"¿Cómo llegamos a un punto en el cual las humanidades no son consideradas importantes? Es la pregunta que lanzó Francesc Pedró, Director de IESALC-UNESCO, en la presentación del 7¦ Informe sobre Educación Superior en el Mundo (2019). Se trata de un trabajo colectivo que integra la Serie GUNI (Global University Network for Innovations), sobre el Compromiso Social de las Universidades. El interrogante cuestiona la marginalidad de las ciencias humanistas en la formación universitaria. 

El 7º Informe de Educación Superior bajo el título "Humanidades y educación superior: sinergias entre ciencia, tecnología y humanidades", pone en cuestión, precisamente, el escaso valor que se les atribuye. 

Todo esto nos lleva al punto central que pongo en foco. La importancia de la formación humanística en el arquetipo de una universidad, protagonista de las transformaciones sociales.

"Los desafíos del siglo XXI demandan un mayor compromiso social de las universidades, que deberán repensar nuevos roles para nuevos retos".

Es verdad que las universidades, que nacieron en la edad media, aún conservan su matriz originaria. Se trata de aquel gozo en la búsqueda de la verdad que une a docentes y estudiantes en verdadera comunidad. Con justeza, se dice que las universidades son como Usinas del conocimiento. Pero al igual que toda usina, el conocimiento generado se distribuye. Debe llegar a la sociedad. En este punto, la educación superior muestra algunas debilidades. Una de ellas es su aislamiento social. Sucede que, por exigencias del mismo sistema educativo, más que por decisión propia, las universidades suelen adoptar perfiles autorreferenciales. Sometidas a permanentes requerimientos de acreditaciones y autoevaluaciones, terminan convirtiendo al diagnóstico en un fin en sí mismo. Y la Visión como imagen futura de la institución e idea fuerza que le da dinamismo, se diluye en escritorios cubiertos de formularios a llenar. Igual suerte corre los planes estratégicos, valiosa herramienta que fortalece la vinculación del conocimiento con el medio. Y así, acabamos encerrados en los claustros. Terminamos almacenando el agua en la usina. 

En ese sentido la universidad, sin abandonar los parámetros de calidad propios de toda institución educativa, debe reorientar sus esfuerzos. Los desafíos del siglo XXI demandan un mayor compromiso social. Para ello, las universidades deberían repensar nuevos roles para nuevos retos. Y esto implica un cambio de paradigma: formar para transformar desde un enfoque holístico o integral. 

He aquí una segunda debilidad de la educación superior: el relegado lugar asignado a las ciencias humanistas. En general, los planes de estudios las denominan espacios complementarios. Los sinónimos de este adjetivo dicen mucho de su rol: suplementario, adicional, accesorio. Es como educar para mirar con un solo ojo. Cuando la compleja realidad exige profundidad en la mirada e integralidad en las propuestas. Las Universidades no pueden permanecer ajenas a los cambios profundos que tendrán impacto en el futuro. Ahora bien, las cuestionen sociales, ambientales, científicas y tecnológicas requieren respuestas integrales, apoyadas en las humanidades. Toda transferencia de conocimientos al medio, conlleva un posicionamiento previo sobre qué es el hombre y cómo se entiende la historia y la cultura, donde acaece la existencia humana. Estos nuevos roles exigen un abordaje integral, holístico, donde las humanidades orienten el rumbo. Claro está que ello demanda superar atávicos prejuicios contra las humanidades. No sólo hace ciencia el investigador en un laboratorio. También construye ciencia el historiador, el sociólogo, el pedagogo, el politólogo, entre tantos otros. 

Para esta nueva sinergia entre universidad y sociedad, hay que superar los obstáculos de los que dimos cuenta: el enclaustramiento y los compartimentos estancos. La complejidad de la realidad exige formación interdisciplinaria y una transversalización de las humanidades. En una palabra: las universidades como usinas de conocimientos que den respuestas integrales a los desafíos que plantea la sociedad.

 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo