Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: "¡Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, y eres tú el que viene a mi encuentro!''. Pero Jesús le respondió: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo''. Y Juan se lo permitió. (Mt 3,13-17). 


El evangelio presenta una vez más, en esta fiesta del Bautismo del Señor, la fatiga del camino de fe recorrido por Juan el Bautista para acoger al Mesías humilde y manso. Jesús va al río Jordán, donde Juan está predicando y bautizando. Juan predica y recuerda a todos la triste verdad del mal e invita a la conversión proclamando en voz alta: "Fíjense que el hacha llega a la raíz. Ya están cortando a todo árbol que no da buen fruto y lo arrojan al fuego'' (Mt 3,10). Dice verdades claras, pero de modo áspero y rígido. El comportamiento de Juan parte de un corazón recto; por eso Jesús se presenta a él de modo tal de revelarle cual es el camino que Dios prefiere. 


Así sucede también con nosotros: Dios nos habla con dulzura a través de ejemplos y situaciones de vida, pero sobretodo se comunica,proponiendo caminos de vida. Hay algo cierto: en Belén Dios elige la humildad y toda la vida del Mesías será humilde: "El Siervo de Yahvé no clamará, no gritará, ni alzará en las calles su voz. No romperá la caña quebrada ni aplastará la mecha que está por apagarse'' (Is 42,3). Por eso Jesús se pone en la fila con los pecadores y se presenta así a los ojos de Juan: Dios junto a los pecadores; Dios justo en medio a tantos injustos. 


Juan se opone a este comportamiento. Quiere que Dios venza siempre, que esté en alto y alejado de los pecadores. Juan quisiera imponer a Dios su modo de pensar. Jesús le responde: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo'' (Mt 3,15). "Cumplir todo lo justo'', significa someterse a la voluntad de Dios, que no es un deseo de exterminio, sino de salvación; no de dominio sino de un amor desarmado.

 
El comportamiento de Jesús nos revela la misericordia sin límites de Dios. Esto, evidentemente, no significa que Dios se resigne a perder: ¡al contrario! Equivale a que el camino del triunfo de Dios es distinto al que eligen los hombres para sus efímeros triunfos. Dios recorre otros senderos. Dios vence, pero sólo cuando triunfa el amor. La cruz, desde este punto de vista, es la máxima victoria. La Iglesia vence donde sufre en sus miembros, donde es perseguida por ser fiel, donde lleva la cruz, porque allí ella demuestra que ama más. En el gesto de Jesús de ponerse en fila con los pecadores para ser bautizado, se esconde una precisa invitación a nosotros: el de reconocernos pecadores necesitados de perdón y conversión. 


En el Bautismo se revela el rostro de Dios que es misericordia, y el rostro del hombre pecador pero con posibilidades de ser una criatura nueva. La humildad y el arrepentimiento son las únicas alternativas que tiene el hombre para encontrarse con Dios en el camino de la vida. Es fácil denunciar los pecados del mundo, pero no siempre queremos ver los nuestros. Es cómodo señalar con un dedo acusador los errores de los otros, pero es difícil poner en discusión nuestras maldades, indiferencias, prejuicios e hipocresías. 


¡Cuántas veces somos hipócritas! Como señalaba el querido Papa Francisco en una homilía el 3 de marzo de 2015: "Dios perdona generosamente cada pecado, pero no perdona la hipocresía, la falsa santidad, el doble discurso. Los hipócritas fingen convertirse, pero su corazón es una mentira''. El 18 de noviembre de 2014 afirmaba con la sencillez y a la vez profundidad que lo caracteriza, que "las apariencias son el sudario de los cristianos que están muertos''. No sirve de nada estar insatisfechos con los otros y muy conformes con nosotros. 


También nosotros necesitamos la purificación y la conversión. El 3 de septiembre de 2012, siendo arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio nos pidió a los sacerdotes que administráramos el sacramento del bautismo a todos los niños, sean fruto de una relación extramatrimonial o hijos de una madre soltera. Es que los sacerdotes no somos "dueños'' de los sacramentos, sino simples "servidores y administradores''. En vez de complicarles la vida a los padres que solicitan el bautismo para sus hijos, deberíamos aprender a facilitarles el acceso de la vida divina para sus pequeños, demostrando de modo claro la maternidad de la Iglesia. 


Como decía San Ambrosio (340-397): "Donde hay misericordia allí está Dios. Donde hay rigor y severidad, quizás haya ministros de Dios, pero allí no está Dios''. Que hoy sea un día en que agradezcamos el regalo de la fe que recibimos en el bautismo. Busquemos no perderla ni que la pierdan los que Dios nos ha encomendado. 
 

El Bautismo del Señor.