio a otros chicos, entre aventura y descubrimiento. Todos deslumbrados por lo que lucía como una hazaña. Nadie tenía entre sus manitas traviesas una epopeya como la mía. Nadie tampoco tenía en el corazón una pena como la mía. La muerte es inexplicable en los papeles y los sueños, donde aparece como un hecho probable. Otra cosa es ante nuestros ojos y nuestra alma. Y muchísimo más si algo tenemos que ver con ella.

Creo que jamás lloré tanto. Nadie lo supo.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.