El clima enrarecido que se vive en el país -muy especialmente en Buenos Aires, Capital- revela lo que no se debe hacer desde el poder a menos que se busque profundizar las diferencias que existen entre distintos sectores de la sociedad para generalizar un desorden que impide el trabajo ordenado y arrastra a distintos grupos a las expresiones callejeras.

La SIP, no fue ajena a las agresiones verbales de estos días, por ello al finalizar sus deliberaciones, denunció una campaña de hostigamiento contra los medios. Idea que en los últimos días de deliberaciones, fue expresada por dueños de medios de otros países. Los agresores verbales no tenían ningún derecho de proceder una manera que hacen quedar mal al país.

Pero fueron días en los que los errores del poder quedaron en la superficie de los hechos. Al hablar de la Ley de Medios (K), el vicepresidente de la Nación Julio Cobos dijo en la clausura de la 65 Asamblea de la SIP que "deberá ser revisada en tiempos venideros". Ese gesto de sinceridad, pese a su cargo en el gobierno, fue muy bien recibido por todos los editores presentes.

También esta reunión debió soportar la oposición de grupos que trataban de invalidar sus actividades con condenaciones que nada tienen que ver con la realidad. Olvidan esos grupos -para algunos enviados por Néstor Kirchner- que la comunicación entre países con objetivos comunes es una de las señales más claras de la tendencia hacia la unidad de países y continentes.

Cobos tuvo varios aciertos. Fue muy terminante cuando condenó el bloqueo de los camioneros a las plantas impresores de Clarín y La Nación al decir que "fue un hecho lamentable que debe ser condenado políticamente" a la vez que reclamó "la intervención de quien ejerce la responsabilidad de garantizar el derecho a trabajar libremente, no sólo por parte de la policía sino, también, de la Justicia".

E, hizo un alerta fundamental y es que el "Estado no puede destruir la libertad de expresión". Y lo hizo, en momentos en que la presidente Cristina Fernández de Kirchner castiga permanentemente en sus discursos a los medios de difusión.

Horas después, CFK consideró que las protestas de los últimos días fueron "amplificadas" y "provocadas" -responsabilizó una vez más a los medios- y denunció un plan de desestabilización en marcha. Dijo que surgieron "hechos puntuales" que buscaron "poner de mal humor a la sociedad".

Y, enfatizó que "todos tienen el derecho legítimo de aspirar a ser presidente, pero debemos acostumbrarnos a que la forma de llegar es votando cada 4 años y no a través de crear situaciones muchas veces amplificadas".

Los observadores políticos coincidieron en que el ex gobernador Eduardo Duhalde fue el destinatario de varias críticas presidenciales. CFK utilizó, por primera vez, la expresión "desestabilizar".

Durante los gobiernos que actúan linealmente, es raro que se detengan a pensar qué quiere la ciudadanía. Hoy hablan de un nuevo modelo -que nadie entiende- cuando los argentinos aspiran a vivir en paz, algo que los dirigentes no entienden porque en el ruedo político se vive en permanentes contiendas.

Lo más grave. ¿Alguien pensó años atrás que la Argentina iba a clamar por seguridad?. Seguramente, no, pero hoy es una demanda generalizada sin la menor respuesta oficial. Por ahora para el gobierno es la prensa que "amplifica" las situaciones. Saben que no es así pero insisten la existencia de un supuesto plan de desestabilización porque les conviene enrarecer el clima.

No obstante tiene defensores como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli quien dijo que: "hay muchos que quieren distraer la atención y tratar de generar un clima de inestabilidad e incertidumbre para tapar otras cuestiones que están bien encaminadas".

La vida no es fácil en ninguna parte del mundo pero, en los países desarrollados, se superan con dos atributos básicos: el respeto por la verdad -sin negaciones desde el oficialismo- y la creación de fuentes de trabajo destinadas al bien común.

Aquí y ahora se niegan las dificultades, se enaltece lo inexistente -no estamos en crisis, por ejemplo- y se deforma de tal manera la realidad que los discursos oficiales parecen dirigidos a sectores que no integran el país.

Es decir, al faltar claridad en las argumentaciones, la exposición desde la tribuna política es de muy difícil comprensión. Ya no se trata de dobles discursos, aquel conocido recurso de la política en el poder. Parecería tratarse de una deformación explícita para confundir a la gente.

Se necesita una conducta gubernamental comprensible. Lo contrario descoloca al ciudadano de dos maneras, o lo irrita o lo convierte en indiferente. Nada bueno para un país que necesita solucionar problemas graves.