Las palabras tienen vida, la que nosotros al pronunciarlas les damos. Una palabra puede tener la magia de salvar una vida, de cambiar un destino, pero, a veces, pierde ese encanto o sortilegio y aniquila anhelos, sueños, hasta la misma felicidad. El verdadero valor de la palabra está en lo que dice y en lo que se hace. 


A lo largo de la historia nunca ha sido fácil darles el verdadero sentido y valor a las palabras. Son muy pocos quienes respetan lo que dicen plasmándolo en la realidad. Quienes no respetan su palabra, no se respetan así mismos.


En la actualidad, parece que las palabras están al servicio de la especulación de generar esperanzas que sirvan a los intereses y la ambición de unos pocos. Algunos las dicen, otros, las repiten, porque están de moda, porque hacen que quien las pronuncie se vea inteligente, moderno, porque son inclusivos, porque respetan las diversidades.


Lamentable en muchos casos, y cuando algún ciudadano, alza la voz, o cuestiona tímidamente ciertas expresiones, es tildado de agrandar la grieta, de ser discriminador. 


Si las palabras pierden su valor, surge la incoherencia que implica falta de credibilidad y pérdida de confianza en ellas, siendo la sociedad la más perjudicada, porque las personas se comunican a través del lenguaje. Hay que volver al verdadero lenguaje, con palabras que no generen libres interpretaciones, entendiendo que las palabras son el ingrediente principal para cooperar, convivir.


En la actualidad no cumplir con la palabra dada es moneda corriente, en todos los grupos sociales y culturales. Al reclamarles comienzan con una catarata de excusas, sin entender que el valor de su palabra, es el valor de su persona, y lo único que deben hacer es cumplirla, porque al faltar a su propia palabra es faltar a su propia persona. 


Recuerdo a mi padre diciendo: "No te comprometas a nada que no puedas hacer porque no serás considerada una persona de palabra", o "Puedes ser cualquier cosa, pero siempre sé de palabra".


En conclusión, la fidelidad a la palabra dada, está cada vez más lejos, y la palabra emitida, manipulada para fines egoístas repetidas por aquellos que creen ser modernos, inteligentes e inclusivos sin pensar en las consecuencias. Es por ello que debemos volver a la pureza del lenguaje, que ha sido, es y será. Sin dejarnos influenciar por modas que persiguen manipular el pensamiento para fines de algunos pocos.


Debemos entender que la palabra es la continuidad de nuestra esencia, de nuestros valores como seres humanos, por ello debemos cuidar de lo que decimos. Respetemos la palabra. Démosle el valor que se merece, por cada uno de nosotros, por nuestro prójimo y por una sociedad que espera en cada uno de sus ciudadanos.

Por Miriam Mabel Fonseca
Escritora