No hay educación sin trabajo y sin méritos. La última década que transita nuestro sistema educativo se traduce en un progresivo empobrecimiento del conocimiento, pues ya no se trata de acumular aprendizajes y cultura como en otra época ni de apropiarse de las tecnologías o de innovar con metodologías participativas como en el presente sino más bien de educar con trabajo y en méritos.

La formación cultural de un pueblo no puede ser jamás propiciada sin esfuerzo y menos aún se pueden bajar los índices elevados de pobreza, sanidad y trabajo sin inculcar valores prácticos que den cabida al esmero y empeño progresivo puesto de manifiesto en el niño y en el joven.

Los programas y planes de estudios que facilitan "’la comodidad del saber” como quien en situación obtiene todo sin observar el valor de lo que significa llegar a obtener y asimilar el conocimiento mismo, puede significar a corto plazo una caída y un golpe tan grande en la estructura de la formación de la persona que pueda ver desintegrada sus aspiraciones sin jamás lograr recomponer su intelecto el que siempre quedará postergado y a merced de quien se apiade y quiera dar una limosna para palear su adormecida capacidad de entendimiento.

Proclamar una igualdad desde las posibilidades formales y materiales en los educandos escolarizados o adultos para nada significa propiciar y sostener una igualdad de valores y principios pues ni uno ni otro pueden sustentarse mediante la creación de una construcción normativa "’que todo lo prevé” cuando es que aquellos existen con anterioridad a cualquier norma educativa.

La escuela no es un lugar para "’contener” todos los desajustes de la sociedad. La escuela puede llegar a dar a los padres un complemento de enseñanza, pero no sustituirlos.

También, fue gravísima la sentencia que marcó la educación del pasado tildándosela de puramente enciclopedista pues más allá de saturar los contenidos o materias de enseñanza, los aprendizajes de los mismos tenían que sortearse con evaluaciones continuas y exámenes finales anuales. Sin embargo hoy en nuestros tiempos se promocionan los conocimientos con tanta ligereza que hasta los mínimos contenidos son eludidos por la creación de programas de aceleración forzada por la necesidad de contar con una certificación que "’acredite los conocimientos” pero quien sabe si acredita la formación de la persona y más aún, la incorporación de valores en su vida.

Los ministerios educativos y nuestras instituciones educativas deben reconocer que no es posible impulsar el rendimiento educativo sin el nivel de exigencia adecuado. Esto se deduce de sostener previamente que la conciencia general que debe adoptar una persona en formación se debe a que en la vida todo se logra con una importante cuota de esfuerzo. Si realmente hubiera un verdadero consenso en que el objetivo final de la educación es preparar a los jóvenes para una vida en independencia con libertad responsable, no bastaría para ello un simple beneficio económico para salir del paso o el propiciarle un medio tecnológico que ponga como herramienta el conocimiento a su alcance sino todo lo contrario, crearles fuentes de trabajo para que valore el sacrificio y para que el mismo encuentre con esfuerzo su propio camino en lograr la libertad y no la dependencia y resolver por sí mismo con su pensamiento su independencia.

No se puede entender jamás por qué razón los maestros y los profesores universitarios tienen que ser funcionales al Estado, pero si lo entendemos en el marco de una política donde no existen los concursos para cubrir las cátedras y donde la titularización en la docencia llega por antigüedad, no por título docente ni méritos de carrera, pero si por decreto o presiones de los sindicatos docentes. Sólo la escuela primaria sigue siendo ejemplo de exámenes y ascensos por concursos.

De una vez por todas si queremos crecer como país y constituirnos como una nación íntegra, debemos cuidar la calidad, premiar el esfuerzo y propiciar los valores pues "’no hay educación sin trabajo y méritos”.

(*) Pedagogo, Filósofo y Orientador Escolar en educación familiar.